Si enterrar a los muertos es una obra de misericordia, desenterrarlos, ¿qué será? Con la exhumación de Franco, la respuesta salta a la vista. Ha habido ocasiones más gallardas, como cuando a Carlos I-V le ofrecieron hacer lo propio con Lutero, y contestó: "Ha encontrado a su Juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no a los muertos".
Otras veces se desenterró por devoción, como a los santos, por las reliquias. O el apasionante caso de Dante Alighieri, que se cruza travieso por mi memoria estos días. ¿Y si el abad del Valle de los Caídos hiciese lo mismo?
Dante, por enconadas rencillas políticas, precisamente, fue expulsado de su amada Florencia: si volvía, sería quemado vivo. Después de muchos tumbos, murió en Rávena, donde fue enterrado por todo lo alto con una corona de laurel y la túnica escarlata de los maestros. Entonces a Florencia le entró el fervor de acoger los restos de su preclaro hijo. Rávena se negó a que perturbasen la paz de quien al fin la había encontrado allí. Los florentinos lo exigieron en 1396, en 1429, en 1476, y Rávena resistió. Pero en 1519, aprovechando que el Papa León X era florentino, volvieron a la carga por, digamos, decreto-ley. Abrieron la tumba. Pero no encontraron más que unos pocos huesos y unas hojas de laurel secas. Los enviados del Papa le escribieron una carta un tanto mosca: "No hemos dado con Dante ni en cuerpo ni en alma. Deducimos que, igual que en vida atravesó en cuerpo y alma el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, así, tras la muerte, debe de haber sido recibido en alma y cuerpo en cualquiera de esos reinos".
En 1865 se resolvió el misterio. Al picar el muro de una capilla aledaña en unas reparaciones ordinarias, apareció un ataúd con la inscripción de que era el de Dante. El esqueleto esta vez estaba entero. Parece que en 1519 los franciscanos, alarmados por las maniobras de León X, dieron el cambiazo. El secreto fue bien guardado, aunque corría el rumor de que aquella capilla escondía un gran tesoro. Y un viejo sacristán había asegurado que veía en sueños una figura vestida de rojo que salía de ese muro y se arrodillaba en la capilla. Cuando le preguntaba quién era, respondía: "Yo soy Dante". El hombre no vivió para ver su sueño convertido en realidad.
Tendría su cosa un cambiazo en el Valle. Además, el fantasma no haría falta, porque ya hay demasiada gente en España que ve a Franco en sus sueños o pesadillas.
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