Laurel Cornell Robinson
Nuestros programas de TV y películas favoritas idolatran la fuerza. Contra nuestro sentido común, nosotros televidentes nos encontramos apoyando imaginariamente a ladrones de bancos, narcotraficantes, asesinos, porque muestran a personas que fueron alguna vez vulnerables o explotadas, pero se han alzado en contra de toda probabilidad. En Los juegos del hambre, Katniss está confundida e indefensa frente a la injusticia del Capitolio, pero su tenaz fuerza y determinación la hacen seguir adelante.
Esto nos interroga. Nosotros queremos ser fuertes. Cuando algo nos hace sentir despreciados, insultados o inútiles, nuestra respuesta natural siempre es responder con más fuerza, contraatacando, o haciendo un plan para evitar ese desagradable sentimiento en el futuro. Queremos pensar, si surge una situación así, nos elevaremos sobre ella – como los personajes de nuestros cuentos favoritos. Después de todo, ¿quién quiere fracasar?
Pero al mismo tiempo, la Biblia nos dice que la clave de la fortaleza es la debilidad.
Pablo dijo a los creyentes en Corintio que el Señor le dijo: “mi gracia te basta; pues la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Co 12, 9). Estas no son las palabras de un monje de clausura. Pablo era la imagen del fanatismo, persiguiendo apasionadamente cristianos hasta que Dios lo tiró del caballo. Incluso después de esa conversión, Pablo usó un fuerte lenguaje en muchas de sus cartas, así como en discursos públicos. Dios deliberadamente le dio a Pablo una “espina en la carne” – una debilidad – y rehusó quitársela, diciéndole: La necesitas. Es la clave de mi poder que trabaja a través de ti para cambiar vidas.
Otra forma habitual de intentar ser fuerte es hacer planes. Nuestra cultura nos presiona para que hagamos planes. Planeamos el camino de la educación con la universidad en mente; planeamos las decisiones en la universidad con una carrera en mente; tomamos las decisiones en nuestra carrera con la jubilación en mente. Es absurdo, y, sin embargo, no sabemos verlo otro modo. Nos sentimos irresponsables si no tenemos un plan.
El mensaje de Dios a su pueblo no es “organízate” o “planea tu vida”. Juan dice abruptamente a aquellos que piensan que lo tienen todo resuelto: “no sabes lo que deparará el mañana… deberías decir ‘si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o lo otro’… Te jactas en tu arrogancia. Toda presunción es mala” (Jn 4, 14-16). Jesús les señala a sus seguidores los lirios, que no se preocupan de sus vidas o planean sus caminos, sino que son creados y se sostienen perfectamente, con una belleza que las cosas hechas por la mano del hombre no pueden igualar.
A final del siglo XIX, Charles Spurgeon desveló una trampa en la que los mejores de entre nosotros podríamos caer: “Muchos siervos de Dios hacen sentir su debilidad de otra manera, a través de un sentido de la responsabilidad… Si sintiéramos responsabilidad tan profundamente nos volviéramos incapaces de mantenerla; podría paralizar nuestro gozo, y hacernos esclavos de nosotros mismos. No tengas una visión exagerada de lo que Dios espera de ti. No te echará la culpa de no hacer eso que está más allá de tu poder mental y de tu fuerza física. Se te pide que seas fiel, pero no estás obligado a conseguirlo”.
¿Qué significa “ser débil” cada día? Se parece a la humildad. La humildad es resbaladiza y fácilmente se convierte en algo artificial, sin embargo, cuando se reconoce la propia debilidad – o, como Pablo, tienes alguna forma de debilidad sobre ti – el resultado es la genuina humildad.
Ann Voskamp, en su libro One Thousand Gifts, cita a FB Meyer (otro evangelista de principios del siglo XX): "Solía pensar que los regalos de Dios estaban en estantes uno sobre el otro, y que mientras más alto crecíamos en la vida cristiana, más fácil lográbamos alcanzarlos. Me parece ahora que los dones de Dios están en los estantes de abajo del todo, y que no es una cuestión de hacerse más alto, sino de abajarse, cada vez más, para obtener sus mejores dones”.
