Todos somos buenos para dar consejos a los demás, sobre todo cuando nos los piden. Pero la obra de misericordia dar buen consejo al que lo necesita se trata de algo diverso
Por: P. Christopher Brackett | Fuente: Catholic.net
Por: P. Christopher Brackett | Fuente: Catholic.net
Todos somos buenos para dar consejos a los demás, sobre todo cuando nos los piden. Pero la obra de misericordia dar buen consejo al que lo necesita se trata de algo diverso.
Primero que nada hay que tener presente que se trata una obra de misericordia; es decir, es la obra de alguien que es capaz de compadecer con otro, con todo el corazón, y así consolar y fortalecer a uno que sufre o que está en necesidad. Para poder dar consejo al que lo necesita hay que tener esa actitud. No se trata de dar consejo al que no lo necesita, aunque yo crea que tenga necesidad; tampoco se trata de dar consejo al quien no lo está pidiendo, aunque a veces las circunstancias lo requieran.
Dar buen consejo al que lo necesita es sobre todo una actitud del corazón; es querer ayudar, consolar, estimular, fortalecer con un corazón bueno y magnánimo, buscando el auténtico bien de esa persona. De allí tiene que nacer el consejo; pues cuando nace del amor y del interés por el otro, será bien recibido y al mismo tiempo hará maravillas a la persona que busca una ayuda.
Dar consejo, sobre todo, implica ser capaces de dar y eso no siempre es fácil. Significa hacer memoria de nuestra misma vida y experiencia, de nuestro sufrimiento, necesidad, incapacidad y limitaciones. Hacer memoria no con tristeza, lamentaciones y hasta amargura, sino con gran confianza; reconociendo que Dios estaba presente también en esos momentos de nuestra vida. Recordar que él nos acompañaba y nos decía: estoy aquí y te amo.
Una vez que hemos hecho memoria, conviene preguntarnos qué hemos aprendido de estas experiencias y qué puede ser útil para los demás. Cómo les podemos ayudar a descubrir la mano de Dios y aprovechar las circunstancias duras o confusas de la vida para encontrar a este Padre que camina a nuestro lado.
Se trata, en fin, de extender la mano, sabiendo que aún con mis buenas intenciones, no tengo todas las respuestas, ni puedo resolver todos los problemas.
Una vez que hemos hecho memoria, conviene preguntarnos qué hemos aprendido de estas experiencias y qué puede ser útil para los demás. Cómo les podemos ayudar a descubrir la mano de Dios y aprovechar las circunstancias duras o confusas de la vida para encontrar a este Padre que camina a nuestro lado.
Se trata, en fin, de extender la mano, sabiendo que aún con mis buenas intenciones, no tengo todas las respuestas, ni puedo resolver todos los problemas.
Aconsejar es echar mano de esta sabiduría vivida, haciéndolo con humildad y sencillez. Es ofrecer y no imponer, es compartir y no pontificar. Se trata, a fin de cuentas, de llevar a otros a tener la seguridad de que Dios está cerca y Él será su luz y fortaleza siempre. En la oscuridad y confusión de una tempestad sobre el mar, como en el brillo de un amanecer de paz y serenidad, Dios está presente.
Es saber que yo no tengo todas las respuestas, pero Dios sí.
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