Evita caer en ese estado de sopor en el que la vida se vive tranquilamente, sin inquietudes, sin asombrarse de nada, creyéndose feliz y satisfecho. Si nada te asombra, si nada acelera tu ritmo cardíaco, dilata tus pupilas, eriza tu vello y te provoca una sonrisa, habrás dejado de ser un niño que estira los brazos para asirse a su padre, habrás perdido la ilusión.
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