Manifestaciones, sí. Son muy sencillas de organizar. Reunir a unas decenas de miles de empleados para manifestarse no es difícil. Pero una huelga general es asunto que requiere, como poco, el apoyo de la ciudadanía, y no me topé con huelga general alguna ni en Madrid ni en Santander. Salí de Madrid cuando abrían los comercios.
Ninguno cerrado. Algún piquete que era tratado con cortés contundencia. Es curioso. Si los piquetes «informativos» los conforman pocos «informadores», no aguantan ni una palabra subida de tono. Donde desayunaba, apareció un piquete mixto. Dos de UGT y dos de CCOO. «Informaron» al camarero que era jornada de lucha y de huelga general. El camarero no estaba para bromas. «De acuerdo. Os invito a café y os vais a hacer el golfo a otra parte». Como no estaba entre ellos Guillermo Toledo, aceptaron el café, no rompieron nada, no amenazaron a los clientes y se fueron arrastrando el rabo acera arriba, en busca de mejor fortuna.
En poco más de cuatrocientos kilómetros, ni una gasolinera cerrada, ni un establecimiento de carretera clausurado. Está en obras la carretera de Burgos, desde Lerma a la capital gótica. Todas las máquinas en funcionamiento, y los trabajadores afanados en sus tareas. ¿Dónde está la huelga general?, me pregunté. Y me respondieron los blancos y feos molinos de la energía limpia. El 29, en los altos páramos de la Vieja Castilla no soplaba ni un eructillo de viento. Huelga de aspas inmóviles. Huelga general de aspas. Un bosque de molinos paralizados resulta, a primera vista, estremecedor. Y en Santander, donde también hubo manifestación, la ciudadanía se manifestó en muy superior número por el Paseo de Pereda y de Reina Victoria, en una tarde cálida, casi veraniega, con una mar leve y tranquila, azul cobalto, cegadora.
Otra cosa fueron las fábricas, con piquetes forajidos y de más de un centenar de «informadores». Sin ellos, la presumible huelga general que se llevó a cabo en España el pasado jueves, sería hoy centro fundamental de chacotas, chismes y cachondeos. He leído columnas en los periódicos muy divertidas al respecto, firmadas por ilustres periodistas que aún se dejan emocionar por los sindicatos. ¿Tanto les cuesta reconocer un fracaso? En mi caso, no tendría inconveniente en afirmar que viví un día de huelga general secundada por una mayoría abrumadora de trabajadores. Pero sólo vi trabajar en un trecho de cuatrocientos kilómetros y en dos ciudades como Madrid y Santander. Que me expliquen Méndez, Toxo –el romántico troskista–, el sindibanquero y el subalterno encendido de Toxo dónde encuentran los datos para celebrar su éxito.
Y que me lo expliquen los responsables del PSOE, que han sido los que han alentado la celebración de la huelguita cobrando a los sindicatos las riquezas y favores de siete años de gorroneo. Porque la Reforma Laboral que hoy quieren reformar a su gusto y capricho no hubiera tenido sentido con un Gobierno socialista austero, cumplidor y competente y con unos sindicatos menos obedientes ante el poder Ejecutivo. Esa Reforma Laboral es consecuencia de lo que tanto les molesta oír. De su silencio ante 5.000.000 de parados. De su plena disposición para recibir millones y millones de euros regalados por un Gobierno atroz a cambio de la complicidad. Jamás había sentido tan alejada a la calle de los sindicatos, que en algunos puntos de España sólo han podido hacerse oír con la colaboración de los perroflautas y los marginales violentos. Lo del 29 de marzo ha supuesto un rotundo fracaso, porque lo injustificable jamás puede triunfar. Aunque adornen el batacazo las ilustres plumas que aún se emocionan con estos chulos del sistema.
Y lo de Toledo, sin importancia. Nadie lo contrata y hay que hacerse notar.
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