La noticia de la muerte de Fernando Sebastián sorprendió al cardenal Aquilino Bocos en Roma, en la víspera de su toma de posesión de la iglesia de Santa Lucía Gonfalone en virtud de su condición de cardenal y colaborador del Papa. Con gran pesar, no pudo asistir a la Misa de exequias en Málaga de quien fue su hermano claretiano, profesor, colaborador, y de quien recibió la ordenación episcopal. Al recordar la figura de Sebastián le viene a la mente lo que su amigo le dijo en la homilía de su ordenación como obispo hace unos meses en el colegio Claret de Madrid: «Con esta ordenación no dejarás de ser religioso ni dejarás de ser claretiano. Al contrario, te va a permitir vivir de manera más intensa, más amplia y más cercana el seguimiento de Jesús, las tareas del Evangelio, la vida de la Iglesia». «Relataba su propia experiencia, sin duda», añade Bocos, que al conceder esta entrevista, advierte: «El protagonista es Fernando, que sigue vivo entre nosotros. Dios le dio un nombre para que nos acordáramos de él, porque en él Dios hizo cosas grandes».
¿Cuándo conoció al cardenal Fernando Sebastián?
Le conocí en Salamanca en 1960. En ese año, los claretianos iniciamos un teologado interporvincial en esa ciudad. Los superiores reunieron a los estudiantes de Teología de todas las provincias de España, Portugal y algunas otras naciones, y también a los profesores de los centros que teníamos. Entre estos últimos estaba Fernando Sebastián, que tenía entonces 30 años. Así le conocí ese año, en Salamanca, y como profesor de Teología Dogmática.
¿Cómo fue su relación con él?
Desde entonces nuestra relación fue constante, aunque con tiempos desiguales para el encuentro. Al principio, como la de profesor-alumno. Me llevaba bien con él. Luego tuve una relación muy estrecha porque, pasados unos años, casi al terminar la carrera sacerdotal, me destinaron a ser formador de los estudiantes de Filosofía y Teología de una congregación de rito oriental: los Misioneros Libaneses. Le pedí ayuda y me la prestó con mucho gusto. Después me nombraron formador de los estudiantes del teologado de los claretianos y ahí convivimos cuatro años. Él era el rector de seminario y yo, un formador. La relación fue muy buena y complementaria. En la revista Vida Religiosa y en el comienzo del Instituto Teológico de Vida Religiosa siempre sentimos su apoyo y colaboración. Siendo secretario general de la Conferencia Episcopal Española tuvimos, además de encuentros fraternos, otros momentos para reflexionar sobre las cuestiones de enseñanza a raíz de las propuestas que hizo el PSOE, entonces en el Gobierno de España. Las relaciones se intensificaron, sobre todo, en los años en que estuve en el Gobierno de los claretianos.
¿Cómo era Fernando Sebastián en el día a día?
Sencillo, espontáneo, sincero, honesto. De muy buen carácter. Era muy trabajador, muy estudioso. Y, de joven, le gustaba trabajar en el jardín plantando árboles. De honda preocupación espiritual y con aprecio a todo lo que fuera congregacional y comunitario. Mientras estuve en Roma, su casa siempre fue la curia general y en los años que ha estado en Málaga iba con frecuencia a la comunidad claretiana de Buen Suceso, en Madrid. Siempre le vi como verdadero hermano claretiano, interesado por las cosas propias de la congregación, encajadas en el servicio a la Iglesia.
¿Cómo le marcó el ser claretiano?
Tenía una gran admiración por el padre Claret, por su vida misionera y su espiritualidad apostólica y cordimariana. Estudió y transmitió sus reflexiones sobre la vocación y misión sacerdotal, apostólica y mariana en el fundador. Tres rasgos muy fuertes en él fueron la eclesialidad, la espiritualidad mariana y el espíritu evangelizador. Es fácil advertir estos tres puntos en lo que hablaba y en lo que escribía.
