Entrevista a don Víctor Pérez Díaz, sociólogo y analista político
«No hemos hecho los deberes, y ahora, toca reaccionar»
España afronta una situación límite, con un tejido social deshilachado. La economía está rota, impera el Qué hay de lo mío, se corre el riesgo de caer en un pesimismo que nos precipite al vacío. Pero la solución existe, y pasa por reaccionar con inteligencia y fortaleza, afrontando la situación con optimismo, esperanza y, sobre todo, autoexigencia. Ésta es la clave que da el prestigioso sociólogo y analista político don Víctor Pérez Díaz, ante un 2012 que, ante todo, «es una oportunidad extraordinaria para España»
Don Víctor Pérez Díaz
El 2012 será un año duro. ¿Estamos preparados los españoles para afrontar esta situación?
La crisis es una oportunidad extraordinaria para que este país se dé cuenta de muchas cosas. Los españoles llevan treinta años convencidos de que están en el mejor de los mundos, con la transición democrática y la modernidad; pero, ahora, se encuentran en una situación muy diferente. Ésta es una crisis enorme: cultural, económica, política... Nos encontramos en una situación muy difícil, que va a durar bastante tiempo, pero es la ocasión perfecta para reaccionar con la cabeza. La solución pasa por reaccionar con inteligencia, templanza y fortaleza, y afrontar la situación con optimismo, esperanza y autoexigencia. Desde luego, la crisis es, en ese sentido, muy positiva, porque no hemos hecho nuestros deberes básicos, y ahora la situación nos obliga a reaccionar como una cuesión de supervivencia.
¿Qué asignaturas ha suspendido España, en los últimos 30 años?
A finales de los 70, hubo una crisis de transición cuya solución estuvo favorecida porque el contexto internacional empujaba en una dirección razonable, y, por dentro, se había preparado el terreno, desde 20 años antes, para un desenlace democrático. La crisis económica se manejó suficientemente como para ir tirando, y aprovechar los vientos de la economía mundial y europea. Pero la semi-solución de aquella crisis nos dejó el mercado dual de trabajo que tenemos, donde hay una parte de la población bastante protegida y una gente joven desprotegida. En estos 30 años, no se ha construido el tejido empresarial preciso, con el recorrido y la amplitud necesarias, innovador y competitivo que hace falta para la exportación, como lo han hecho Holanda, Alemania, Suecia, Finlandia o Austria, por ejemplo.
No lo hemos hecho, en parte, porque la gente joven no ha podido ubicarse bien en un mercado de trabajo demasiado rígido. Y, además, se le ha dado un sistema de formación profesional mediocre. Entre que no se les han facilitado las cosas y que ellos no han empujado..., hemos llegado a la situación actual.
Tenemos un sistema educativo flojo y un mercado de trabajo mal diseñado. También, hemos generado un sistema de debate público rudimentario, con mucho ruido, mucha vehemencia y poca razonabilidad. Nuestra economía no está orientada hacia la exportación ni la mejora de la competitividad. La ciudadanía es, en gran parte, pasiva, con poco nivel de asociacionismo y el mismo nivel de confianza los unos en los otros que hace treinta años -que no es mucha-; por no hablar de una tensión nacionalista, a veces desconcertante, en varias Comunidades Autónomas. Además, estamos en una Europa que no sabe a dónde va.
Los españoles tampoco tenemos confianza en nosotros mismos, ni en los otros. La conclusión es que una buena crisis nos puede despertar de un sueño un poco absurdo. Buena parte de la solución es tener impulso, aprovechar al máximo lo que te dan, y buscar lo que no te dan.
¿Por qué se ha perdido la confianza los unos en los otros?
Porque, con demasiada frecuencia, el español tiene la sensación de que hace las cosas mal, o de que en su entorno las cosas se hacen mal, y eso produce inseguridad en uno mismo y recelo hacia los demás. Algo tan fundamental como es la autoestima necesaria para confiar en uno mismo y en los otros, pasa por el trabajo bien hecho.
Y este trabajo bien hecho no es, por ejemplo, el de un debate político donde no se escucha ni se dialoga: con frecuencia, estamos tan obcecados en nuestra posición y en lo que vamos a decir, que no atendemos al que tenemos enfrente.
