No me refiero a que votéis bien en el sentido de que ustedes lo hagan como yo quisiera. Estaría feo que intentase forzar su opinión en el último segundo, y más feo después de haber tenido esta columna durante toda la campaña para dar la mía. Ruego que se vote formalmente bien, sin dar lugar a estropicios como el que, en las pasadas elecciones andaluzas, nos hizo Sanlúcar de Barrameda.
Me da rabia dar la tabarra a Sanlúcar, que es un pueblo que quiero mucho y con el que tengo una complicidad ancestral que explicó en esta bulería nuestro gran José Luis Tejada: "Tu pueblo es igual que el mío:/ una plaza, una bodega,/ un castillito y un río". Pero Sanlúcar se lió con las papeletas e hizo que dos o tres colegios electorales tuviesen que ampliar su horario. Por eso nos perdimos el recuento en directo. Cuando pudieron darnos los resultados, eran definitivos.
Fueron una sorpresa, por supuesto; pero demasiado instantánea para mi gusto. Nos quedamos sin el placer paulatino y creciente, poco a poco, lento, muy lento, como canta Luis Eduardo Aute. Lo bonito es ir viendo caer los escaños y los ánimos de unos y cómo se van entusiasmando otros. Las declaraciones provisionales. Los primeros rictus de desengaño. Las excusas. Los titubeos. Los alborozos. Las celebraciones in crescendo…
Los muy futboleros deben de vivir así una gran noche de Champions, digo yo, o una final de Copa del Rey. A los muy politiqueros nos gusta vivir al instante las informaciones electorales, empezando por las israelitas. Ir haciendo cálculos de pactos sobre la marcha. Vislumbrar detrás de las frases hechas las verdaderas reacciones de los portavoces.
Por tanto, es muy importante que se haga todo muy bien para que no agüemos otra noche electoral. Y menos ésta, por favor, donde, digan lo que digan las encuestas, los resultados, con cinco partidos en liza, están muy abiertos y con una variedad grande de intereses: las sumas de los bloques, sí; pero también las posiciones relativas dentro de cada bloque, ah; y, además, la suerte personal de los líderes. No serán grandes líderes todos en un sentido churchiliano; sin embargo, el destino de cada uno de ellos nos interesa, ya sea por simpatía o por antipatía.
Conste que esto lo digo por pura afición política, no porque me esté maliciando una noche muy buena. Y aunque me la malicio buenísima, si tiene que ser triste para mí, la asumiré, pero que no nos la chafen.
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