Esta era la expresión con que respondía un hombre inteligente y bueno, al que estuve muy unido durante varios años. Uno de sus colaboradores, apoyado por otros, le presentaba o proponía una acción valiosa que merecía llevarse a cabo. ¿Tenéis la persona capaz de llevar esto a feliz término? Es cierto. Las cosas, las acciones, las empresas, no producen sus efectos solamente por los valores que encierran en sí mismas, ni por el cálculo de probabilidades de éxito. Es necesario que haya alguien capaz de utilizarlas o desarrollarlas debidamente. La persona que parece indicada, ha de captar y apreciar el núcleo fundamental de lo que se propone o se pretende, ha de saber situarlas debidamente en el contexto histórico pertinente, ha de contar con la ilusión ganada por el objetivo o tarea propuesta, ha de estar dispuesta al esfuerzo constante necesario para dicho cometido. La persona indicada ha de entregarse al quehacer para el que ha sido elegido, no pensando en los éxitos posibles desde los cálculos mentales, sino previendo que llegarán las adversidades y las minusvaloraciones, e incluso el cansancio personal amenazando su entrega constante. Las adversidades mayores y más difíciles de entender, de soportar o de vencer suelen ser las que llegan inesperadamente y tienen como causante a quien menos podía uno imaginar que iba a comportarse como enemigo. La experiencia demuestra que, sin dar con la persona idónea, las empresas más importantes y las acciones más urgentes, los planes más claros y sencillos, aunque sean cruciales para alcanzar objetivos dignísimos, se quedan en simple enunciado o en mero proyecto que nunca llega a su ejecución. Esto se percibe, generalmente, en todos los campos de la vida religiosa y social, educativa, pastoral, asistencial, deportiva, cultural, etc. Por tanto, cada uno debe pensar, antes de asumir una tarea concreta, si se cree capacitado para ello. Pero la actitud de quien reflexiona antes de asumir honestamente la responsabilidad que se le encomienda, debe analizar antes lo que se le propone y por donde le llega la propuesta. Porque no debemos olvidar que Dios cuenta en la vida de las personas de modo que ni un cabello de su cabeza cae sin que él lo sepa y lo permita. Eso nos enseña Jesucristo. Por tanto, si se sospecha que la tarea u objetivo a cumplir puede formar parte de la vocación de Dios sobre uno mismo, el deber de respeto y obediencia a Dios, propio de toda persona que viva desde la fe, será verificar lo que hay en ello de vocación; o si, por el contrario, dicha propuesta carece de garantías suficientes para tomarla en serio. Tarea nada fácil esta porque, en la reacción primera a favor o en contra, pueden jugar egoísmos, vanidades, cobardías, complejos, sobrevaloración de la tarea que se propone, entusiasmos inmaduros, valoraciones superficiales, et. Si el resultado de la reflexión, que debe contar con las consultas necesarias en relación con la importancia del caso, es que Dios quiere eso de nosotros, habrá que asumir el principio de que “a quien hace lo que está de su parte, Dios no le niega su gracia”. Claro está que este principio no será bien aceptado si no estamos convencidos de la enseñanza de Jesucristo: “Pedid y recibiréis, llamada y se os abrirá”. Podemos concluir que, para un cristiano, es necesario mantener viva la fe, la capacidad de reflexión prolongada en oración ante el Señor, humildad que permite consultar prudentemente, y generosidad para saber renunciar a lo que no es voluntad del Señor, aunque humanamente apetezca, o para aceptar lo que está en los planes divinos, aunque resulte aparentemente duro o irrealizable. En este proceso de discernimiento resulta muy iluminadora la conversación entre el Señor y el profeta Jeremías. Al sentirse llamado por Dios para ser profeta, Jeremías respondió: “¡Ay Señor! Mira que no se hablar, que soy un muchacho. El Señor le contestó: No digas que eres un muchacho: que a donde yo te envíe irás; lo que yo te mande dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte” (Jr. 1, 5-7). ¡Cuantas llamadas de Dios quedan sin la debida respuesta por miedos humanos o por egoísmos momentáneos! La paternidad responsable, la aceptación de la llamada al Sacerdocio o a la Vida Consagrada, la vocación al apostolado seglar en el propio ambiente, etc. sufren actualmente una crisis notable, y quizá sea por no atender a la voz del Señor en el proceso de discernimiento. Aprendamos la lección. Pensemos si somos o no la persona que el Señor necesita para esas tareas que hoy son rechazadas. Es una gran responsabilidad por nuestra parte.
+ Santiago García Aracil. Arzobispo de Mérida-Badajoz |
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