Casi nadie piensa nunca como yo, pero apenas recibo insultos ni troleos. Me envanezco de eso, porque me explicaré sin dotes de convicción, pero con finura, y me enorgullezco aún más de mis lectores, que afinan y saben que no ofendo, sino que sólo defiendo lo que opino. Presumo muchísimo, ya ven, y, sin embargo, me ha estremecido ver a bastantes independentistas aplaudiendo un artículo mío. ¡Cómo!
Tras unos segundos de estupor, lo he entendido. Me han entendido. Yo afirmaba que Rajoy, convocando estas elecciones instantáneas, ha hecho un cameron. Los independentistas, como es lógico, se acogen a esta interpretación como a un clavo ardiendo porque les endulza el trago de pasar por las horcas caudianas de unas urnas autonómicas. Y porque, además, es verdad, aunque sea a plazos y con retranca gallega. He suspirado: la verdad puede permitirse la audacia de ser un punto de encuentro entre los más distantes.
Los entusiastas de Rajoy niegan el cameron, remitiéndose, con el mismo positivismo legal del presidente, al dato de que son "elecciones autonómicas" y de que el art. 155 puede reactivarse. Ignoran que el desgaste de los materiales también afecta a las normas legales y que, si arrasasen los independentistas, no entraríamos en bucle, sino en un remolino. Imaginen cómo lo valorarían en el extranjero. Los críticos con Rajoy sí ven -vemos- el riesgo y hubiesen -hubiésemos- preferido un 155 en serio.
Lo que no quita para que Rajoy haya tenido la astucia de hacer el cameron en el mejor momento. Después del ridículo internacional del secesionismo, habiendo quedado en evidencia la inviabilidad empresarial y política de la independencia y la cobardía, la imprudencia y la división de sus líderes, etc. Y se votará, sobre todo, con los catalanes amantes de España movilizados y alegres, y con los principios constitucionales repasados y vigorosos. Y lo que todavía es más importante: con un equilibrio de fuerzas que podrá tal vez permitir, como recuerda oportunamente Arcadi Espada, una mayoría para un gobierno autonómico independentista, pero que no parece que pueda dar la mayoría cualificada exigible para la independencia de una autonomía.
Rajoy, por tanto, ha manejado, como es fama que hace él magistralmente, los tiempos, pero nada más. Nos ha dejado un órdago a lo cameron sobre la mesa. Y todo el trabajo a la sociedad civil catalana y española. Que está -menos mal- como nunca.
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