miércoles, 1 de mayo de 2013

CEREMONIAS; POR ALFONSO USSÍA.

La Razón



Las ceremonias reales hay que verlas con distancia. Ninguna, por solemne que sea, supera en estética y grandeza a las vaticanas. Entiendo perfectamente a los que consideran que este tipo de juegos mayestáticos son ridículos. Pero también responden a la costumbre y la tradición. Se trata de espectáculos antiguos que los ciudadanos aplauden. Son vistosos. Me lo comentaba en Sevilla un andaluz sabio y profanador de emociones. ¿Y ése de Mónaco, que no ha dado con un palo al agua en su vida, por qué lleva tantas medallas? En Holanda, la mayoría abrumadora de sus ciudadanos es monárquica. La Corona holandesa es una de más caras de Europa. A su lado, los presupuestos de la española son insignificantes. Me ha divertido la seriedad del nuevo Rey de Holanda portando un manto de armiño. Escribí anteayer que a Dalí le gustaban los reyes con manto de armiño, pero no tengo claro si lo decía en broma. Holanda es una de las naciones más ricas y desarrolladas del mundo, con una sociedad moderna y avanzadísima. La ceremonia de investidura, que no coronación, del nuevo Rey demuestra que la vieja solemnidad encaja a la perfección con el sentido de la modernidad de un pueblo. Toda la ciudad de Amsterdam vestía de naranja. Una Reina argentina, y el desfile de los príncipes herederos con sus mujeres y maridos, todos provenientes –los consortes– de la sufrida burguesía. El japonés muy sonriente. Me encantaría preguntarle el motivo de su chufla. Se me antojó un cachondo mental, pero con los orientales hay que tener cuidado porque se ríen de las metáforas. No intento convencer a nadie, pero algo de misterio y atracción tienen las monarquías. Centenares de argentinos viajaron hasta Holanda para ver mal lo que en la televisión se ve bien. Seguro estoy de que entre ellos habría más de un peronista, encantado con la nacionalidad de origen de la Reina de Holanda, Máxima, la Reina Máxima, lo cual puede ser motivo de resquemor entre las futuras. Todas ellas reales hembras, como se decía en España antes de que el lenguaje políticamente correcto se impusiera. Menos mal que no hay una heredera bajita, porque le pondrían de inmediato el mote de Reina Mínima. Pero estaba en el ceremonial. Multicolor, solemne y probablemente emocionante. No obstante, prefiero la sequedad ornamental de nuestra Corona, sin mantos de armiño. Tengo para mí que si le aconsejan al Rey darse un garbeo procesional con un manto de armiño, le puede acometer un ataque de alipori. Pero retomo la posible contradicción que no lo es. Antiquísima tradición y estética y modernísima sociedad. «La Monarquía no se puede entender si no es desde el concepto del pleno servicio», ha dicho la reina saliente, hoy princesa. A partir de mañana nos van a dar el coñazo los que pretenden que el Rey abdique en el Príncipe de Asturias. Ignoran que los reyes y reinas de la dinastía Orange abdican con una facilidad pasmosa. Es parte de su tradición. Creo que la expectativa vital ha sido una de las causas de esta abdicación inesperada. Causaba un cierto dolor entrever al Príncipe de Gales entre sus compañeros de rango. Lo tiene crudo. Su abuela, gran degustadora de ginebra, falleció con más de un siglo de vida, y la Reina Isabel no parece tener ninguna urgencia por abandonar este mundo. «Lo único cierto es que estoy bastante bien preparado para reinar», dijo en cierta ocasión. Puede ser que la entrada en la cena de gala del Príncipe Carlos y Camila fuera el motivo de las carcajadas del japonés.
Pues eso, que una ceremonia vistosa, elegante, estética y divertida, y una nación admirable que cree ciegamente en sus reyes. Aquí estamos un tanto atrasados. En la estética y en la creencia, lamentablemente.

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