martes, 2 de enero de 2018

BAMBALINAS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



En mi adolescencia no había botellón, sino bares consuetudinarios y, de vez en cuando, fiestas particulares. Con alguien en la puerta con una linterna flamígera y una lista de invitados, impidiendo el intrusismo. Entonces salió la canción de Mecano "En tu fiesta me colé", y no fue casualidad. Recogía el espíritu de la época, porque colarse podía ser parte de la fiesta y no estaba del todo mal visto y quién sabe si la anfitriona acabaría bailando con el caradura que burló las vigilancias.
Yo me colaba poco por tres razones: porque (humildemente lo confieso) me invitaban casi siempre (no como ahora); porque ya apuntaba mi misantropía y, si alguna vez no era requerido, también lo agradecía y, sobre todo, porque fui un carca desde pequeñito y sobreactuaba las buenas maneras. Una vez me colé, y la mala conciencia me atormentó la noche y los días siguientes. Dos veranos después me hice íntimo amigo de la anfitriona, y han pasado treinta años, y todavía no me he atrevido a decirle que estuve en su fiesta.
Si lo cuento ahora no es porque anteanoche me colase en ningún cotillón, sino porque la muerte de Pedro Osinaga me ha recordado un método infalible de unos amigos. Tenían muy buena pinta, y se dirigían, reipeinados, a la puerta principal. A quien estuviese de guardia con la lista de invitados le decían: "Buenas noches, soy Pedro Osinaga" y otro nombre de otro actor que he olvidado, muy lógicamente, como verán ahora. Al vigilante esos nombres le sonaban muchísimo, sin lograr identificarlos ni en su lista ni en su memoria. Ante el aplomo de los presuntos invitados o los dejaba pasar o entraba un momento a preguntar a los señores de la casa. Éstos, con el jaleo de la organización, oían unos nombres vagamente vascos que le sonaban una barbaridad, el subconsciente les transmitía el agrado que siempre produjo Osinaga y daban por supuesto que eran gente bien conocida. Decían: "Sí, sí, claro, que pasen, por favor, no les haga esperar".
Era un homenaje precioso a un hombre de teatro. Una interpretación de Osinaga en el otro sentido, dada la vuelta. Usaban su nombre como personaje, como vestuario, como atrezo… Y reconocían la vaga fama que debería tener todo actor, siempre al servicio de sus personajes y nunca al revés. Osinaga había creado una marca elegante, nada ostentosa, que no se imponía, pero que todo el mundo quería tener a su lado, como amigo, en la fiesta de la vida.

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