Rectitud de intención
He descubierto en el Congreso Internacional, G. K. Chesterton, 75 años después de su muerte, un serio peligro personal. Que Chesterton funcione como una inmensa coartada mía.
Ya lo venía notando con las cuestiones dietéticas y con el dichoso diastema; y durante mucho tiempo me consoló (y cómo (y cuánto se lo agradezco)) de la pena de no tener hijos. Pero en el Congreso nos contaban —y eso yo no lo sabía— que era un orador mediocre, y que solía perder sus debates, y que no estaba a la altura de sus escritos, y yo suspiraba de alivio: uf. Hablaban de su torpe aliño indumentario… y a mí se me quitaba el agobio por llevar marcada en la pierna derecha del pantalón, durante todas mis vueltas por la elegante capital del reino, la manita caramelizada de mi hija Carmen. Se nos decía que él a veces escribía dos artículos a la vez y yo perdía el cargo de conciencia por estar atendiendo atentamente a los conferenciantes mientras escribía concentradísimo un recordatorio de urgencia por el cincuenta aniversario de la muerte de Julio Camba o mi artículo para Joly. Dorothy Collins, cada vez que le preguntaban por los idiomas que hablaba Gilbert, respondía: “En profundidad, ninguno. Recordaba algo de francés del colegio, pero nada más”; pero a la vez su traducción del soneto de De Bellay ha recibido los mayores elogios, ha sido recogida en las mejores antologías de traducción y Steiner se deshace en palabras de admiración. Eso a mí, que llevaba muy mal mi muy mal inglés en un congreso en el que todos me presentaban a los conferenciantes ingleses y americanos como un traductor de la poesía de GKC, me levantó bastante los decaídos ánimos. También me alivió que me recordaran su nulo sentido de la economía práctica, o su facilidad para llegar tarde. Y qué decir de su habilidad para citar aproximativamente, de su desdén por el rigor de los datos —que tantas veces enturbian la verdad— de su anémico academicismo, etc.
Supongo que en mi caso será más exagerado que en otros, pero creo que todos los chestertonianos del mundo hemos de evitar usar al gran Gilbert de primo de Zumosol. Puestos a imitarlo: en su talento, en su bondad, en su brillantez, en su fe, en su amor por la razón, en su amor por su mujer, en todo lo suyo inimitable, que es tanto.
Supongo que en mi caso será más exagerado que en otros, pero creo que todos los chestertonianos del mundo hemos de evitar usar al gran Gilbert de primo de Zumosol. Puestos a imitarlo: en su talento, en su bondad, en su brillantez, en su fe, en su amor por la razón, en su amor por su mujer, en todo lo suyo inimitable, que es tanto.
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