viernes, 31 de agosto de 2018

¿QUÉ HACÉIS EN INVIERNO?; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ




Entre los clásicos de verano, no podía faltar el de cuando agosto se agosta y una madrileña pone cara de disimular su cara de compasión y pregunta: "En invierno, ¿qué hacéis?". Digo "madrileña" porque en mi adolescencia eran ellas las que más lo decían. En aquellos tiempos tocaba replicar, versallesco: "Sin ti alegrando nuestros días, languidecemos dando paseos melancólicos por una playa tormentosa, do sólo nos mantiene la esperanza de que un nuevo verano te vuelva a traer a nuestras costas, etc."
Ahora la primera tentación que vencer es la pedagogía, esto es, explicarle que, aunque esa persona (madrileña o madrileño) no esté en un lugar, tampoco es que el sitio se desintegre. Por supuesto ni me planteo soltar la impertinencia de decir: "Hacemos lo de siempre, pero con menos bulto", porque aquí nos encantan los veraneantes. También considero conveniente evitar la exaltación regionalista: "Entre el buen tiempo de playa que dura hasta noviembre, las zambombas, la Navidad, el carnaval de Cádiz y de los Puertos, la Semana Santa, las ferias por doquier, las romerías y la primavera, tenemos cosillas con las que entretenernos hasta que regreséis".
Hay que vencer todas estas tentaciones, para centrarnos en lo sustancial. Vivamos en Madrid, en Nueva York, en Shanghái o en las afueras del Puerto, en este mundo interconectado y global, nuestras vidas apenas difieren. Este invierno, nos escandalizaremos por las mismas noticias, veremos, emocionados, las mismas películas, leeremos los mismos libros y, además, tendremos que dormir nuestras horas y dedicar nuestro tiempo a nuestras familias, como todos, felizmente. En conclusión, que vivir aquí o allá tiene una trascendencia muy relativa. Repaso mentalmente un día cualquiera mío y no hay muchas cosas que pudiese ni quisiera hacer distintas si viviese en Venecia o en Lisboa, por decir dos ciudades en las que me apasionaría estar.
Les propongo, ahora que se acerca el comienzo del curso, que hagan este ejercicio escolar. ¿Qué de su día habitual no dejarían de hacer en cualquier otro punto del planeta por nada del mundo? Eso quita muchas morriñas y muchos deseos de exotismo un tanto estereotipados. Más que pensar dónde se vive, conviene preguntarse cómo y, aún antes, por qué. Aunque vayamos a echar de menos muchísimo (de verdad) a nuestros visitantes, nuestras vidas y nuestros pueblos nos gustan como para no cambiarnos con nadie.

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