Hay algo maravilloso en una carta realmente buena. Abrir el buzón y ver una caligrafía familiar entre los recibos seguro que dará brillo incluso al día más plomizo. A diferencia de las llamadas de teléfono, correos electrónicos, sms..., las cartas están para leerse una y otra vez, saborearse y guardarse. En un mundo de desperdicios, son recuerdos tangibles de la realidad de la amistad.
A veces creemos que las cartas han de ser perfectas antes de enviarlas. Pensamos tanto en lo que queremos decir y cómo queremos decirlo que nunca llegamos a escribir la carta. Mejor redactar una nota breve que realmente llega al correo, que un tomo voluminoso que nunca es compuesto.
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