La diferencia entre algunas naciones que han salido de la miseria, y otras que «pasan por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia», está en muchos casos en su apertura responsable a la vida, que es «una riqueza social y económica». Lo afirma el mensaje de la Conferencia Episcopal Española para la Jornada por la Vida, hecho público este viernes. Pero, para promover la natalidad, no bastan las medidas e incentivos económicos: hay que recuperar la belleza del matrimonio y la familia, y recordar el valor de la vida humana desde la concepción
Noticia digital (28-II-2014)
«Las cifras de paro aumentan»; «No llegamos a fin de mes»; «El descenso de la natalidad pone en serio riesgo las pensiones»… Son algunos de los titulares que aparecen de fondo en el cartel para la Jornada por la Vida del 25 de marzo, difundido este viernes por la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española. Sin embargo, por encima de todas esas malas noticias, resalta la imagen de un recién nacido, con el lema de la Jornada: ¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis!
Junto al cartel, la Conferencia Episcopal ha difundido todos los materiales para la Jornada, que incluyen la oración, el subsidio litúrgico, y el mensaje de los obispos de la Subcomisión, tituladoPor los niños; por los padres; por los abuelos: sí a la vida.
El mensaje incide en la idea esperanzadora del lema del cartel. «Para España, para Europa y para el mundo -comienzan diciendo- la apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la capacidad de sus habitantes». Por el contrario, «naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de natalidad, un problema crucial para las sociedades de mayor bienestar».
Consecuencias morales de la baja natalidad
Además de las consecuencias socioeconómicas del envejecimiento alarmante de la población, la baja natalidad también conlleva consecuencias morales. El aumento del número de hijos únicos, que no acaba sólo con la figura del hermano sino, en la siguiente generación, de tíos y primos, desemboca en que «la soledad puede volverse atronadora, la posibilidad de solidaridad familiar casi se desvanece, y, para los laicistas, solo queda el Estado, quebrado e impotente ante las necesidades materiales y espirituales de las personas».
En el contexto actual, existe la tentación de pensar que «la caída de la natalidad solo tiene que ver con los problemas económicos de las familias, y que para aumentarla solo se requiere propiciar un incremento de los ingresos familiares y, en su caso, implementar las pertinentes ayudas económicas y sociales». Sin embargo, aunque «todo ello sería una gran ayuda», el factor fundamental, «lo verdaderamente grave ha sido, con el concurso de los poderosos y de su dinero, la instalación en los corazones de una verdadera mentalidad egoísta y anti-vida que ha arraigado en profundidad en las almas».
Es imprescindible un cambio de mentalidad
Por eso, «se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y el matrimonio». Los obispos consideran imprescindible un «cambio de mentalidad y de vida que permita ganar la propia libertad para donarse al otro: donarse a la esposa o al esposo, donarse a los hijos, donarse a los ancianos, donarse al que sufre».
También insisten en «llamar de nuevo la atención sobre el valor y la dignidad de la vida humana desde la concepción y hasta su fin natural. Además, queremos instar a reflexionar sobre la experiencia vital en la que todos percibimos la vida como signo de esperanza». A esto se añade la necesidad de ofrecer una adecuada formación afectivo-sexual, y de «recuperar la grandeza del don y sentido de la maternidad, como el gran don de Dios a la mujer». Esta visión de la maternidad sufre los ataques del feminismo radical y la ideología de género.
Con palabras del Papa Francisco, en alusión al aborto, los obispos nos recuerdan que «no es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana». Estas palabras son como un «aldabonazo en nuestros corazones» que nos urgen a una decidida y valiente defensa de la vida desde todos los ámbitos, teniendo muy presente que «la Iglesia es la madre que a todos acoge con entrañas de misericordia y nos anuncia a Jesucristo, el Evangelio de la Vida».
María Martínez López
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