Por la gracia de Dios, Él permite cosas en nuestras vidas que nos hacen ser conscientes de nuestra debilidad, y con ello nos mantenemos humildes. Tenemos la posibilidad de luchar contra ellas – o podemos hacer una pausa y recibir el don de la humildad un día más.
Esto nos interroga. Nosotros queremos ser fuertes. Cuando algo nos hace sentir despreciados, insultados o inútiles, nuestra respuesta natural siempre es responder con más fuerza, contraatacando, o haciendo un plan para evitar ese desagradable sentimiento en el futuro. Queremos pensar, si surge una situación así, nos elevaremos sobre ella – como los personajes de nuestros cuentos favoritos. Después de todo, ¿quién quiere fracasar?
Pero al mismo tiempo, la Biblia nos dice que la clave de la fortaleza es la debilidad.
Pablo dijo a los creyentes en Corintio que el Señor le dijo: “mi gracia te basta; pues la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Co 12, 9). Estas no son las palabras de un monje de clausura. Pablo era la imagen del fanatismo, persiguiendo apasionadamente cristianos hasta que Dios lo tiró del caballo. Incluso después de esa conversión, Pablo usó un fuerte lenguaje en muchas de sus cartas, así como en discursos públicos. Dios deliberadamente le dio a Pablo una “espina en la carne” – una debilidad – y rehusó quitársela, diciéndole: La necesitas. Es la clave de mi poder que trabaja a través de ti para cambiar vidas.
Otra forma habitual de intentar ser fuerte es hacer planes. Nuestra cultura nos presiona para que hagamos planes. Planeamos el camino de la educación con la universidad en mente; planeamos las decisiones en la universidad con una carrera en mente; tomamos las decisiones en nuestra carrera con la jubilación en mente. Es absurdo, y, sin embargo, no sabemos verlo otro modo. Nos sentimos irresponsables si no tenemos un plan.
El mensaje de Dios a su pueblo no es “organízate” o “planea tu vida”. Juan dice abruptamente a aquellos que piensan que lo tienen todo resuelto: “no sabes lo que deparará el mañana… deberías decir ‘si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o lo otro’… Te jactas en tu arrogancia. Toda presunción es mala” (Jn 4, 14-16). Jesús les señala a sus seguidores los lirios, que no se preocupan de sus vidas o planean sus caminos, sino que son creados y se sostienen perfectamente, con una belleza que las cosas hechas por la mano del hombre no pueden igualar.
A final del siglo XIX, Charles Spurgeon desveló una trampa en la que los mejores de entre nosotros podríamos caer: “Muchos siervos de Dios hacen sentir su debilidad de otra manera, a través de un sentido de la responsabilidad… Si sintiéramos responsabilidad tan profundamente nos volviéramos incapaces de mantenerla; podría paralizar nuestro gozo, y hacernos esclavos de nosotros mismos. No tengas una visión exagerada de lo que Dios espera de ti. No te echará la culpa de no hacer eso que está más allá de tu poder mental y de tu fuerza física. Se te pide que seas fiel, pero no estás obligado a conseguirlo”.
¿Qué significa “ser débil” cada día? Se parece a la humildad. La humildad es resbaladiza y fácilmente se convierte en algo artificial, sin embargo, cuando se reconoce la propia debilidad – o, como Pablo, tienes alguna forma de debilidad sobre ti – el resultado es la genuina humildad.
Ann Voskamp, en su libro One Thousand Gifts, cita a FB Meyer (otro evangelista de principios del siglo XX): "Solía pensar que los regalos de Dios estaban en estantes uno sobre el otro, y que mientras más alto crecíamos en la vida cristiana, más fácil lográbamos alcanzarlos. Me parece ahora que los dones de Dios están en los estantes de abajo del todo, y que no es una cuestión de hacerse más alto, sino de abajarse, cada vez más, para obtener sus mejores dones”.
Por la gracia de Dios, Él permite cosas en nuestras vidas que nos hacen ser conscientes de nuestra debilidad, y con ello nos mantenemos humildes. Tenemos la posibilidad de luchar contra ellas – o podemos hacer una pausa y recibir el don de la humildad un día más.
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