Primera Lectura: I Pedro 5,1-4
Queridos hermanos: A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.
Sal 22,1-3.4.5.6 R/. El Señor es mi pastor, nada me falta
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara, mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R/.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara, mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R/.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Evangelio: Mateo 16,13-19
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»
II. Compartimos la Palabra
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”
La cátedra de San Pedro, mejor dicho, quien se sienta en la cátedra de San Pedro, tiene como misión predicar a Cristo, ponernos en contracto con Cristo, acercarnos a Cristo. Es cierto que esa es la labor de todo cristiano, ocupe el lugar que ocupe dentro de la Iglesia. Pero no cabe duda de que Jesús quiso dar a Pedro y sus sucesores un papel destacado. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.
¿Quién era Pedro para que pensase Jesús en ponerle al frente de sus seguidores? ¿Fue Pedro un discípulo de Jesús desde el primer momento, sin fallos, sin fisuras, atento siempre a las indicaciones de su Maestro? Sabemos que no fue así, que Pedro experimentó la grandeza y la debilidad de todo ser humano, de todo seguidor de Jesús. No fue lineal la historia de Pedro. Su corazón y su actuar no fueron plenamente cristianos desde el principio. Su carácter impetuoso y espontáneo le llevó siempre a expresar con prontitud lo que sentía en su interior. Por eso, cuando el Señor Jesús, por primera vez, le dijo “sígueme”, inmediatamente, dejó su barca, sus redes y le siguió. Intuía que Jesús era distinto y mejor que el resto de los hombres.
Los evangelios nos relatan un segundo momento en el que Jesús vuelve a decirle “sígueme”. Fue en el lago de Tiberíades, después de preguntarle por tres veces si lo amaba y de escuchar su respuesta. “Dicho esto, añadió: Sígueme”. En esta segunda ocasión, su respuesta fue más reposada, más firme… y más suplicante de ayuda. Para entonces, sabía de sus negaciones, de su intento de apartar a Jesús del camino de la cruz, de las discusiones con los otros discípulos sobre quién era el primero… sabía con más fuerza de su grandeza y de su debilidad. Algo que siguió experimentando cuando estaba al frente de la iglesia y dudaba, por ejemplo, de cómo proceder ante los gentiles y sus costumbres.
En la cátedra de Pedro hoy se sienta el Papa Francisco, un hombre, un cristiano, un obispo, que al igual que San Pedro, sabe de su grandeza y de su debilidad. No se recata en decir que él también peca, pero que la misericordia Dios es mayor que el pecado, y que se la brinda a todo el que acude a él. Con la luz del “Padre que está en el cielo” confiesa a Jesús como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” y es de él de quien se fía. Y siempre tiene presentes las palabras de Jesús a Pedro: “Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos”.
Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)
Real Convento de Predicadores (Valencia)
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