sábado, 1 de febrero de 2014

* CRITICA QUE ALGO QUEDA.

¿Por qué cuando llega a nosotros una noticia, una habladuría, un chisme sobre ese otro que conocemos no ponemos fin al mismo y en cambio nos adentramos en esa cadena de destrucción que tanto mal y daño hace? 

Aquí Todos hemos pecado de caer en ese camino sin retorno, viciado y sucio como es el de hablar mal de otra persona exponiendo en público puntos de vistas o habladurías oídas o sospechadas de una persona cercana o lejana que en ese momento ha caído en la tela de araña de la ignominia y la bajeza personal de los que la rodeamos. 

No sabemos, no nos damos cuenta o no queremos darnos cuenta que si eso sucede con aquel hermano nuestro, que está lejano o cercano a nuestra estima, también lo hacen con nosotros y no hay nada peor que una habladuría, un bulo inventado gracias a esas mentes “calenturientas” que ven la paja en el ojo ajeno aunque no son capaces de mirarse para adentro y comprobar la viga, pesada viga, que está aplastando su corazón y su alma. 

A todos, en un momento oportuno, nos ha podido gustar escuchar un “cotilleo” y entrar de lleno, muchas veces sin proponérnoslo, en esa vorágine destructiva y sin sentido. Parece que el saber “cosillas” de los demás nos da “vidilla” y “morbo” como si todos no tuviéramos arena en los zapatos. No nos creamos mejores por el hecho de criticar, proferir murmuraciones, entrar en la cadena del desprestigio sobre los demás. Somos seres humanos con virtudes y defectos aunque parece que las virtudes solo la tenemos nosotros y los defectos los demás y por eso siempre tenemos en nuestros labios lo que ha hecho o ha dejado de hacer “fulanito”. 

¿Sabemos cuanto daño hacen las habladurías, los bulos, las mentiras que se levantan contra una persona? Queriéndolo o no estamos asesinando su prestigio, su imagen está siendo aniquilada por nuestras palabras, su vida se puede tornar en un infierno porque ante tanta ignominia no puede defenderse porque no está invitado a la “gran fiesta de la crítica” donde ella es la única protagonista. 

Hablar mal de otro y hacerlo a sus espaldas es un grave acto de cobardía, de perversidad, de ruindad que no podemos permitirlo si tenemos conciencia, si nos consideramos íntegros, coherentes y menos teniendo Fe en Cristo del que dijeron, las malas lenguas que lo juzgaron a muerte, que era un falso profeta y hablaban de Él perrerías siendo el Hijo de Dios, Su Unigénito. Jesús triunfó al Mal y a la mentira. 

¿No nos damos cuenta que estos pequeños actos de inconsciencia puede hacer que entremos en un laberinto que puede hacer que nos vayamos encaminando hacia nuestra propia perdición? ¿No te ha sucedido que cuando has hablado mal de alguno de nuestros semejantes después te pesa la conciencia y tienes un regusto amargo en la boca? 

Hace unos segundos me ha llegado un mensaje de una buena amiga en la que me decía que la mejor almohada es la conciencia tranquila. ¡Es verdad! Tener la conciencia tranquila y limpia es la mejor almohada para dormir todas las noches además de ser un bálsamo diario para nuestro particular día a día. 

Si vivimos nuestra fe con devoción, si espiritualmente nos vamos recargando gracias a la oración, a la adoración ante Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, a comulgar el Sacratísimo Cuerpo de Cristo que permite que nuestros débiles cuerpos se conviertan en temporales Sagrarios suyo, si somos hombres y mujeres de fe tenemos que luchar con nuestras fuerzas por esos influjos del mal que hace que nos vayamos perdiendo en ese páramo que el pecado y esas arenas movedizas que son la ignominia, las habladurías con las que hacemos tanto daño a los demás. 

