El artículo que publicó ayer Carlos Colón, Catalanismo y racismo, en el que recordaba la fuerte impronta racista de ese movimiento, plasmada en el manifiesto Per la preservació de la raça catalana, promovido en 1934 por el hoy totémico Companys, y que hubiera debido dar lugar a toda una Societat Catalana d'Eugènica, pone sobre el tapete un molesto componente ideológico de los supremacismos ibéricos que conviene tener en cuenta. La Societat que la guerra y el franquismo frustraron pretendía ni más ni menos que evitar o, en todo caso, condicionar y dirigir las uniones entre catalanes y españoles de otros orígenes al mismo tiempo que vigilar la incorporación a la clase dirigente catalana de los especímenes salidos de tales coyundas. Todo eso suena hoy a chaladura importante, pero en las primeras décadas del siglo XX la eugenesia había alcanzado ya rango legal en buena parte de Europa, así como en los Estados Unidos. Liberales y socialistas marchaban de la mano en la promoción de políticas que sólo su exacerbación por el nazismo acabaría desacreditando. Antonio Martín Puerta, director del Instituto de Humanidades del CEU, ha publicado muy recientemente un libro revelador, La Eugenesia ayer y hoy. La Biopolítica en la historia, que ofrece un panorama muy elocuente de los frutos que entonces se recogieron de la unión del cientificismo, el falso humanitarismo y la pérdida del sentido sobrenatural de la vida humana. Auschwitz tuvo raíces más hondas y ramificadas de las que se suelen tener en cuenta, y ello explica la sorprendente y preocupante reaparición de la eugenesia, bajo otras denominaciones más limpias, en nuestros tiempos.
Pero hablábamos de supremacistas catalanes y a ello vuelvo. Pocos pueden discutir que el catalanismo posee un viejo componente clasista, dirigido contra los españoles de otras zonas atraídos por la prosperidad de la región. Que ese clasismo se tiñe hoy como ayer de verdadero racismo lo ha demostrado cumplidamente el demógrafo Alejandro Macarrón a través del escudriñamiento de los apellidos ostentados por la clase dirigente catalana, especialmente por la política, en la que prácticamente no hay sitio para los ciudadanos que se llamen García, Pérez, Martínez o similar, aunque allí, como en toda España, sean notable mayoría. Compruébelo usted mismo, si lo desea, en las próximas listas electorales.
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