La masonería, que en gran medida viene dirigiendo el mundo desde la trastienda desde el siglo XIX, tiene el futuro bastante oscuro, a juzgar por ciertos indicios que me llegan de los USA.
Resulta que en Denver, capital del estado de Colorado, hay un gran edificio que ocupa toda una manzana, a espaldas del capitolio estatal, en la Trece Avenida, que era el Templo Masónico del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, según el rótulo en grandes letras doradas que figura o figuraba en la fachada. Dos calles más al sur discurre la Colfax Av., una de las grandes arterias que cruzan la capital denverita, desde la planicie a levante a la montaña a poniente. En esta avenida, también a espaldas del capitolio, aproximadamente a la misma altura que el templo masónico, se halla la catedral católica de la Inmaculada, espaciosa y solemne, como mucho mármol en sus numerosos altares. Un poco más atrás, la catedral episcopaliana, o sea, anglicana.
El citado templo estaba en pleno funcionamiento hasta tiempos recientes. Hará cosa de doce o quince años, nos hallábamos “mi Reina y yo” paseando tranquilamente por el centro de la ciudad un domingo por la tarde, sin los agobios del tránsito de los días laborables, cuando vinos que numerosos señores -sólo varones sin acompañamiento femenino- endomingados acudían al templo. Seguramente, pensamos, celebraban alguna tenida o acto solemne.
La masonería está muy implantada en Colorado, como en general en casi todos los EEUU. La independencia nacional, en el último cuarto del siglo XVIII, fue obra de las logias, igual que sucedió posteriormente a lo largo y ancho del continente americano. Como prueba de la ascendencia masónica en el estado de Colorado está la placa de granito que da fe de la inauguración del nuevo aeropuerto de Denver, uno de los mayores y más modernos de los USA, el 19 de marzo de 1994. En dicha placa figuran los nombres de las autoridades locales de entonces, junto al del secretario (ministro) de Transportes del primer gobierno Clinton, el asturiano Federico Peña, anterior alcalde de Denver y principal promotor de tan magna obra. En el centro de la misma aparece el emblema de la masonería, esto es, la escuadra y el compás enmarcando la letra G mayúscula, símbolo de God, es decir, Dios en inglés.
Todo este preámbulo viene a cuento de que el gran caserón de la Trece Av. de Denver, antaño en plena actividad, se halla ahora en venta o ha sido vendido ya, porque la fraternidad del mandil no lo puede mantener a causa de la crisis de afiliados. De la misma manera que las iglesias cristianas sufren en Occidente crisis de vocaciones sacerdotales y religiosas, la masonería, a lo que me cuentan, también padece una aguda escasez de aspirantes al mandil. Al menos en los USA. Si la juventud se distancia en el mundo occidental de la práctica religiosa, no parece mucho más interesada en creencias y prácticas esotéricas, allí y sospecho que también aquí, aunque en estos pagos mantenga un secretismo a ultranza de lo que se cuece en sus marmitas.
La masonería, que tanto empeño puso, junto con el marxismo, en la destrucción de la fe cristiana, sobre todo la católica, cuya Iglesia tienen ambos por su gran enemigo, impulsando en los lugares públicos un laicismo radical, ahora se encuentran, una y otro, con la horma de su zapato.
Durante tantos y tantos años, siglos, luchando ferozmente, la masonería contra los papistas y los rojos contra la religión como el “opio del pueblo”, ahora resulta que las termitas de la increencia por ellos esparcidas están terminando con sus propios credos. La masonería, aunque siga dominando las grandes instituciones internacionales como la ONU, la Unesco, la OTAN, etc., se halla en franco retroceso; los marxistas, especialmente comunistas, cambiando continuamente de siglas y ropaje, pero no logrando impedir su progresiva desaparición de la escena política. Sería necesario tratar con más detenimiento esta cuestión, dada su enorme trascendencia a nivel mundial, pero de momento vale el dato.
Para terminar, ¿qué les llega a las nuevas generaciones con vistas al futuro? Ni las nuevas fórmulas de la lucha de clases como el feminismo radical, ni la dictadura LGTBI, ni el laicismo público que todo lo inunda, llegarán muy lejos. Hastían ya hasta a los más pacientes. El rechazo social de tales movimientos no tardaremos en verlos en expresiones concretas y públicas.
Entonces, ¿cuál será la deriva de la juventud? Muy probablemente la indiferencia hedonista, el pasotismo, el tanmesinfot, que dicen en Valencia. Pero esta actitud produce un total vacío espiritual, y quiérase o no, el ser humano no sólo es materia, carne y huesos, necesidades fisiológicas y apetitos sexuales, etc. Es también espíritu, que tendrá que salir por algún lado. ¿Será la opción redentora y balsámica de la religión, de un cristianismo renovado? Dependerá mucho de lo que nosotros hagamos y propongamos a la muchachada. Pero seguir con una pastoral de mera conservación, de simple pietismo, de triduos, novenas y otras devociones rutinarias, una pastoral y una predicación envejecidas y anticuadas, propias de los años cuarenta del siglo pasado, con esa pastoral, digo, no repescamos a ningún joven y alejado ni a lazo.
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