Hoy me vais a permitir que mire como el sol se esconde tras el Caíllo no con mis ojos, no con mis recuerdos, no desde mis vivencias sino con los ojos, los recuerdos y las vivencias de esos payoyos que están lejos del bendito pueblo que nos alumbra y enamora: Villaluenga del Rosario.
Quiero dedicar mi artículo no a tal o cual querido vecino o amigo de este lugar entre las montañas que nos une en tanto sino a todas esas personas que están fuera de Villaluenga ya sea por trabajo o porque en un momento determinado salieron del mismo para recorrer e instalarse en cualquier parte de España o del mundo.
Hoy quiero escribir para esos vecinos ya ancianos que han transmitido a sus hijos el amor de su pueblo y que cuando lo ven por fotografías, por lo que de él se escribe, por las referencias que se hagan a determinada familia, se emocionan y un reguero de lágrimas transcurre sobre sus caras llenas de los surcos y las arrugas que el pasar de los tiempos va marcando en nuestros rostros.
Hoy este artículo salido desde el corazón y el amor hacia Villaluenga del Rosario está dedicado al cien por cien para esas personas que un día tuvieron que abandonar su pueblo en busca de otros donde al final harían su vida aunque sin olvidar cada casa, cada calle, cada lugar, cada amanecer, anochecer o incluso el regusto que da a la memoria el haber conocido un lugar donde el sol antes de ponerse se esconde tras el Caíllo para no molestar.
Y también va dedicado a los hijos y nietos de esos padres y abuelos que fueron capaces de transmitir su amor por el pueblo de donde sus orígenes, del valor de lo auténtico, de lo puro, de lo natural, de la hospitalidad sin grandes artificios, del respeto, de una buena conversación, de saber mantener aunque pasen los años y pese a quien pese cada una de las tradiciones que hacen de Villaluenga del Rosario un sitio único y especial en todos los sentidos.
Sé, porque así personalmente me lo han transmitido, de la emoción que sienten los mayores y los más jóvenes cuando ven esa fotografía de la parte alta del pueblo por donde cada madrugada del 31 de agosto procesiona en devoto rosario de las piedras nuestra bendita Patrona mientras en el más absoluto silencio y la oscuridad de la noche solo se escuchan las oraciones de todo un pueblo a pies de la Virgen. Las lágrimas se pueden tragar al contemplar, por una fotografía, ese bello altar instalado justamente en la casa donde nacieran o que conocen perfectamente pues se lo han escuchado a sus abuelos en multitud de ocasiones con la mirada perdida más allá del puerto de la viñas, de la calle Real, Balmes, por la Sevadilla, la vieja Iglesia de El Salvador que acoge el Cementerio, la antigua posada y prisión convertidos en hotel, la botica, el viejo Casino, la blanca Iglesia o la Alameda que siempre parece una mocita con su mejor vestido.
Son también en las imágenes en las cuales aparecen los vecinos en torno al pueblo, en sus fiestas, devociones, celebraciones o al frente de ese negocio donde llevan toda la vida atendiendo a todos. En este lugar estuvo la panadería..., ¿Te acuerdas de Modesto, Emillio, Ana...? ¡Mira que bien está Rogelio, Cristobal, Mateos, Currín! ¡En esa casa nacieron mis padres...! ¿Cómo estará Diego Franco? ¿Y Antonio? ¿Ese que camina pesaroso no es Zunifredo? Preguntas y más preguntas a base de recuerdos y más recuerdos.
Y echarán la vista atrás para acordarse de la báscula, del Calvario, del antiguo Matadero o de la fuente blanca que da la bienvenida al pueblo.
¡Sí, es verdad, que de recuerdos, que de vivencias, que de emociones y sentimientos!
Y al ver a Juani repartiendo el correo podrán la cara de su padre que fue a quienes ellos conocieron y así un día y otro hasta que los recuerdos son parte de ese lienzo que llaman memoria y que siempre recuerdan como el día que se fueron para no volver o hacerlo en alguna temporada, día especial donde vivirán momentos únicos cargados de nobles, puros y certeros sentimientos.
Se acordarán de Emilio Barea que junto Alonso Moscoso siempre estaban metidos en no sé que cosa para su pueblo y sentirán añoranza cuando escuchen que Ana Mari ha heredado la misma mano que su madre Ana en la cocina y que sus croquetas son las de siempre, las de toda la vida.
¿Ese no es Alfonso? Y lo recordarán jugando con sus hermanos Salvador y José María por las empinadas calles de nuestro pueblo y seguirán recordando.
¡Es tan fácil recordar! ¡Un pueblo con olor a leña y a exquisito queso de cualquiera de sus afamadas y tradicionales queserías!
Y recordaran a esos viejos alcaldes, a los pastores que siempre iban en pos de su ganado o de las familias que vivían en plena sierra, de la vieja escuela rural, de aquel maestro que iba a darles clase en burro y volverán a perderse en los recovecos de la memoria.
Y se acordarán de sus familiares que yacen en el viejo y romántico cementerio que alberga la antigua Iglesia del Salvador que fue quemada por el enemigo francés pues su pueblo se negó a rendirse, rezarán una salve a la preciosa Virgen de los Dolores que junto a Padre Jesús protege y cuida a los hijos que están fuera y que por los avatares de la vida, de la edad, de lo que sea, no volverán a pisar tan bendita tierra.
Los recuerdos son las postales de la memoria que aparecen en blanco y negro y se rememoran en color.
Gracias a las fotografías, a las informaciones, a los artículos que se escriben saben que nuestro bendito pueblo ha ido avanzando sin perder sus tradiciones, sin perder su indiosincracia, sin perder su identidad y eso, os lo puedo asegurar, es lo que hace que Villaluenga sea tan distinta de las demás localidades, sea tan particular. Es bueno avanzar, es muy bueno el turismo, es necesario que nos visiten, nos conozcan, queden prendados de cuanto somos y donde estamos aunque sin perder nuestra esencia que debe convertirse en ese patrimonio inmaterial que todos debemos salvaguardar, proteger y cuidar.
El Estandarte de la Virgen del Rosario que forma parte del cortejo cuando sale nuestra excelsa y bella Patrona recuerda a los hijos de nuestro pueblo que partieron hacia el Villlaluenga Celestial que está más allá del Caíllo y también a esos hijos de este lugar que partieron, por las necesidades, por las circunstancias, por la vida, para hacer su vida en otro lugar.
Sí, hoy mi artículo "Desde Villaluenga", se lo quiero dedicar y dedico a todos esos payoyos, sea la generación que sea, que viven fuera y tienen parte de su corazón radicados por siempre en este bendito lugar que está cobijado entre montañas y protegidos bajo el manto de la Santísima Virgen del Rosario, nuestra Patrona y Alcaldesa perpetua.
Con mi cariño, admiración y respeto, recibid todos un fraternal abrazo,
Jesús Rodríguez Arias
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