(Publicado en Información 23/02/14)
Bien podría este artículo adaptarse a dos fechas muy inmediatas que están por llegar: El Carnaval y la Semana Santa.
Son dos tipos bien diferentes de antifaces, con dos objetivos diametralmente distintos aunque el fin perseguido sea el mismo: ¡Ocultar la identidad!
En las fechas propias del D. Carnal son más de diversión y de fiesta en el sentido más mundano de la expresión y permitidme que no entre en estas fiestas porque ni soy seguidor y menos conocedor de las mismas. Admito que son parte de la indiosincracia del pueblo, aunque no por eso me tengan que gustar. El respeto ante todo.
El antifaz de un cofrade es distinto porque es penitencial. Con el mismo intentamos ocultarnos para ofrecer el sacrificio que cada uno hacemos acompañando a nuestros Amados Titulares desde el interior, desde lo íntimo, aunque estemos en la calle que es el máximo exponente de lo público y notorio. Son horas en las cuales pasas desapercibido, nadie te conoce si no te das a conocer, es un trayecto que dedicas al Señor y a Su Bendita Madre desde la oración y meditación íntima, personal e intransferible.
El antifaz supone nuestro acallamiento a Dios, abajarnos de los pilares donde nos hayamos instalado, de nuestro orgullo y, en cierta medida, nuestras soberbias. Nos hacemos invisibles para el mundo porque queremos ser plenamente visibles ante Cristo Nuestro Señor.
Son dos tipos bien diferentes de antifaces, con dos objetivos diametralmente distintos aunque el fin perseguido sea el mismo: ¡Ocultar la identidad!
En las fechas propias del D. Carnal son más de diversión y de fiesta en el sentido más mundano de la expresión y permitidme que no entre en estas fiestas porque ni soy seguidor y menos conocedor de las mismas. Admito que son parte de la indiosincracia del pueblo, aunque no por eso me tengan que gustar. El respeto ante todo.
El antifaz de un cofrade es distinto porque es penitencial. Con el mismo intentamos ocultarnos para ofrecer el sacrificio que cada uno hacemos acompañando a nuestros Amados Titulares desde el interior, desde lo íntimo, aunque estemos en la calle que es el máximo exponente de lo público y notorio. Son horas en las cuales pasas desapercibido, nadie te conoce si no te das a conocer, es un trayecto que dedicas al Señor y a Su Bendita Madre desde la oración y meditación íntima, personal e intransferible.
El antifaz supone nuestro acallamiento a Dios, abajarnos de los pilares donde nos hayamos instalado, de nuestro orgullo y, en cierta medida, nuestras soberbias. Nos hacemos invisibles para el mundo porque queremos ser plenamente visibles ante Cristo Nuestro Señor.
Sirve la Estación de Penitencia, vivida desde la coherencia, como un aldabonazo para lo que supone el seguir con nuestro día a día el resto del año.
Muchas veces, recogida ya nuestra Cofradía y pasada la Semana Santa, encaramos nuestra particular existencia como protegidos por un antifaz con el cual mantenemos oculta nuestra acción, nuestra vida como cristianos. Ese antifaz no tiene colores identificativos pero ofrece una imagen engañosa de lo que somos y creemos en realidad.
Porque, ¿De qué me sirve el realizar la anual Estación de Penitencia con mi Cofradía, revistiéndome con mi hábito nazareno, siguiendo a Jesús y a María si luego en mi vida diaria no quiero saber nada de mis hermanos, de las enseñanzas que nos dejó Cristo, de la Santa Madre Iglesia?
Parece que nos diera miedo o vergüenza el decir que somos cristianos y sobre todo actuar como tales en una sociedad donde prima lo fácil, la ley del mínimo esfuerzo, el hedonismo, la codicia, el consumismo, la burla contra lo más sagrado en pos de no sé que malentendida “libertad de expresión”. El ser Amigo de Jesús, el llevar sus Mandatos a nuestra vida, el defender los valores que nos son inherentes no admite de antifaces que nos oculten ante los ojos de los demás sino de valentía, de la que da Dios, para trabajar por su Reino y convertir este mundo gris en uno lleno de color, de Vida y de Amor.
Por eso te animo a quitarte el antifaz, a ponerte de frente y asumir tu misión evangelizadora sin ambages, ni medias tintas, sin nada que oculte tus honestas intenciones aunque por defender tu fe seas perseguido, humillado y apartado de una parte del mundo cada vez más alejado de Dios y por eso mismo más cercano a la maldad.
Para la Estación de Penitencia, querido hermano cofrade, haz los ofrecimientos que debas y entre ellos que no falten nunca el que Dios nos ilumine a todos y nos fortalezca la fe.
Muchas veces, recogida ya nuestra Cofradía y pasada la Semana Santa, encaramos nuestra particular existencia como protegidos por un antifaz con el cual mantenemos oculta nuestra acción, nuestra vida como cristianos. Ese antifaz no tiene colores identificativos pero ofrece una imagen engañosa de lo que somos y creemos en realidad.