El otro día me ocurrió un caso concreto que hoy quiero explicar exponiendo el pecado y no el pecador. Me llega una persona con la que me une honda amistad y me dice que se ha enterado “por varias vías” que “fulanito” se ha separado de su mujer y empezó hacer algunas elucubraciones impropias de una persona madura en edad y en creencias.  Mi actitud y respuesta, dentro de la máxima amabilidad, fue ejercer la corrección fraterna y decirle que no podemos hacer caso de las habladurías porque pueden destrozar a esa persona y a su matrimonio. En todo caso si fuera verdad a lo mejor habría, según la confianza y amistad que se pudiera tener, ofrecerle tu brazo para que se apoye en momentos de desconcierto y perturbación. ¡Esa es la función de un cristiano y no otra! 

¡Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra” nos dijo y nos dice Jesús a diario. 

Todos caemos en demasiadas ocasiones con esta piedra que es la habladuría, a todos nos gusta un chisme y algún que otro cotilleo. Somos seres humanos que debemos ir poco a poco a poco puliéndonos. Es bueno y necesario para nuestra salvación que Dios, cuando Él lo crea oportuno, vaya podando los sarmientos de la viña que es mi vida para hacerla más pura, más creíble, más fidedigna ante Sus Benditos Ojos y así también a los ojos de los demás. 

¡Señor, que la gran viga que me impide ver no me haga ser injusto con los demás! 

No olvidemos que la crítica siempre trae crítica, que la ofensa siempre trae ofensa, que la falta de caridad se vuelve contagiosa cuando cogemos por el camino equivocado y que tenemos que hacer el bien siempre a los demás, sean como sean y digan lo que digan, porque todo lo bueno que se pueda hacer por nuestros hermanos, que son los demás, es bueno para propia Salvación. 

Si estamos aquí de paso no debemos ensuciar el trayecto por el cual caminamos. 

Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios te bendiga. 

Jesús Rodríguez Arias

5 comentarios:

  1. Ciertamente que lo que dices, se ajusta a las enseñanzas de la Iglesia, de los Santos Padres, de las Sagradas Escrituras, y debemos tenerlo muy en cuenta.

    La causa de la murmuración, es porque tal alma no se deja guiar por el Espíritu Santo.
    La murmuración atrae pronto la muerte sobre sí: «Ni murmuréis como algunos de ellos murmuraron y perecieron bajo el Exterminador. (1Cor.10, 10)

    La Santa Biblia nos habla en repetidas ocasiones, que no se debe murmurar. Y Jesús dice:
    • Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros. (Jn 6, 43)

    Es un mandato del Señor, que no tenemos que murmurar, quien no obedece este mandato de Dios, se pone del lado de Satanás, por lo que se ha apartado de Dios, echando por tierra su propia salvación.

    Pero Dios perdona al pecador que se arrepiente y tiene propósitos de no caer voluntariamente.

    Cuando alguien murmura contra el Sucesor de Pedro, el Papa, o contra los obispos o los sacerdotes que están en comunión con el Papa, están rechazando a Dios constantemente. La prensa, la radio televisión, Internet, gran pecado, mayor número de murmuraciones significa mayor alejamiento de Dios.

    Efectivamente, el murmurante, está demostrando su cobardía, está haciendo conocer su miseria y su fracaso ante Dios y ante el mundo.

    « habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos habéis subido de Egipto para morir en el desierto? Pues no tenemos ni pan ni agua, y estamos cansados de ese manjar miserable.»
    » Envió entonces Yahveh contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel.
    » El pueblo fue a decirle a Moisés: «Hemos pecado por haber hablado contra Yahveh y contra ti. Intercede ante Yahveh para que aparte de nosotros las serpientes,» Moisés intercedió por el pueblo . » (Números 21, 5-7).

    Como vemos en este pasaje de las Sagradas Escrituras, la murmuración que hicieron los israelitas, atrajeron pronto un castigo, pero luego pidieron este pueblo a Moisés, que intercediera ante Dios para el perdón. Pero en el día de hoy, cuando se ha perdido la conciencia grave del pecado, no hay verdadero arrepentimiento.

