Hasta en El Puerto de Santa María, ¡con lo que es El Puerto de Santa María!, han puesto en los pasos de cebra, como en Madrid, frases cursis. Ay, la manía mimética, que hace estragos, principalmente en provincias. ¡Si hubiesen elegido al menos versos de Alfonso X, de Alberti, de Tejada, de Muñoz Seca o de Inmaculada Moreno…! La frasecita escogida no sólo es mala; da alipori: "De camino a casa quiero ser libre, no valiente".
Tendría una excusa si fuese un truco psicológico para que cruzásemos más rápido (que entran ganas); pero parece -más que técnica de seguridad vial- otra prueba de esa manía que tienen tantos a la valentía. Me temo que es como lo del chiste del cojo que, cuando se escapó un toro bravo, gritaba con enorme serenidad: "No corráis que es peor". Quien tiene miedo quisiera que fuese general para no quedar en evidencia, porque la cobardía sigue siendo muy fea. Pero que relacionen, encima, la libertad con la renuncia al valor clama al cielo. Cuánta más razón tiene ese himno de los Tercios Viejos, apócrifo, sí, aunque verdadero por lo que reza: "Sólo es libre el hombre que no tiene miedo".
Verdad comprobada por la historia que me llevó directamente, paralizado en mitad del paso de cebra, a pensar en las elecciones. El protagonismo que tiene el miedo en esta campaña electoral estremece y es un indicador muy significativo de nuestro grado de libertad política. Fíjense. Tanto en un bando ("¡Que viene el trifachito!") como en el otro ("¡Que se queda Sánchez!") ha sido casi el único mensaje electoral. Hay que pararse a pensarlo, aunque sea en mitad de la calle.
España tiene un Estado de Derecho resistente, una sociedad civil movilizada, compromisos internacionales y unas altas instituciones comprometidas: no deberíamos temernos lo peor. Quien tiene más miedo de la cuenta duda de las divisiones y balanzas del poder. Reconozcamos que como dudan tantos de todas las corrientes y por tantos motivos, antes o después (mejor antes), el sistema tendrá que hacer examen de conciencia y fortalecerse en serio.
Pero mientras tanto prefiero volver a casa valiente y, por lo tanto, libre. La democracia, al fin, es esto: una responsabilidad compartida, un destino elegido entre todos. Se la puede definir como el sistema donde las mayorías tienen el deber de acertar, pero también el derecho al desengaño en carne propia, y las minorías el privilegio de apuntar: "Ya os lo dije".
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