¿Qué destacaría en toda su trayectoria como sacerdote, obispo y cardenal?
Que en las tres etapas fue un claretiano cabal. Destaco su caridad apostólica, su amor a la Iglesia y empeño por la renovación, su trabajo por reavivar la fe en el mundo actual, su preocupación por el prójimo, su especial cuidado por la espiritualidad….
¿Fue un renovador de la Iglesia?
Llevaba el sello de familia, pues el padre Claret era un hombre que «buscaba en todo». La permanente búsqueda, la inquietud intelectual y espiritual que le animaba hacía que estuviera pendiente de los desafíos que experimentaba la sociedad y la Iglesia. Era una mente privilegiada y abierta a la novedad. No era amigo de las ocurrencias. Era un apóstol de la Palabra, hablada y escrita. Quería llegar al corazón de los fieles y encenderles en el fuego de la fe y la caridad. Apostó por la renovación de la Iglesia, de los sacerdotes, de los religiosos, de los laicos. Hay muchas instituciones que experimentan la huella de su empeño renovador. Donde más mostró su espíritu renovador fue en el estudio y empuje que dio a la vida consagrada. No solo fueron las obras que escribió, sino los capítulos generales en los que dejó su palabra iluminadora e impulsora, el apoyo que dio a las personas de gobierno y formación, la promoción de los estudios superiores, etc. Transmitía visión y ensanchaba el corazón para abrazar empresas más grandes y más audaces para la evangelización.
El Papa Francisco le tenía en gran estima. ¿Cómo fueron estos últimos años de colaboración entre Sebastián y Francisco?
El Papa conocía muy bien quién era y cómo era Fernando Sebastián antes de ser nombrado cardenal. Le conocía por sus escritos y por su servicio a la Iglesia española. Fue, sin duda, un reconocimiento nombrarle cardenal ya con 84 años. En estos últimos años, como purpurado, he compartido más estrechamente su forma de pensar y sentir, que siempre destilaba comunión y apoyo al Papa Francisco. Basta repasar sus escritos últimos. Como cardenal siguió siendo consciente de ser miembro del colegio de los sucesores de los apóstoles y, sin duda, fue un gran testigo.
Fran Otero
Aportaciones clave en momentos decisivos
El jurista y economista Manuel Pizarro dice de Fernando Sebastián, a quien le han unido importantes lazos personales y profesionales, que como buen aragonés era «recio, con una formación rocosa y una fe potente. Siempre iba por delante». Y añade más en declaraciones a Alfa y Omega: «Era una de las figuras más importantes de la Iglesia en España y la mente mejor. Era un referente». Estas palabras del expresidente de Endesa y exdiputado definen a la perfección la esencia de lo que representó el cardenal Sebastián para la Iglesia y para la sociedad española. Fue clave para que las comunidades cristianas de nuestro país, y en particular la vida religiosa, asumiese el Concilio Vaticano II, y es conocido por todos su papel en la Transición. De su pluma salió la famosa homilía del cardenal Tarancón en los Jerónimos con la que se inauguró el nuevo modo de situarse de la iglesia. «De forma más evangélica, sin privilegios, al servicio de todos, reconciliada y reconciliadora, sin encuadramientos políticos, de manera que pudiera anunciar a todos le mensaje cristiano de la salvación en clima nuevo de confianza y acogimiento», dejó escrito en sus Memorias con esperanza (Encuentro). En ese mismo texto, escribía con cierta tristeza que «actualmente se ha olvidado un poco la aportación de la Iglesia al advenimiento pacífico de la democracia en España. […] Por eso resulta anacrónico e injusto seguir manteniendo las viejas sospechas contra la Iglesia como enemiga de la democracia. Ni tiene fundamento que los políticos sigan proponiendo la denuncia de los Acuerdos como una necesidad política».