    La murmuración atrae también consigo el olvido de la Palabra de Dios.

    «Todos son rebeldes y difamadores, bronce y hierro de mala calidad. Sopla el fuelle y el fuego van consumiendo el plomo; porque en vano refina el fundidor no se desprende la escoria. Los llaman plata de deshecho, pues el Señor los ha desechado» (Jeremías, 28-30)

    Allí donde hay murmuración hay un corazón corrupto. No está la Gracia de Dios. El alma en Gracia de Dios, no puede pecar voluntariamente, puede sufrir tentaciones, incluso tener algún resbaló, pero inmediatamente corre al sacramento de la confesión, no había pecado por deseos, sino que ha caído por debilidad, aún así nos reconocemos pobres pecadores. Porque nos engañaríamos si pensáramos, "ya soy un santo", y no podemos caer en esta trampa del diablo, sino ponernos confiadamente en las manos de Dios.


    El murmurante tiene la costumbre incorregible de creerse justo, pero habla mal de la Iglesia Católica, del Papa, de tantos y tantos hermanos y hermanas que están unidos al mismo sentir de la Iglesia Católica. El hombre viejo de por sí, es enemigo de Dios, por eso se obstina en los ataques con sus palabras, quien está unido a los Corazones de Jesús y María Santísima, no murmura, si lo ha hecho en el pasado, es porque aún no tenía presente a Dios, es necesaria una auténtica conversión del corazón. Que el murmurante deje de serlo para que no se arruine eternamente.

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  2. Enseña San Juan Crisóstomo que la murmuración es una especie de blasfemia.

    "El que murmura, es ingrato a Dios, y la ingratitud para con Dios, es una especie de blasfemia. (S. Juan Crisóst.,Homil. 8,Ep. ad Philip. sent.352, Tric. T 6, p. 377.)



    Actualmente es distinto, no todos se arrepienten de sus murmuraciones, algunos los habrá, y saldrá ganando, pero cuando acude al sacramento de la confesión, que ha de confesar al sacerdote las murmuraciones que ha tenido, no debe esconder ni un solo pecado, es necesario que todos nuestros pecados sean denunciados ante el confesor, sea cual sea el pecado no debemos seguir cargándonos con las inmundicias ni la corrupción. Para que el perdón de Dios sea completa, porque si se guarda un solo pecado, acordándose de ello en ese momento, comete sacrilegio.

    La gravedad de la corrupción de la murmuración en Internet es inmensamente más grave, porque atrae a más demonios para compartir la murmuración.

    «Igualmente éstos, a pesar de todo, alucinados en sus delirios, manchan la carne, desprecian al Señorío e injurian a las Glorias… Estos son unos murmuradores, descontentos de su suerte, que viven según sus pasiones, cuya boca dice palabras altisonantes, que adulan por interés. (Jd 1 8. 16). Por lo que se ve que siempre el plan del murmurante está construida sobre el odio, el resentimiento, y la amargura del corazón.

    La murmuración, el chismes, las críticas, los juicios temerarios, son frutos del pecado, de una conciencia al pecado y que no siempre es capaz de aceptar la corrección, pues es grave, que el murmurador se piense que tiene la razón, por lo que tiene una vida totalmente alejada de Dios.

    Veo también que el murmurante, también tiene otra mala costumbre, las palabras mal sonantes, groseras, indecorosas, que no suele faltar en la conversación, Las murmuraciones y las palabras groseras tienen relación entre sí: enseña San Alfonso María de Ligorio: sobre la gravedad de las conversaciones deshonestas:

    «Por su carácter diabólico» Ministros de Satanás llama San Agustín a los que profieren palabras obscenas…» (Preparación para la vida, 23, 2º., página 96. Apostolado Mariano. Sevilla). Se comprende, que el murmurante es ministro de Satanás.