Al final, el debate se convierte en un intercambio de descalificaciones en los que las gentes se expresan, pero no razonan. Y, además, no se escucha al otro. ¿Qué confianza se puede crear a partir de ahí?
El filósofo social Matthew Forde sostiene que la secularización causa la desocialización de un país, rompe la confianza y, por tanto, la cohesión social. Él utiliza el ejemplo de Gran Bretaña. ¿Esto también ha ocurrido en España?
La secularización es un fenómeno extraño, porque el problema de fondo es si hay un cristianismo vivido, o hay un cristianismo ritual, de ceremonias externas.
La experiencia cristiana vivida es el amor al prójimo y la búsqueda de la verdad. Si las élites y las masas que se autotitulan cristianas, no tienen amor al prójimo ni buscan sistemáticamente la verdad, con la humildad que acompaña, el problema es, si tienen o no, un problema de vaciamiento interno de su religiosidad.
Así que respondo con otra pregunta: ¿qué hay del cristianismo vivido, aunque, a veces no se formule en términos explícita y formalmente religiosos, y a veces de forma tácita?
Crear cohesión social
Optimismo y exigencia personal son las claves
para crear un tejido social que evite la ruptura del país
¿Cómo se fortalece, entonces, la cohesión social de una nación, para poder trabajar por el bien común?
Es, a partir de las experiencias básicas de la vida cotidiana, desde dónde se forma la confianza de la gente, donde se crea la comunidad. Se empieza por el día a día, y se termina construyendo empresas, partidos, asociaciones y un largo etcétera; pero estas experiencias más amplias, tienen que estar sustentadas, primero, en experiencias básicas.
Y las experiencias básicas se aprenden en comunidad: la comunidad sirve para comunicar y comunicarnos: para comunicar cosas que nos afectan emocionalmente, porque somos sensibles a los problemas de los demás, y nos afectan intelectualmente, porque somos sensibles a sus argumentos.
Si no somos capaces de hacer esto, ¿cómo vamos a pensar en el bien común? Si uno no es capaz de eso, cuando se le pregunte por ello, va a repetir eslóganes del partido que le gusta, y a expresar su antipatía por el que no le gusta. Eso no es razonable. En el país hay capacidad de trabajar por el bien común, pero está poco cultivada.
¿Y un ejemplo de cómo crear comunidad?
Los ejemplos son múltiples. Se trata de constituir asociaciones, comunidades de debate, de investigación, e, incluso, agrupaciones políticas en las que prevalezca un espíritu de amistad y el sentimiento de construir un grupo abierto, que hace bien el trabajo que tiene que realizar, y cuidadoso, y que permita el desarrollo de agentes morales libres. Eso puede formar una comunidad de gente, que construye comunidad hacia dentro y hacia fuera, porque tiene una actitud abierta, con disposición de apertura y generosidad.
Para eso, se trata de buscar afinidades con quienes uno se asocia, para poner juntos unos recursos y una energía, en torno a unas tareas. Eso tiene que arrancar de cada uno, y en colaboración con otros. Una vez que se desarrolla esa capacidad de crear comunidad en un terreno, se traslada a otros. Desde la amistad al mundo del trabajo, vida política o educación.
Los jóvenes, la clave
El incremento de las rupturas matrimoniales, el aumento del pesimismo juvenil, la generación ni-ni..., ¿son indicadores de que los jóvenes tienen una capacidad de tolerancia mínima a la frustración?
El objetivo es aprender a entenderse a uno mismo y a los demás y, así, hacer bien las cosas. Tener motivaciones positivas, generosidad de espíritu... Una vez conseguido esto, el siguiente paso es unirse en grupos que formen masa crítica, utilizando el marco institucional. Hay que recordar lo obvio. No estamos, precisamente, en una sociedad totalitaria, con un archipiélago de Gulag en el centro, ni por debajo del umbral de la pobreza. Estamos en una democracia liberal, con una economía de mercado que es un sistema económico bastante correcto, comparado con el de una economía socialista, y con una sociedad plural y tolerante. En este sentido, tenemos un marco institucional básico, susceptible de reformas continuas.
