En mayo cumplirá 91 años. Es la mayor de seis hermanos. Muy pronto se quedaron huérfanos de padre y madre. Prometió no casarse «para cuidar y ayudar a sus hermanos». Quedan tres vivos y sigue ocupándose de desvestir, lavar y acostar a su hermana que está enferma y vive cerca. Isa ha trabajado cuatro décadas en la portería de Cáritas. Ha perdido casi completamente la vista y lleva años peleando contra un cáncer con una vitalidad y una fe envidiables
¿Qué entiende usted por santidad?
No lo he pensado nunca. Creo que es un hombre o una mujer buena, que ha hecho el bien y ya está.
¿Se considera una santa?
No, no. Yo no soy ni mala, ni buena, yo lo que soy es muy clara.
¿Y ha conocido a algún santo?
La mujer de mi primo Martín, Bibiana, era una santa. Tuvo once hijos y vivíamos con las casas pegadas en el pueblo, en Narrillos del Álamo [Ávila]. Por entonces no había nada y todo el día, desde que se levantaba, estaba secando la ropa de los críos. Nunca la oí quejarse.
A Bibiana en el pueblo, ¿y en la capital, en Ávila?
En Ávila trabajé 40 años en Cáritas como encargada de la portería y la limpieza, y el director, don Jesús Grande Aparicio, era otro santo bendito. Miró mucho por los pobres. Se quitaba lo suyo para dárselo a los demás. Si ahora volviera, allí que me iba de nuevo con él. De rodillas [se emociona].
Pero usted también tendrá algo bueno, ¿no?
[Silencio. Piensa unos segundos]. He tenido paciencia, pero ahora contesto más. Al morir mi padre, con 52 años, nos dijo que las hijas nos teníamos que casar. Yo le dije que a lo mejor no nos quería nadie. Cuando murió mi padre me tocó amortajarle porque mis hermanos no pudieron [Llora]. Al acabar de amortajarle –eso es Dios que me lo anunció–, le dije: «Padre, no me caso, porque si me caso no puedo ayudar a madre y a los demás».
Isabel ha cuidado de dos de sus hermanos en casa hasta sus últimos días. Uno de ellos necesitaba diálisis y no podía salir del domicilio por su debilidad. Aprendió a dializarle y logró que viviese más y mejor de lo que los médicos habían pronosticado. Ahora, con un cáncer de colon, sigue ayudando a su hermana pequeña que vive en su misma calle.
Dice el Papa Francisco que el santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. No sé si con lo dura que ha sido la vida con usted se puede estar muy alegre…
Pues yo estoy contentísima con mi vida. Nunca he dicho que por qué me ha tocado a mí esto. A mí la sonrisa me dura toda la vida. Es que, además, es muy importante reírse. [Se empieza a reír y hace alarde de memoria}. El primo carnal de mi padre, Aureliano, estaba muy malito y entonces me dice mi prima: «Menos mal que viene alguien de confianza, tengo que ir a buscarle la mortaja y así le puedo dejar contigo». Aureliano tenía en cada mano una bolsa de sangre y me dijo que estaba muy mal. Entonces le recordé la anécdota del tío Epifanio y la patada que le dio el caballo. Se estuvo riendo una hora seguida. Después de esto vivió 18 años. La risa cura.
Por lo visto, los santos se comunican con Dios. ¿Usted reza?
Para mí rezar en la iglesia es no decir nada. Ni padrenuestro, ni credo ni lo otro. Yo digo: «Aquí vengo, Señor, tú ya sabes para qué». A mí la oración mental me ha gustado mucho. Y para mí la Misa es lo más importante del mundo. Las lecturas son lo primero. Si tú haces lo que está haciendo Jesucristo, eso es lo importante. La Biblia yo la abro por donde salga y eso leo. Y muchas cosas de las que me han salido, son.
¿Qué le parece el Papa Francisco?
Yo a este Papa le quiero mucho. A este y a Juan XXIII, que fue cuando murió mi padre y cambió la Misa. También quiero a Benedicto XVI como a un abuelo. El día que llovió tanto en la JMJ me gustó su humildad.
Durante toda la entrevista Isabel ha ido recordando múltiples episodios de su infancia que hemos tenido que obviar por razones de espacio. La sencillez de su casa, su hospitalidad y la luz que irradia su sonrisa son propias de personas llenas de Dios.
Santiago Riesco Pérez
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