    1, la murmuración, chismes, críticas, condenas al prójimo, juicios contra la Iglesia Católica, contra el Papa, contra la Jerarquia de la Iglesia Católica, contra cualquier fiel hijo o hija de la Iglesia, pues ni siquiera se han de murmurar contra los políticos que se equivocan, esto tiene carácter diabólico. Más hace la oración que la murmuración.

    2. Atendiendo lo que ha dicho San Alfonso María de Ligorio, también las palabras deshonestas, altisonantes, tienen su carácter diabólico, y se ha de evitar. Es fácil evitarlo cuando el alma se sumerja en la oración contemplativa, porque cuando se reza atropelladamente, no es posible la corrección.

    San Cipriano: «¿Podemos formar buena opinión de un pecador, que estando postrado en tierra y viéndose herido, amenace a los que están de pie, sanos y robustos: y que con ser un sacrilegio se queja de los sacerdotes, porque no quieren permitirle que reciba tan presto el cuerpo del Señor con unas manos todavía manchadas: y porque no consienten que beba la sangre de Jesucristo con una boca corrompida? ¡Oh furioso e insensato! Reflexiona bien cuánta es tu locura, pues te irritas contra Aquel que procura apartar de ti la divina indignación. Tú estás amenazando al que implora por ti la misericordia del Señor: al que siente la Haga de tu alma, que tú mismo no sientes: al que está derramando lágrimas por tus culpas, cuando acaso tú no las derramas por ti mismo. (lib. de Lapsis, sent. 14, Tric. T. 1. p. 299.) (Sentencias de los Santos Padres, Tomo II, Temor de Dios. Apostolado Mariano. Sevilla.)

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  3. El murmurante no solamente intenta asesinar a su prójimo, también se da una puñalada en su propio corazón; no tiene paz, ya no tiene alegría, ni puede dormir bien, ni sabe orar, tiene noches intranquilas, la conciencia le está avisando que se arrepienta, pero el hábito a la murmuración, está lejos del arrepentimiento y la amargura crece y crece, la murmuración es totalmente destructiva al murmurante. Además necesita convencer para tener cómplices en su propio desorden, si no lo consigue, no atiende a razones, se encamina de mal en peor. Pues no se aparta de su propia voluntad.

    El pecado de la murmuración endurece el corazón, un corazón retorcido no puede aceptar a Cristo. Cristo no está en corazones que murmuran.

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  4. Algunos años atrás, me compré este libro entre otros, en el Apostolado Mariano. Sevilla.

    Directorio de contemplativos

    Autor: Enrique Herp
    Páginas 75-77
    Ediciones Sígueme. Salamanca 1991


    Capítulo 7: La dulzura del amor de Dios desecha la amargura del corazón

    La séptima es la perfecta mortificación de toda amargura del corazón.

    Cosas que crean un corazón amargado

    Notemos que la amargura del corazón radica en una de estas cinco causas. Ante todo, la presunción de las propias obras virtuosas: muchas penitencias, prácticas piadosas u otras que parecen buenas a juicio de los hombres, pero que se originan de un corazón propietario, soberbio, inmortificado. Son en realidad mortificaciones falsas, repugnantes a los ojos de Dios. Sirven para enorgullecerse y despreciar fácilmente a los demás juzgándolos en el corazón y quizá con palabras como el fariseo: «No soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano» (Lc 18,11). No hay nadie en peor situación que éstos, porque sus propias virtudes les perjudican y ellos crean fácilmente discordia entre los demás, pensando y juzgándolos falsamente, como dice San Gregorio: «El hombre perfecto se inclina a compasión fácilmente, pero quien lo es sólo en apariencia no puede tolerar las flaquezas humanas ni a los pecadores. Esto es señal de una conciencia amargada, altanera e intranquila, como dice San Juan Crisóstomo: El que critica las cosas ajenas con severidad, esto es, los defectos de los demás, nunca merecerá el perdón de sus delitos, mientras no cambie de actitud». Pero si esto lo ha hecho costumbre, apenas tendrá esperanza de enmendarse.

