El jueves es el día de la Eucaristía, pues es el Jueves Santo celebramos su institución, en aquel feliz día, por el Señor. Así todas las semanas nos acordamos de este gran misterio por el que Dios se hace Pan para la vida del mundo, para su adoración y alimento en la Santa Misa. La Eucaristía es la Alianza que nada ni nadie puede romper. “¡Quien podrá separarnos del amor de Cristo!” (Rm 8, 35). Lo primero que nos conmueve de la Eucaristía es que se trata de una Alianza “nueva y eterna”, como dijo el Señor en la última cena. Lo expresa muy bien la Liturgia en la Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación: “Muchas veces los hombres hemos quebrantado tu alianza, pero tú, en vez de abandonarnos, has sellado de nuevo con la familia humana, por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, un pacto tan sólido, que ya nada lo podrá romper”.
Alianza que en la Eucaristía hace que nos transformemos en lo que comemos, como dice Lumen Gentium citando a San León Magno: “La participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos”. Al comer el Cuerpo de Cristo el Señor, aunque se hace a nuestra medida no se “reduce”. El milagro de la Eucaristía consiste en que el recipiente “de barro” se va asimilando al “tesoro”, al revés de lo que sucede en la naturaleza. Al recibir la Eucaristía, somos nosotros los asimilados a Cristo.
De esta manera, mediante su darse a comer como Pan de vida, el Señor va haciendo a la Iglesia. La va transformando en su Cuerpo en un proceso de asimilación misterioso y escondido. Y al mismo tiempo, en cuanto que este proceso cuenta con el sí libre de la Iglesia, que asiente en la fe a la Alianza que le ofrece su Esposo, la transforma en su Esposa y la invita hoy a la Nueva Evangelización.
No hay comentarios:
Publicar un comentario