Maldito diagnostico, y más si lo que tienes es esa cosa mala, que hasta es innombrable por lo mucho que asusta. La palabra tumor, cáncer, nos hace caer en la cuenta de nuestra finitud y sentir sobre nuestras cabezas la espada de Damocles y la amiga de la guadaña rondando por la habitación. Y aunque el médico sigue hablando de tratamientos, curación…, la tristeza que produce en la persona que la escucha es tal que no hay espacio en la vida para otra cosa que el llanto y el lamento ocultado el grito de Getsemaní: «Dios mío, por qué me has abandonado».
Habló media hora de su hijo, de su marido y su nieto… de cómo el diagnóstico le hace preguntarse para qué vivir si ya no va a poder disfrutar. Yo intento ayudar a que descubra cómo quiere vivir la vida y, entre algunas gansadas, empieza por fin a sonreír.
Cuando me despido me dice: ¿Usted no me podría confesar y comulgar? Adela se sincera con Dios y recibe tres sacramentos: Penitencia, Eucaristía y Unción de Enfermos.
Jesús quería decir la última palabra de nuestra conversación. Él no ha venido a quitarnos la enfermedad, pero sí que puede ayudarnos a vivir estos momentos, no da respuesta a nuestros por qués, pero sí nos muestra el cómo.
El rostro de Adela refleja de nuevo la ilusión por vivir y nos despedimos hasta mañana, cuando volverá a recibir a Jesús como alimento para no perder la esperanza y la vida que Dios nos ha prometido para los que tenemos fe.
Manuel Lagar
Capellán del hospital de Mérida
Capellán del hospital de Mérida
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