    En segundo lugar, esta amargura procede de la negligencia en la propia mortificación. Esta acrimonia se manifiesta principalmente contra los prelados y superiores, cuando niegan lo que se les pide o mandan hacer lo contrario.

    Los murmurantes

    Yo te advierto de verdad que los hombres no cometen cosa más reprensible ante Dios que la murmuración, especialmente cuando se ataca a prelados y superiores. Porque, como advierte San Agustín, el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento ofendió a Dios principalmente murmurando contra El. Es decir: contra Moisés y Aarón, los jefes que Él les había dado. Lo refiere Moisés con estas palabras: «No van contra nosotros vuestras murmuraciones, sino contra Yahvé» (Ex 16,16). Por lo demás, apenas hay esperanza de que éstos progresen en la virtud.

    (sigue...

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  5. (la continuación del capitulo...)

    • La murmuración, hija del Infierno


    En efecto, la murmuración es hija única de los demonios infernales. Ellos la tomaron por esposa y la mandaron apacentar todos los monasterios. ¡Oh pecado maldito! ¡Oh bestia aborrecible! Tú devoras las obras buenas. Tú eres quien atiza el fuego infernal. Tú haces a la pobre alma demoniforme, no deiforme. Por merecer tú la ira divina fue necesario que Datán y Abirón con sus descendientes bajaran vivos a los infiernos en cuerpo y alma. Por tu culpa Coré con otros doscientos cincuenta hombres perecieron en terribles llamas y quedaron sepultados con cuerpo y alma en los abismos (Núm 16,31-33).

    Tercero. Esta amargura nace de la envidia que brota contra otros, debido a que han tenido para ellos ciertas palabras, hechos, signos o gestos displicentes. Lo exageran mucho interpretándolo todo en el peor sentido, aunque las cosas no sean malas de por sí. Esto procede de que quieren ver en el otro solamente lo vituperable y difamante y lo que pueda ocasionarle daño.

    >>>>> Hay que evitarlo a toda costa, porque procede de un fondo de odio y envidia.

    La amargura tiene una cuarta causa: el deseo de la propia complacencia. Porque quieren ser vistos, amados y alabados; que los superiores o aquellos con quienes tratan, incluso los seglares, los tengan por buenos. Cuando ven que uno se va superando cada día y que merece estima y honor de la gente, entonces se concentra la envidia en él y se empeñan en humillarle y quitarle la fama por detracción y otros medios parecidos.

    Una quinta causa de esta amargura radica en la propia perversidad, y esto por dos razones: primeramente por mala, intranquila y amarga conciencia, con lo cual el murmurante se vuelve tan fastidioso que se hace insoportable para los compañeros; se convierte en copa rebosante de todas las faltas. Perverso por sí con los mismos ojos mira a los demás y todo lo interpreta en el peor de los sentidos. Como cuentan de los basiliscos, que hieren mortalmente con su veneno a cuantos alcanzan con la vista. Así son aquellos que no aciertan a juzgar a otros más que con el rasero de su propia mezquindad.


    • Ceguera ante la gracia de Dios

    La segunda razón es porque, como ellos siguen siendo tan malos y poco mortificados, sienten envidia de que la gracia divina produzca tan notables virtudes en los demás. Querrían privar de tanto bien a los hombres virtuosos, humildes y devotos, para caer en los mismos defectos que ellos tienen. Como no lo pueden conseguir, se burlan de ellos y, enojados, los persiguen con palabras y con hechos. Pecan contra el Espíritu Santo.

    • Conclusión

    Es preciso superar toda acrimonia y consumirla en el fuego del amor de Dios, si queremos progresar en las virtudes. Hay que estar dispuestos a abrazar a nuestros enemigos y perseguidores con sincero corazón, como si fueran los mejores amigos que podemos tener. Lo son en realidad, aunque no por el afecto. Pues aquellos que nos persiguen nos acarrean un mérito mayor y una más preciosa corona de gloria

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