El evangelio de este domingo toca un punto neurálgico de nuestro corazón humano. Somos capaces de amar, estamos hechos para amar, pero no podíamos imaginar que el corazón humano pudiera llegar a tanto. “Amad a vuestros enemigos”. Las fuerzas humanas no dan de sí para esto, pero Jesucristo nos hace capaces, dándonos su Espíritu Santo, dándonos un corazón como el suyo, que sea capaz de amar como ama él.
El núcleo del Evangelio está en el corazón de Cristo, que nos ama con misericordia a los pecadores. Él no ha devuelto el insulto, como cordero llevado al matadero. En su corazón no hay venganza ni resentimiento. Más aún, se goza en perdonar. Y nos propone un mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.
Este mandamiento es toda una revolución en las relaciones humanas. La civilización humana dio un salto tremendo con el paso de la ley de la selva a la ley del Talión. En la ley de la selva, gana siempre el más fuerte; los más débiles pierden siempre, e incluso desaparecen. Algunas veces constatamos que esa ley sigue vigente, de manera que también hoy los más débiles salen perdiendo. Por eso, el “ojo por ojo y diente por diente” (ley del Talión) puso barreras a la ley de la selva. Con esta ley sólo puedes cobrarte una pieza si el otro te debe una; no puedes dejarte llevar por la venganza y cobrarte tres, cuando sólo te deben una, porque tú seas más fuerte o más vengativo.
Otro salto importante en las relaciones humanas viene dado por el Decálogo que Dios entrega a Moisés: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero en esta ley que Moisés recibe en el Sinaí, está permitido odiar a los enemigos: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo (cf. Mt 5,43).
La cumbre del amor viene marcada por la actitud y el mandamiento de Jesucristo: “Amaos como yo os he amado”. No puede haber listón más alto, porque en este mandamiento se incluye lo que este domingo nos proclama el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada”. El primer referente es vuestro Padre que está en el cielo, y a él nos parecemos, si llevamos en nuestra alma su misma vida, la que él nos ha dado por el don del Espíritu Santo. Y el referente más cercano es el mismo Jesús, que se parece plenamente al Padre y nos abre el camino para parecernos a Él.
Esta es la civilización del amor, que ha cambia el rumbo de la historia. El motor de la historia no es el odio ni el enfrentamiento de unos contra otros. El motor de la historia es el amor al estilo de Jesucristo. Es lo que han vivido los santos en su propia vida, ese estilo de Jesucristo es posible en tantos hombres y mujeres que han vivido dando la vida, e incluso la han perdido en el amor generoso hacia los demás.
Hace pocos días, un misionero salesiano, Antonio César Fernández, nacido en Pozoblanco (Córdoba), ha sido asesinado en Burkina Faso por ser misionero. Él ha gastado su vida entera en el servicio a los más pobres como misionero en África. El carisma salesiano le llevó a dedicarse por entero a los niños y jóvenes más pobres, y en ese tajo de entrega plena ha dado la vida incluso con el derramamiento de su sangre. Quién arriesga su vida de esta manera, sino el que vive el amor de Cristo, “los que no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12,11). Para nosotros, su familia de carne y sangre y su familia religiosa, las lágrimas. Para la Iglesia y para la humanidad, el testimonio heroico de una vida entregada con amor.
Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los paganos. Para eso no hace falta ni la gracia de Dios, ni el Espíritu Santo ni la fuerza de Jesucristo. Para amar al estilo de Cristo, para tener sus sentimientos, hace falta la gracia de Dios y la ayuda de lo alto. Que desaparezca del mundo la venganza, la revancha, el enfrentamiento, el odio y el mundo se llene del amor de Cristo. Esta es la verdadera revolución, la que cambia el mundo, la revolución del amor.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.
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