Ya comenté que casi todos mis alumnos están muy orgullosos de que su profesor escriba en el Diario, pero que casi ninguno ha leído un artículo mío entero. Por supuesto, este detalle no empaña mi orgullo de su orgullo. Porque si me leyesen no estarían tan satisfechos, y porque es natural que unos adolescentes de formación profesional no sigan con insomne interés las mínimas revueltas del proceso catalán. Pero su veneración por la palabra escrita y por el trabajo intelectual, aunque sea desde lejos, me llena de gratitud y esperanza.
¿Quién me iba a decir que la actitud de mis alumnos sería la misma mía con respecto a Ángel León, a Aponiente y a su tercera estrella michelín? Estoy orgullosísimo de tener un vecino tan reconocido y talentoso, aunque nunca he ido a su molino de mareas. Yo delego, como hacen mis alumnos con su juicio literario, mi juicio gastronómico en los que saben, y aplaudo a nuestro paisano y presumo de él.
No es que no haya ido por ninguna razón de peso, sino por muchas menudas, menos el precio, que no es menudo. Son razones poco razonables. En primer lugar, mi extremo conservadurismo, que hace que, para una noche que salimos a cenar, vuelva adonde siempre y pida lo mismo. Me contaban de un joven sacerdote que se dirige por primera vez a su feligresía y empieza: "No os diré nada nuevo…". Del fondo de la parroquia sale una voz amenazadora, bromista y vergonzantemente emocionada: "Ni se le ocurra…" Esa voz podía ser mía, y no sólo en la iglesia. También en la restauración, ahora que lo pienso.
Mi otro motivo es otra peculiaridad. Como Rick, el de Casablanca, si me preguntan qué haré esta noche, contesto: "No hago planes con tanta antelación". En Aponiente, por su inmenso éxito, hay que reservar con tiempos geológicos. Están fuera de mi alcance: lo mío es dejarme caer.
Lo que no quita para que alce mi copa y brinde por las tres estrellas de Ángel León con la misma alegría que sus clientes habituales. Ni que renuncie al deseo (procrastinado) de leer un día su carta, como mis alumnos mis artículos. Ni a mi seguridad de que la experiencia no me defraudaría. Sirva este artículo para dejar constancia de que somos muchos portuenses los que, sin haber ido (todavía) a su restaurante, nos alegramos como el que más por sus triunfos. Quizá no hemos disfrutado (aún) del sabor del mar, pero el sabor del prestigio y el reconocimiento, sí, gracias al chef del mar.
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