Lo admiraba, y por qué no decirlo, lo quería, porque me demostró ser un cristiano cabal, un hombre de Fe a pesar de la adversidad, de la enfermedad que lo iba destruyendo poquito a poco.
Escuché emocionado su PREGÓN a la Semana Santa de Sevilla y mi corazón sintió ese pellizco hecho quejío con el PREGÓN que le dedicara a la Virgen del Rocío en el centenario de su coronación canónica.
Hoy Sevilla y el mundo llora, no tenemos más remedio que hacerlo, la muerte, la marcha a la Gloria donde Resucitan los que creen en Dios sobre todas la cosas. Hoy Rafa González Serna que vivió ungido en la Esperanza y esta no lo ha defraudado pues goza de Jesús que es Sentencia en el Amor mientras gotas de Rocío caen en el rostro María cuando suenan macarenas marchas que nos anuncian la entrada en el Cielo de quién amó tanto a la Esperanza Macarena.
Nos dejó lo mejor de sí, sus canciones, sus palabras, sus versos, su espíritu de superación, su innegable Fe, su fuerza para seguir adelante a pesar de los pesares. No deja su testimonio de vida que es lo mejor que uno tiene o puede ofrecer.
Hoy Sevilla llora, hoy Almonte y el Rocío lloran, hoy Andalucía, España y el mundo llora, hoy llora su Familia, amigos y todos los que tengan una pizca de sensibilidad. Hoy ha muerte un buen hombre, mejor cristiano, rociero, macareno, que llevó a la Esperanza por bandera, guión y sello.
Descansa en Paz Rafa y Gracias por tanto...
Jesús Rodríguez Arias
Alberto García Reyes
Se dejó el aire de sus pulmones a los pies de la Virgen del Rocío. Y ahora esa bocanada agónica que le dio a la Blanca Paloma para pregonarle el centenario de su coronación hace sólo tres meses y medio le ha faltado a él. Ha muerto Rafael González Serna, el pregonero de las cosas de Sevilla, el autor de las coplas anónimas del pueblo, la voz del río Betis. Una infección pulmonar ha agotado su pulso, que siempre latió por sevillanas, tras más de un mes de batalla contra el destino y a las puertas de otra Cuaresma. Con 53 años. Y con la túnica macarena esperándolo ya en su casa de la Cuesta del Rosario, desde donde Rafael González-Serna Bono admiraba cada mañana la cúpula del Salvador y la torre alminar de la vieja mezquita en la que jugaba de niño al escondite. Su deseo, de hecho, fue ir a morir a ese patio de naranjos. A la vera del Señor de Pasión. Lo dejó dicho cuando cayó malo de verdad hace unos años y su médula le enseñó a agarrarse a la vida por derecho para aguantar transplantes y quimioterapias. Y ahora que las naranjas constelan los árboles de ese rincón, un gajo de amargura se ha metido en las entrañas de la ciudad. El niño de la Hermandad del Rocío de Sevilla, el que dirigía el coro y vendía zapatos con su madre en las 3B, el de Santa Cruz por su padre —ay, ese ropero con la túnica colgada que ahora le ha dejado él a sus hijos—, el que se enamoró de Magdalena Lirola y fundó una familia con tres pilares de carga —Magdalena, María Eugenia y Rafael—, el que compuso joyas para decenas de artistas, el bético, el devoto del Señor de la Sentencia, el currista, el amigo de Romero, ha rematado la melodía más triste de su vida con un jipío de Esperanza.
A Rafael ya se le notaba en la mirada en los últimos días que se había cansado. Y en su parte médico ha quedado impresa la verdadera razón de este desenlace: ha muerto de sevillanía. Fue el primero en pregonar dos veces el Rocío en su hermandad cuando apenas era un adolescente, hizo el himno del centenario del Betis, dio uno de los mejores pregones de la Semana Santa de la historia, compuso el himno del centenario de la coronación de la Virgen del Rocío, recibió la medalla de Sevilla, encarnó a Baltasar en la cabalgata del Ateneo y, lo más importante de todo, besaba a la Giralda cada vez que pasaba por su esquina. Y si con esto no es suficiente, ahora viene lo más gordo: ha sido padre de una actriz y de un torero. Es decir, no tenía glóbulos rojos en su sangre maltrecha, sino pedazos de Sevilla.
En sus biografías oficiales siempre aparece el «Cántame» de María del Monte y el «Se te nota en la mirada», pero suele pasar desapercibido que es el autor de más de 12.000 obras y que su música ha dado la vuelta al mundo. Pero sobre todo Rafa Serna ha sido una columna vertebral de la Sevilla de finales del siglo XX. En la plaza del Salvador, por cierto, junto a la antigua zapatería de su madre, hay tallada en el mármol de una de las columnas de los soportales una letra «R». La esculpió un niño con un punzón de pasar cordones que con los años abrió ahí una bodega para despachar la manzanilla que más le gustaba a su padre y a su suegro, Pepín Lirola, el de Vilima, que agotó sus últimos meses de vida viendo viendo cada día el pregón de su yerno. Y cada día le decía el viejo empresario: «Rafalito, miarma, hoy has estado mejor que ayer».
Hoy también está mejor que ayer. Porque está con la Esperanza. Y en el mármol del Salvador, frente a la rampa por la que baja la muerte hecha Amor a este paraíso que llamamos Sevilla, hay una «R labrada para siempre. Una «R» mayúscula de Rafael.
Hoy también está mejor que ayer. Porque está con la Esperanza. Y en el mármol del Salvador, frente a la rampa por la que baja la muerte hecha Amor a este paraíso que llamamos Sevilla, hay una «R labrada para siempre. Una «R» mayúscula de Rafael.
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