Porque, ¿De qué me sirve el realizar la anual Estación de Penitencia con mi Cofradía, revistiéndome con mi hábito nazareno, siguiendo a Jesús y a María si luego en mi vida diaria no quiero saber nada de mis hermanos, de las enseñanzas que nos dejó Cristo, de la Santa Madre Iglesia?
Parece que nos diera miedo o vergüenza el decir que somos cristianos y sobre todo actuar como tales en una sociedad donde prima lo fácil, la ley del mínimo esfuerzo, el hedonismo, la codicia, el consumismo, la burla contra lo más sagrado en pos de no sé que malentendida “libertad de expresión”. El ser Amigo de Jesús, el llevar sus Mandatos a nuestra vida, el defender los valores que nos son inherentes no admite de antifaces que nos oculten ante los ojos de los demás sino de valentía, de la que da Dios, para trabajar por su Reino y convertir este mundo gris en uno lleno de color, de Vida y de Amor.
Por eso te animo a quitarte el antifaz, a ponerte de frente y asumir tu misión evangelizadora sin ambages, ni medias tintas, sin nada que oculte tus honestas intenciones aunque por defender tu fe seas perseguido, humillado y apartado de una parte del mundo cada vez más alejado de Dios y por eso mismo más cercano a la maldad.
Para la Estación de Penitencia, querido hermano cofrade, haz los ofrecimientos que debas y entre ellos que no falten nunca el que Dios nos ilumine a todos y nos fortalezca la fe.
Recibe un fuerte abrazo y que Dios te bendiga.
Jesús Rodríguez Arias
Jesús Rodríguez Arias
En muchas circunstancias sucede que no somos lo suficiente humildes para aceptar nuestras debilidades. Quizás nos escondemos porque tememos que esa es mi debilidad y tengo miedo de caer. Nos falta humildad para reconocer, como Pedro, que Jesús sabe de nuestras debilidades y fracasos y lo que nos pide son, precisamente, esas debilidades y fracasos para transformarlas.
ResponderEliminarOcurre que no lloramos nuestros pecados y, como Judas, nos retiramos, y nos da miedo volver al ruedo de la vida y allí dar testimonio de arrepentidos, de creyentes que pedimos perdón y seguimos empeñados y esperanzados que el Señor es el único y verdadero camino.
Los disfraces del carnaval, o de otras formas, no pertenece al mundo cristiano, sino a los que desean disfrutar según el mundo. Y aunque algunos se disfracen de personas consagradas, llevan una vida en pecado y no quieren salir de ella. Años tras años, la gente se disfraza porque no han aceptado a Cristo. La corrompida influencia del mundo, ha afectado a algunos centros de colegios religiosos, que hacen que los niños escojan un disfraz que más le guste, pero no viven una vida de piedad. Si no tienen fe, terminan por agradar al mundo, ofendiendo a Dios con tantos disfraces.
ResponderEliminarPero si nosotros como hijos e hijas de Dios nos revestimos de Cristo (en Romanos 11, 14), nos pide el Espíritu Santo en San Pablo, que debemos vivir con dignidad. Y esta vestidura de Cristo,
Luego, por otra parte, hay niños que le disfrazan de sacerdotes, monjas, religiosos, ¿pero de que sirve que le disfracen de esto si luego no viven una vida conforme a Cristo? ¿Es para tener un recuerdo y fotografiarlo? No podemos olvidar, que lo que cuenta para Dios, no es lo exterior, sino nuestro corazón.
Los engaños del demonio son muchos, y qué fácil hace caer a los que están alejados de la oración contemplativa.
Revestirse de Jesucristo no es un disfraz, sino convertir nuestra antigua vida vieja, en la nueva conforme a Cristo Jesús,
«Por lo demás, hermanos buscad vuestras fuerzas en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios para poder afrontar las acechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes: ceñid la cintura con la Verdad y revestid la coraza de la justicia (Isaías 11, 5. 59.17); calzad los pies con la prontitud del Evangelio de la Paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagará las flechas incendiarias del maligno.
» Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando junto con constancia, y suplicando por todos los santos. » (Ef.6, 20-18.). [Sagrada Biblia, edición Conferencia Episcopal Española.]
El verdadero cristiano no tiene tiempo para disfrace, porque no se quitará esta vestidura de Cristo para volver a lo pagano, a lo profano. Pues la perseverancia en el cristiano verdadero no se verá interrumpida por complacer al mundo. El cristiano siempre está unido a Dios por la oración constante en espíritu y verdad (Jn 4, 23-24).
No es un disfraz que el cristiano nos revistamos de Cristo Jesús. Pero no olvidemos, que una vez que hemos comenzado a caminar con Cristo, no vemos la necesidad de volver a las costumbres de nuestro hombre viejo que está unido a todo lo mundano.
La vida del Evangelio en toda su pureza es el carnet de identidad del cristiano, y no falsifica este carnet de identidad, sino que la guarda en su corazón para que no se desvirtúe con la corrompida influencia mundana. El Evangelio nos lleva a la vida de oración contemplativa, a la Eucaristía, a tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús y Dios nuestro.