Queridos hermanos
y hermanas:
También este año
tengo la alegría
de poder reunirme
con vosotros y
compartir este
momento de envío
a la misión.
Vaya un saludo
especial a Kiko Argüello, a Carmen Hernández
y al sacerdote Mario Pezzi, junto con un
saludo cariñoso a todos vosotros, sacerdotes,
seminaristas, familias, formadores y
miembros del Camino Neocatecumenal.
Vuestra presencia hoy es un testimonio
visible de vuestro gozoso empeño de vivir
la fe, en comunión con toda la Iglesia y con
el Sucesor de Pedro, y de ser anunciadores
v a l i e n t e s d e l E v a n g e l i o .
En el pasaje de San Mateo que hemos escuchado,
los Apóstoles reciben un mandato
preciso de Jesús: «Id, pues, y haced discípulos
a todos los pueblos» (Mt 28, 19). Inicialmente
habían dudado; en su corazón aún
había incertidumbre, estupor ante el acontecimiento
de la Resurrección. Y es el propio
Jesús, el Resucitado –según subraya el Evangelista–,
quien se acerca a ellos, hace que
perciban su presencia y los envía a enseñar
todo lo que les ha comunicado, dándoles
una certeza que acompaña a todo anunciador
de Cristo: «Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el final de los
tiempos» (Mt 28, 21). Son palabras que resuenan
poderosamente
en vuestro corazón.
Habéis cantado Resurrexit,
que expresa la
fe en el Viviente, en
aquél que, en un acto
supremo de amor,
venció al pecado y a
la muerte y le da al
hombre –nos da a
nosotros– el fervor del amor de Dios, la
esperanza de ser salvados, un futuro de
eternidad.
Durante estos decenios de vida del Camino,
uno de vuestros compromisos firmes ha sido
el de proclamar a Cristo resucitado, el de
responder a sus palabras con generosidad,
abandonando a menudo seguridades personales
y materiales, llegando incluso a dejar
el propio país, afrontando situaciones nuevas
y no siempre fáciles. Llevar a Cristo a los
hombres y a los hombres a Cristo: esto es lo
que anima toda obra evangelizadora. Vosotros
lo realizáis en un camino que, a quien ya
ha recibido el bautismo, le ayuda a redescubrir
la belleza de la vida de fe, la alegría de
ser cristiano. «Seguir a Cristo» exige la aventura
personal de buscarlo, de caminar con él,
pero siempre implica también salir de la
cerrazón del yo, quebrar el individualismo
que frecuentemente caracteriza a nuestro
tiempo, para sustituir el egoísmo por la comunidad
del hombre nuevo en Jesucristo. Y
ello acontece en una relación profunda con
él, en la escucha de su palabra, al recorrer el
DISCURSO DE BENEDICTO XVI
AL CAMINO NEOCATECUMENAL
20-ENERO-2012
Especial Petrusp aulus Santa Sede
camino que nos ha indicado; pero acontece
también, indisociablemente, al creer con su
Iglesia, con los santos, en los que el verdadero
rostro de la Esposa de Cristo se da siempre
a conocer, una y otra vez.
Se trata, como sabemos, de un compromiso
no siempre fácil. A veces estáis presentes en
lugares en los que se precisa un primer
anuncio del Evangelio, la missio ad gentes; a
menudo os encontráis, en cambio, en áreas
que, aún habiendo conocido a Cristo, se han
vuelto indiferentes hacia la fe, pues el laicismo
ha eclipsado en ellas el sentido de Dios y
ensombrecido los valores cristianos. Allí,
vuestro compromiso y vuestro testimonio
han de ser como la levadura, que, con paciencia,
respetando los tiempos, con sensus
Ecclesiæ, hace que crezca toda la masa. LA
IGLESIA HA RECONOCIDO EN EL CAMINO
UN DON ESPECIAL QUE EL ESPÍRITU SANTO
HA OTORGADO A NUESTROS TIEMPOS, y la
aprobación de sus Estatutos y de su Directorio
catequético dan fe de ello. Os animo a
aportar vuestra contribución original a la
causa del Evangelio. En vuestra valiosa labor,
buscad siempre una comunión profunda
con la Sede Apostólica y con los pastores de
las Iglesias particulares en las que estáis
insertados: la unidad y la armonía del cuerpo
eclesial constituyen un importante testimonio
de Cristo y de su Evangelio en el mundo
en que vivimos.
Queridas familias: La Iglesia os da las gracias;
os necesita para la nueva evangelización.
Es la familia una célula importante
para la comunidad eclesial en la que se
forma con vistas a la vida humana y cristiana.
VEO CON GRAN ALEGRÍA A VUESTROS
HIJOS, a tantos niños que os contemplan,
queridos padres, y que contemplan vuestro
ejemplo. Un centenar de familias van a salir
camino de doce misiones ad gentes. Os invito
a no tener miedo: quien lleva el Evangelio
nunca está solo. Saludo con afecto a los
sacerdotes y a los seminaristas: amad a Cristo
y a la Iglesia, comunicad la alegría de
haberlo encontrado y la belleza de haberle
entregado todo. Saludo también a los itinerantes,
a los responsables y a todas las comunidades
del Camino. ¡Seguid siendo generosos
con el Señor, que no dejará que os
falte su consuelo!
