Piénsalo detenidamente, sin prisas porque no hay ninguna razón para contestarte con ligereza a esta cuestión desde lo más profundo de tu corazón.
Es desde la íntima soledad cuando uno se cuestiona lo verdaderamente importante, lo que es necesario o no en esta vida.
A mí me suele ocurrir en muchas ocasiones al calor y la tenue luz del Sagrario y más cuando me encuentro en mi querido pueblo de Villaluenga del Rosario donde la trascendencia se puede hacer tangible con un solo abrir y cerrar los ojos.
Piénsalo antes de contestarte, tómate tu tiempo: ¿De verdad amamos a los que no nos aman?
Mirando con los ojos de este mundo, desde el raciocinio que nos da el aquí y el ahora, podemos cuestionarnos, ¿Cómo podemos llegar a amar, querer, a esas personas que no nos aman, que nos hacen daño a sabiendas, que intentan hacernos mal de una u otra manera?
Cómo seres humanos que somos no toleramos a ese que nos ha podido hacer mal queriendo así como otros que no sabiendo que te lo hacía así lo hemos entendido. ¿Cuántas amistades se han perdido por malentendidos? ¿Cuánto odio puede general el mismo odio? ¿Vale la pena sentirse mal a sabiendas?
Creo que la vida es más fácil que como nosotros lo hemos planteado. Si se puede llegar a perdonar al asesino de un ser querido, que te lo ha arrebatado por equivocados y torcidos ideales, como nos lo demuestran a diario las víctimas del terrorismo, entonces nosotros estamos obligados a perdonar a quienes nos hacen algún tipo de daño. ¿Qué nos cuesta una barbaridad? En ese coste está nuestra historia de salvación.
Lo que pasa, sin llegar a ponernos en casos extremos que son muy difíciles de digerir, es que cuando alguien, un amigo, un familiar, un compañero, un conocido, un vecino, nos critica nosotros no solemos responder practicando el bien por el mal sino que todos nos solemos meter en una abominable vorágine de crispación, críticas, menosprecios hasta llegar a ridiculizar a ese que nos ha hecho mal, que nos ha intentado asesinar de palabra porque en definitiva la crítica mordaz, el chisme, el cuchicheo no es más que matar el prestigio y la fama del otro.
Si en vez de criticar a los que nos critican, en vez de entrar en esa guerra sin cuartel en la que no importan las víctimas o el daño perpetrado o por perpetrar, respondiéramos con buenos gestos, buenas palabras, excusando la acción, no dándole importancia, porque en realidad no la tiene, pronto haríamos un mundo más armonioso, más habitable, donde podremos vivir más en paz.
Jesús nos dice hoy que tenemos que amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. Esta exhortación, esta invitación que nos hace Cristo es de suma importancia porque nos pone el ejemplo de dar el Amor que nosotros nos tenemos a los demás en lo que es una actitud de donación absoluta y desprendida del ser.
Y ahora te pregunto, ¿Te amas a ti mismo?
A lo mejor todo lo que nos pasa es porque no nos queremos como Dios nos quiere, no nos perdonamos nuestros propios fallos, somos intransigentes con nosotros mismos y nos ponemos barreras muy difíciles de superar.
Cuando todo esto sucede, que suele suceder por más que lo neguemos, cuando nosotros mismos no nos queremos sino todo lo contrario, cuando no nos perdonamos, ¿Cómo vamos a querer, a perdonar al que tenemos justo al lado o enfrente nuestra?
Conocer el Amor es Amar y cuando lo recibes a espuertas de Dios, que como Padre nos quiere con desmesura, lo sientes te hace ser más humano, más sensible, te aceptas, te perdonas, te amas y cuando te amas si que eres capaz de amar a los demás incluso a los que no te quieren demasiado bien, te critican o te hacen algún daño.
Todo consiste y se simplifica en conocer el Amor. ¡Tan fácil o complicado como eso!
Ámate y Amarás a todos los demás. Ama como Dios te Ama y la vida será un pequeño paraíso aquí en la Tierra.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios te bendiga.
Jesús Rodríguez Arias
Jesús, es una pregunta, en plan cursi supercomplicada. En serio ahora,es una muy buena reflexión, y muy necesaria y útil,pues nos hará más humildes y discretos, pero llegarla a entender... sería como entender el misterio de Dios mismo, que es el Amor con mayúsculas. Yo, humildemente pienso que con no dejar de intentarlo hacemos mucho, lograrlo, los santos, y aun así, algunos tienen algo contra algunos. La idea sigue siendo hermosa y digna de intentar realizarla en todos y cada uno y entre todos.
ResponderEliminarNo puede dar sino lo que eres y tienes. Así tendrás que tomar y hacerte perdón para poder darlo. Y no lo intentes tú sólo, porque no podrías lograrlo. Agárrate al que nos ha perdonado a todos por los méritos de su Hijo Jesús. En Él encontraremos el camino del perdón.
ResponderEliminarEn principio parece que nos cuesta amar a quienes se burlan de nosotros, pero cuando más nos sumerjamos en la vida de oración, nuestra vida cambia a mejor.
ResponderEliminarComo se nota quienes están con Cristo, únicamente desean el bien para todos sus perseguidores.
Años atrás, cuando yo escribí en un sitio sobre la importancia de orar mucho por quienes nos hacen el mal, que aquello que expuse, inmediatamente fue censurado, curiosamente, era una persona que se decía consagrada a Dios, pero buscaba una cierta complicidad, para sostener en sus propias ideas, que nada tenían que ver con la caridad.
Aquí lo que nos interesa es lo que Jesucristo nos enseña, y tener compasión de quienes piensan de un modo distinto, orar por ellos.
Dice San Francisco de Asís: «Y amemos al prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 22,39). Y si alguno no quiere amarlo como a sí mismo, al menos no le cause mal, sino que le haga bien.» (Carta a los fieles II [CtaF2] (Segunda redacción, 26-27, página 56 ). De hecho San Francisco de Asís amaba a su prójimo como así mismo, siempre fue haciendo el bien.
Amar al prójimo como a nosotros mismos es un mandato de Dios, este amor nos capacita de ser hijos e hijas de Dios.
Al Señor nuestro Dios no le sirve aquello "perdono pero no olvido",
«Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.» (Mateo 6, 14-15). Y veo también, que esto significa, amar al prójimo como a sí mismo, perdonarle sinceramente, y olvidar cualquier agravio, por muy incómodo que sea para nosotros. Para Dios nada hay imposible, que si el Señor nos lo pide, el Señor mismo nos dará las fuerzas para conseguirlo.