Hablar mal de las cosas malas no es lo mismo que hablar bien de las cosas buenas. La crítica y la queja, aunque muchas veces necesarias, no tienen el poder de la experiencia personal del éxito y la sonrisa. El bien seduce más. Siempre es más atractivo, por mucho que en lo inmediato tendamos a lo cómodo, tan a menudo desvinculado de todo lo que merece la pena.
Nos gustan las historias de superación, de lucha, de entrega. Nos gustan los superhéroes porque combaten la injusticia a pesar de las adversidades (y nunca son pocas). Nos atrae la belleza más que la basura. Estamos más a gusto con personas amables y de expresión alegre que con personas enfadadas y con el ceño fruncido. En definitiva, somos humanos, y reconocemos lo bueno de manera instintiva, porque nos atrae.
Por eso tiene muchísima más fuerza y emoción escuchar a Jesús Vidal (premio Goya a mejor actor revelación) decir “a mí sí me gustaría tener un hijo como yo, porque tengo unos padres como vosotros”, que llamar hipócritas a todos los que aplauden su discurso pero ven con buenos ojos que se aborte a la inmensa mayoría de personas con probabilidad de tener alguna discapacidad.
Emociona. Llega. Te toca la conciencia. Te hace ver que no todo está perdido, que seguimos siendo humanos por mucho que a veces nos empeñemos en querer dejar de serlo. Habla bien del amor, de su familia, de sus padres. Habla de ternura, de sacrificio y de entrega. De generosidad. De gratitud y de esperanza. De superación. Habla bien de las cosas buenas, y por eso nos emociona.
Podemos afirmar con seguridad que los campeones son, sobre todo, los padres que dicen SÍ con mayúsculas por amor. En eso consiste la verdadera inclusión. En abrazar al hijo, sea como sea. Siempre. Superando obstáculos, instalándose en el vivir para los demás todos y cada uno de los días de una vida. Hacen falta más padres como los de Jesús Vidal. Hacen falta más campeones.
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