Con demasiada frecuencia juzgamos el comportamiento de los demás por nuestras propias limitaciones culturales y temporales. Sin embargo, se nos advierte: "No juzguéis, y no seréis juzgados. Pues tal como juzguéis, seréis juzgados; y por vuestro patrón de medida se os medirá" (Mateos 7.1-2).
El peligro real de juzgar a otros reside en lo que nos hace a nosotros mismos. Empezamos a creer que el modo en que hacemos las cosas es correcto y apropiado. De ahí a creer que el nuestro es el único modo apenas hay un pelo de distancia.
Una de las mayores lecciones que tienen que enseñarnos los santos es la de cuidar de nuestros propios asuntos. Que nunca nos encontremos sentados en el agua caliente del juicio.
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