Hace poco os ha sido leído el Decreto por el
que se aprueban las celebraciones presentes
en el Directorio catequético del Camino
Neocatecumenal, que, sin ser estrictamente
litúrgicas, forman parte del itinerario de
crecimiento en la fe. Es un elemento más
que os muestra cómo la Iglesia os acompaña
con atención en un discernimiento paciente
que comprende vuestra riqueza,
pero que atiende también a la comunión y
a la armonía de todo el Corpus Ecclesiæ.
Este hecho me brinda la ocasión de formular
una breve reflexión sobre el valor de la
liturgia. El Concilio Vaticano II la define como
obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo,
que es la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium,
n. 7). A primera vista, esto podría
sonar extraño, ya que la obra de Cristo parece
designar las acciones redentoras históricas
de Jesús: su pasión, muerte y resurrección.
¿En qué sentido es, pues, la liturgia
obra de Cristo? La pasión, la muerte y
la resurrección de Jesús no son sólo acontecimientos
históricos: alcanzan y penetran
la historia, pero la trascienden y permanecen
siempre presentes en el corazón de
Cristo. En la acción litúrgica de la Iglesia
está la presencia activa de Cristo resucitado,
que hace presente y eficaz para nosotros
hoy el mismo misterio pascual, por
nuestra salvación; nos atrae a ese acto de
la entrega de sí que en su corazón está
siempre presente y nos permite participar
de esa presencia del misterio pascual. Esta
obra del Señor Jesús, que es el contenido
auténtico de la liturgia –entrar en la presencia
del misterio pascual–, es también
obra de la Iglesia, que, al ser su cuerpo, es
un único sujeto con Cristo –«Christus totus
caput et corpus», según dice San Agustín–.
Al celebrar los sacramentos, Cristo nos
sumerge en el misterio pascual para hacernos
pasar de la muerte a la vida, del pecado
a la existencia nueva en Cristo.
Ello se aplica de especialísima manera a la
celebración de la eucaristía, que, al ser la
cumbre de la vida cristiana, es también el
eje de su redescubrimiento, hacia el que
tiende el Neocatecumenado. Como rezan
vuestros Estatutos, «la Eucaristía es esencial
al Neocatecumenado, en cuanto catecumenado
postbautismal, vivido en pequeña
comunidad» (art. 13 § 1). Precisamente
con vistas a favorecer un nuevo acercamiento
a la riqueza de la vida sacramental
por parte de personas que se han alejado
de la Iglesia o que no han recibido una formación
adecuada, los neocatecumenales
pueden celebrar la eucaristía dominical en
la pequeña comunidad, tras las Primeras
Vísperas del domingo, conforme a las disposiciones
del obispo diocesano (cf. Estatutos,
art. 13 § 2). Pero toda celebración eucarística
es acción del único Cristo en unión
de su única Iglesia, y está por lo tanto
abierta a cuantos pertenecen a esa su Iglesia.
Este carácter público de la santa eucaristía
halla expresión en el hecho de que
toda celebración de la santa misa es dirigida,
en última instancia, por el obispo, en su
calidad de miembro del Colegio Episcopal,
como responsable de una determinada
Iglesia local (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, n. 26). La celebración
en las pequeñas comunidades, regulada
por los libros litúrgicos–que han de seguirse
fielmente– y con las particularidades
aprobadas en los Estatutos del Camino,
tiene la función de ayudar a cuantos recorren
el itinerario neocatecumenal a percibir
la gracia de estar insertados en el misterio
salvífico de Cristo, que hace posible
un testimonio cristiano capaz de
asumir incluso los rasgos de la radicalidad.
Contemporáneamente, la
maduración progresiva en la fe del
individuo y de la pequeña comunidad
debe favorecer su inserción en
la vida de la gran comunidad eclesial,
que tiene en la celebración
litúrgica parroquial –en la cual y
para la cual se realiza el Neocatecumenado
(cf. Estatutos, art. 6)– su
forma ordinaria. Pero también durante el
camino importa no separarse de la comunidad
parroquial precisamente en la celebración
de la Eucaristía, que es el lugar
auténtico de la unidad de todos, donde el
Señor nos abraza en los diferentes estados
de nuestra madurez espiritual y nos une en
el único pan que hace de nosotros un solo
cuerpo (cf. 1 Cor 10, 16s).
Ánimo! El Señor no deja de acompañaros, y
yo también os aseguro mi oración y os doy
las gracias por vuestras muchas señales de
cercanía. Os pido que también os acordéis
de mí en vuestras oraciones. Que la Santa
Virgen os asista con su maternal mirada y
que os sostenga mi bendición apostólica,
que hago extensiva a todos los miembros
del Camino. ¡Gracias!
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