Ya como secretario general de la Conferencia Episcopal años después le tocó hablar con el primer Gobierno socialista. Su interlocutor era Alfonso Guerra. Supo dialogar y llegar a entendimientos como el desarrollo de los Acuerdos Iglesia Estado, pero también tuvo libertad para ser muy crítico con la propuesta educativa del PSOE. En cualquier caso, Sebastián siempre estuvo muy bien considerado en el PSOE, no solo en la época de Guerra sino también en la de Zapatero. Lo confirma el exalcalde del PSOE en Salamanca, Jesús Málaga, que coincidió con Sebastián cuando este era rector de la UPSA y él profesor, una época cargada de dificultades. «Era muy reconocido y respetado dentro y fuera de la Iglesia, también en el PSOE. Tenía una cabeza privilegiada», explica en conversación con Alfa y Omega. Destaca también que nunca se quejó, a pesar de que en algunos momentos no fue tomado en cuenta como se merecía dentro de la propia Iglesia y confiesa que en el último encuentro que mantuvieron le apuntó algunas reflexiones interesantes en la línea de dar un mayor protagonismo a la mujer y más peso a la Iglesia presente en los demás continentes, «muy en la línea con el Papa Francisco».
Otra de sus contribuciones fue su manera de situarse ante el nacionalismo y el terrorismo. Sobre la primera cuestión, se empapó de conocimiento, incluso, con encuentros con curas de las zonas vascas de Navarra. Sobre el segundo tema, su discurso fue contundente: «En la cuestión del terrorismo me opuse radicalmente a cualquier justificación directa o indirecta de la violencia. Condené repetidas veces el terrorismo de ETA. Mantuve fuera del ministerio a los tres o cuatro sacerdotes más cercanos a HB y ETA». Una firmeza que trasladó a su trabajo en la Conferencia Episcopal y de la que surgió algún escrito como La conciencia cristiana ante el terrorismo de ETA.
Ya en su retiro en Málaga –nunca dejó de trabajar: dio clases, escribió libros…– le llegó el reconocimiento desde Roma con la púrpura cardenalicia que asumió con humildad y fidelidad al Papa. Se convirtió en uno de los hombres de Francisco –que le consideraba su «maestro»– en España y, de hecho, tuvo un gran papel en la recepción de la exhortación Amoris laetitia, uno de los textos papales que más controversia ha generado en el mundo católico. Así hablaba del Papa en sus memorias: «Me duele la incomprensión de algunos, la manipulación de sus palabras y deseos, la dura oposición que algunos mantienen dentro de la Iglesia».
«Hemos perdido a un gran maestro»
En los últimos años, con la muerte de allegados y hermanos obispos, el cardenal Sebastián hablaba sin tapujos de la muerte. Reconocía que estos últimos años su principal asunto era prepararse para el encuentro con el Señor, tal y como dejó escrito: «Me encuentro bastante bien, pero sé que puedo morirme cualquier día. No llego al “muero porque no muero” de la gran Teresa, pero la muerte va siendo una referencia en la vida diaria. Morir no es morir, es comenzar a estar con Cristo». Esta línea es la que siguió en su homilía el arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez González, en el funeral por el cardenal Sebastián el pasado domingo en la capital navarra. En una alocución plagada de citas del emérito de la diócesis, dijo: «La muerte es la buena noticia de la vuelta al Padre que nos espera en el cielo con los brazos abiertos. Así lo crecía don Fernando, así lo creemos los cristianos». Y le definió como un creyente, hombre de fe y oración; un pastor que ejerció su ministerio con humildad; y un teólogo, «con una gran capacidad intelectual y honda sabiduría».
Un día antes, en la catedral de Málaga, tenían lugar las exequias. El obispo, Jesús Catalá, resumía con estas palabras la pérdida de Sebastián: «Con la partida de don Fernando, unos han perdido a un padre, otros un familiar o amigo, otros un hermano. Pero todos hemos perdido a un maestro, que ha sabido interiorizar las enseñanzas del único Maestro, Jesucristo, unos las ha enseñado de manera magistral».
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