Tomo prestada a mi buen amigo, el excelente medievalista Alejandro Rodríguez de la Peña, la siguiente cita del historiador del arte Jean-François Colfs: "¡Ay de aquellos que no admiran la arquitectura gótica; compadezcámosles como a unos desheredados del corazón!". No es casual que el gótico fuera rechazado por quienes detectaron en él su hondísima relación con la civilización cristiana a la que odiaban por entenderla tan opuesta a la Razón. Así, fueron innumerables los monumentos medievales destruidos hasta los cimientos durante la Revolución Francesa y todavía en los años siguientes en toda Europa.
Y sin embargo, a la sombra de las catedrales góticas fue posible la gran transformación intelectual que permitió el despegue europeo. Lo ha expuesto muy bien en un correo de los muchos cruzados en estos días entre amigos desolados por el incendio de Notre Dame, Felipe Artillo, que escribía mientras, según contaba, esperaba en la plaza del Salvador el paso del Señor de la Vera Cruz, lo que sigue:
"La catedral de Notre Dame es el reflejo en piedra de la ruptura entre racionalidad lógica y universalidad que se estaba fraguando en la Sorbona y Oxford durante el siglo XII, cuya identificación, como si fueran una sola cosa, había hecho encallar la cultura clásica siglos atrás. El distanciamiento entre lo abstracto, las matemáticas, y lo concreto, la física, propio de la cultura clásica quedaba superado. Así, con la imitación de ese estilo, se transmitía desde Francia al resto de Europa, a letrados, los menos, e iletrados, los muchos, un modo de pensar nuevo y revolucionario fruto de la síntesis entre la cultura clásica y la cultura judía, superando a ambas, y cuyos frutos en la ciencia y el derecho pusieron a Occidente a la cabeza del mundo. Todos los filósofos juntos no han hecho en la historia de la ideas obra que haya impregnado las mentes de una civilización como hicieron los maestros y obreros anónimos con la construcción de la catedral de Notre Dame".
Podemos comprender por qué nos hemos sentido tan hondamente sacudidos por la caída, envuelta en llamas, de la flecha de Notre Dame. Por qué tantos han visto en ello un signo. Esa aguja cargada de reliquias que apuntaba a lo alto simbolizaba un entendimiento entre el cielo y la tierra, la fe y la razón, que sólo la civilización cristiana, hoy casi en ruinas, ha sido capaz de proclamar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario