Pocas cosas deberían resultarnos más repugnantes que la ley del embudo, esto es, aplicar las normas de manera muy estricta al resto, y de otra, laxa o conveniente, a mí. Primero, porque va contra un principio básico de la democracia, que proclama (¿en el desierto?) que la ley tiene que ser general e igual. Segundo, porque va contra la buena educación, la nobleza de espíritu y la excelencia moral, según las cuales, uno ha de exigirse a sí mismo siempre más que a nadie, porque "Nobleza obliga". En resumen, la ley del embudo es tan antidemocrática en primera instancia como bajuna en recurso de alzada. Esta afinidad electiva entre democracia y aristocracia inmanente no es casual, por cierto, como sabía de sobra el vizconde de Tocqueville, autor de La democracia en América.
En la política española andamos muy imbuidos en embudos de todos los diámetros. El embudo es el engrudo de nuestra vida pública, y compite con el ventilador por el puesto de mecanismo más valorado por nuestros líderes. Los casos de corrupción inaceptables son del contrario. Los chalés y los viajes a destinos exóticos son burgueses si no los disfruto yo. El telediario sólo lo manipula el rival. El otro enchufa a sus amigos, yo responsablemente coloco gentes de confianza en los lugares sensibles. El anterior socavaba al parlamento al gobernar mediante decretos-ley. Yo gobierno por decretos-ley porque el celo por la democracia me consume.
Hay que agradecer a la hemeroteca que ponga en evidencia tantos embudos con los que nos quieren hacer tragar piedras de molino. Pero ni siquiera las hemerotecas consiguen poner coto a la práctica. Contra la indignación de los contrarios, se cuenta (el embudo electoral, diríamos) con el fervor de los propios, que, en definitiva, son los únicos que les importan, porque son los que les votan. Incluso a veces les viene bien, porque no les votan tanto a ellos como para fastidiar, precisamente, al contrario.
Desde luego, si alguien disfruta viéndome rabiar en mi rincón, es lógico que apoye a los embudistas, porque pocas cosas me revientan tanto. Lo importante, sin embargo, no es que me revienten a mí, sino que, a base de embudos, van a reventar el Estado de Derecho, la democracia y la confianza del pueblo soberano en su clase dirigente. Que dirigir, dirigir, dirige, más que nada, el sentido de las bocas: "La ley del embudo:/ lo estrecho para otros,/ lo ancho para uno".
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