viernes, 1 de febrero de 2019

TRES ACRES Y UNA VACA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Aunque a muchos de ustedes les parezca increíble, las más férreas críticas a los capitalismos salvajes y al liberalismo nacieron y nacen de la derecha o, para ser más precisos, de sectores tradicionalistas. Puede que no tengan posibilidades de dar una campanada electoral, pero me interpelan porque vienen de amigos, veo sus razones y me echan en cara a mi Chesterton. Él, Belloc y compañía defendieron la pequeña propiedad de cada familia bajo el lema "Tres acres y una vaca". ¿Qué diferencia hay entre que todo pertenezca al Estado o a un capitalista?, se preguntaban. El problema del capitalismo, añadían, no es que defienda la propiedad, sino que la defiende muy poco, porque defiende la de muy pocos.

Hasta ahí, de acuerdo. Veo las limitaciones del liberalismo (por su ausencia de límites, paradójicamente), especialmente cuando quiere llevarse a la moral. El problema del distributismo empieza cuando hay que ponerle patas a la cosa, no sólo a la vaca. Chesterton pertenece a su época; los de ahora proponen regulaciones estrictas, restricciones económicas y prohibiciones varias. El comercio electrónico no les gusta. Ni las importaciones. Las multinacionales, menos. Dibujan un mundo de novela pastoril, precioso, ejemplar, inspirador; pero ya sabemos por la historia y la literatura que las utopías mutan en distopías. Además, casi ninguno de los distributistas se marcha al campo a ordeñar su vaca, sino que tuitean desde sus smartphones, cual podemitas anticapitalistas. Encima, bastantes que tienen los acres y las vacas están deseando venirse a la Europa liberal o, si ya están aquí, vivir en la ciudad.

El liberalismo no pone peros a que nadie se compre sus tres acres. Yo, sin ir más lejos, me considero un distributista en ejercicio, aunque mi vaca sea esta cabeza de la que cada madrugada ordeño un artículo; y por mi mano plantado tengo un jardín que no llega a tres acres, ay, pero donde caben un almendro, una higuera, un naranjo y un limonero, además de una dama de noche. Juan Manuel de Prada, que hasta cita a Marx en su combate contra el liberalismo, sabrá más, pero creo que se puede mantener la posición de no ser liberal, pero preferir el liberalismo como rival. Su mundo es el menos malo en el que vivir contra mundum. Ya que hay que enfrentarse al mundo (y al demonio y a la carne), mejor uno que defienda las libertades, todas, incluso la de criticarlo y la de enmendarlo.

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