sábado, 1 de septiembre de 2018

DESDE FUERA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Este año me he ido del Puerto como los veraneantes, a la misma vez. Ha sido una sensación muy extraña. Una amiga me invitó a una última cena y tuve que oírme decir: "Me voy el día antes", que es algo que uno lleva siglos escuchando todos los veranos pero que no había dicho en la vida.
No vengo a hablar de mi vida en todo caso. Estoy en un curso de filosofía en Inglaterra con personas de tres continentes y un buen abanico de nacionalidades. Hay un especial interés por España, por su cultura, por su historia y por su política. Lo significativo es que nadie me pregunta por Franco, el Valle de los Caídos y la memoria histórica y apenas uno por un problema con una región de cuyo nombre no podía acordarse. Todos me preguntan por la inmigración ilegal.
Llama la atención porque diría que en España la opinión pública funciona con una jerarquía completamente invertida: lo más vivo en el debate es Franco, después Cataluña y, mucho menos, el problema migratorio, más allá del suceso de un nuevo asalto a la valla o la arribada de una patera. Del problema de fondo y a largo plazo se habla superficialmente y con prisa. Desde luego, para el Gobierno, que tiene la obligación de regir nuestros asuntos y llevarnos al futuro, el interés es indiscutiblemente el inverso. Franco presente, Cataluña de perfil y la inmigración de espaldas.
Es posible que mis colegas de curso tengan más razón que nosotros, y que el árbol de la polémica no nos deje ver el bosque del problema. No quiero decir que lo de Franco no tenga una importancia moral e histórica y, sobre todo, táctica, como un mecanismo de humillar a la derecha sociológica y de quebrar a la derecha política; ni, muchísimo menos, que lo de esa región (llamada Cataluña) no sea sustancial, tratándose además de la integridad territorial de una de las naciones más antiguas del mundo y una prueba de estrés, como se dice, de la virtualidad efectiva de nuestra Constitución. Digo que a una escala global y desde fuera se ve mejor nuestro problema con la inmigración ilegal porque es el más gordo.
Lo es, entre otras razones, porque no depende de nosotros como nación solucionarlo, como sí dependen los otros dos, si quisiéramos. Razón de más para preocuparnos el doble. En los otros dos casos, bastaría un acto de voluntad colectiva, pero en este, además de una gran voluntad, vamos a necesitar un ingente esfuerzo intelectual. Nos estamos distrayendo.

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