miércoles, 24 de abril de 2013

MARGARET THATCHER; POR JAIME ROCHA.

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            Funeral de Estado para la primera mujer, y única hasta ahora, en asumir el cargo de Primera Ministra del Reino Unido. Polémica, controvertida, odiada y amada acaso a partes iguales, consiguió dos reelecciones y permanecer al frente del Gobierno Británico por once años, de 1979 a 1990, el periodo más largo que ningún otro Primer Ministro del Siglo XX.

            Es considerada por defensores y detractores como una “colosal figura política” por su influyente política exterior, con episodios tan destacados como la guerra de las Malvinas en 1982 contra Argentina y su política de oposición y franca enemistad con el bloque soviético, a quienes debe el apodo de “Dama de Hierro”. Solo la llegada al poder de Mijail Gorbachov en la URSS, le hizo variar esta dura oposición por un acercamiento y colaboración a cambio de reformas políticas.

            Procedía de una modesta familia de tenderos y estudio en la Universidad de Oxford, pero con solo veinticinco años se presentó a un cargo público en las filas del Partido Conservador, pero no fue hasta nueve años más tarde, en 1959, cuando obtuvo por primera vez su escaño en la Cámara de los Comunes, que no abandonó hasta 1992.

            Fue Ministra de Educación en 1970, con Edward Heath, a quien derrotó cuatro años más tarde, perdido el poder en las elecciones generales, en el congreso de los “tories”, y de ahí a la victoria en las generales de 1979.

            En 1981, los presos del IRA realizaron una huelga de hambre en demanda del estatus de presos políticos, que Margaret Thatcher les negó, acabando este episodio con la muerte de diez terroristas. El IRA atentó contra ella en 1984 en Brighton, durante una cumbre del Partido Conservador, en el que murieron cinco personas, pero la Primera Ministra salió ilesa, lo que de ninguna manera le hizo variar sus posiciones políticas respecto al Úlster.

            Su política interna férreamente liberal no desmereció de su apodo. Desde el inicio de su mandato puso en marcha una profunda transformación del Reino Unido, privatizando los transportas públicos y la industria estatal, reformó los sindicatos despojándolos de privilegios, redujo los impuestos estatales, pero impuso el famoso “poll tax”, un impuesto local que originó fuertes disturbios sociales.

            Con drásticos recortes en el gasto público, consiguió reducir el deficit, pero originó un considerable aumento del paro, contestado con continuas huelgas por los sindicatos, la más duradera, la de los mineros de 1984-85, de un año, supuso el cierre de 20 cuencas mineras estatales y el despido de 20.000 trabajadores.

            Tras dos reelecciones, la oposición interna de una parte importante de su partido la obligó a dimitir en noviembre de 1990, sucediéndole John Major.

            Una vida entera dedicada a la política, fiel a sus ideas conservadoras, firme en sus decisiones, acertadas o no, ha pasado a la historia acompañada de su apodo de “Dama de Hierro” y su muerte ha reproducido las encendidas alabanzas de sus seguidores y el desprecio de quienes sufrieron las consecuencias negativas de sus decisiones.  

            No puede aspirar un político a contentar a todos, a decir si a las peticiones que se le formulan, vengan de donde vengan, y a no tomar decisiones comprometidas y difíciles y, naturalmente, a crearse enemigos de dentro y de fuera.

            No puede un político en el ejercicio del poder cambiar constantemente de criterios, emprender y abandonar a medio camino lo emprendido para, a la menor dificultad, volverse atrás.

            Se requiere convicción en sus programas, exposición clara de sus ideas,  firmeza en sus decisiones. Programas, ideas y decisiones que han logrado atraer a sus votantes y le han otorgado la posibilidad de realizarlas. No actuar conforme se prometió es traicionar la confianza de sus conciudadanos y, llegada esa situación, no importa cuando, y como le ocurrió a la Dama de Hierro en 1990, es llegado el momento de marcharse, dimitir, dejar el sitio.

Unos pueden tardar once años en llegar a esa coyuntura, otros apenas uno.

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