¿Y cómo se aprende a reaccionar?
Los jóvenes tienen la responsabilidad de pensar. Se viaja, se mira, se contempla, se compara y se razona. Los jóvenes españoles de hoy son una generación un poco mimada de la Historia, con un nivel de renta per cápita alto, con padres y madres que les cuidan para que no tengan que esforzarse demasiado -lo que es un error-. Tienen, digamos, 20 años, salud, energía, y con todo eso ¿a veces se quejan y se preguntan qué será de mí? ¿Y se indignan porque quieren ya una solución?
Esto provoca una mezcla de irritabilidad y apatía sin mucho sentido. Todo el país es responsable de la situación actual y de sus problemas: las élites políticas, las económicas, las élites académicas, los medios de comunicación, las generaciones mayores, los jóvenes mismos... Tampoco se resuelven los problemas con sermones de quienes, además, tampoco han puesto su ejemplo claramente encima de la mesa.
Éste no es un país como para que nadie tire piedras al prójimo. Se trata de comprender, que las cosas se tienen que hacer entre todos, por todos y cada uno, según el nivel de exigencia que uno se imponga, y teniendo en cuenta la responsabilidad correspondiente a los recursos que Dios, la Historia, la Providencia o las circunstancias nos hayan dado. De momento, el país se ha acostumbrado a funcionar bastante por debajo del nivel de exigencia que se puede y se debe esperar de él.
Responsabilidad personal
Sólo gritando, o sentados esperando, no se
encuentra la solución a los problemas de España
¿Cómo es el carácter del español?
El español tiene buen fondo, ahora no somos demasiado violentos, aunque tuvimos una guerra civil atroz en su momento; somos de trato cálido, y nos gusta echarnos unas risas con amigos que, a lo mejor, no son amistades profundas, pero para vivir, todo eso ayuda. Tenemos una inteligencia normal, a lo mejor no cultivada, pero cultivable. La materia prima está bien. Tampoco es que el español tienda a andar triste por las esquinas, desmoralizado; y aunque hay algunos que pegan gritos, eso no es lo habitual, es un poco de folclore.
Entonces, ¿no hay peligro de que España estalle?
Puede hacerlo, pero no tiene necesariamente por qué, ni parece lo más probable. Si lo que queremos es seguridad para el futuro..., hay que empezar por reconocer que no la hay. No hay forma de controlar el destino, así que, en lugar de gritar o deprimirse, lo que se puede hacer es enfrentarse con las situaciones con decencia y sensatez.
La situación es muy dura, y requiere una respuesta en la que hay que trabajar con inteligencia, y con sentimientos positivos de unos hacia otros. Así, encontraremos cosas sensatas y decentes que decir sobre cómo manejar un espacio público de debate con inteligencia, cómo enfrentar la crisis con medidas de política pública, o tomar posiciones a favor o contra los gobernantes del momento. Pero, sobre todo, cada uno puede hacer cosas por su cuenta: montar empresas, trabajar mejor, o ponerse a estudiar.
Esto supone un sacrificio del ciudadano en pro del bien común... ¿Estamos dispuestos a hacerlo en un país en el que impera el Qué hay de lo mío
El bien común se puede plantear, pero siempre a partir de una experiencia personal, porque los temas comunes van unidos a los problemas que afectan a cada uno. No propongo que la gente se olvide de sí misma, porque somos humanos y no ángeles, pero hay que entender que cada uno forma parte de los problemas, propios y comunes, y de su solución. Pero tiene que avanzar unos cuantos pasos más allá de su horizonte particular.
Todos somos, en última instancia, dependientes y vulnerables, pero hay una distancia infinita entre actuar como niños histéricos o como personas adultas. La intuición hay que convertirla en razonamiento. Y ese razonamiento se logra observando, preguntando, escuchando, investigando, trabajando más y mejor, informándose y, así, ser capaz de interpretar lo que te cuentan, comparar, formar grupos de opinión y, a través de ellos, influir en el rumbo de la sociedad.
Cristina Sánchez
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