“El demonio es como un perro encadenado que no puede morder”. Con esta Frase San Agustín explicaba la limitada acción del demonio. Sin embargo, algunas veces Dios suelta un poco la cuerda que encadena al demonio para dar a conocer su existencia. Muchos Santos fueron testigos de esto, especialmente el santo cura de Ars, San Juan María Vianney.
Se cuenta que él, siendo cura de Ars, comenzó a oir ruidos inquietantes en su habitación cuando iba a dormir. En un principio pensó que se trataba de roedores, pero poco a poco se dio cuenta de que era obra del demonio.
El ruido era tal que salía de la habitación y muchos se compadecían del sacerdote exclamando “pobre santo hombre ¿cómo puede vivir en medio de este horrendo barullo?”.
Una noche el mismo demonio se presentó desafiante ante Vianney diciendo:
“¡Vianney, Vianney, despierta, dormilón! ¡No eres más que un pobre cura comedor de papas!”
Esto lo decía burlándose de las austeras comidas del cura.
Con la intención de atormentarle más, el demonio cubrió la habitación con una sombra oscura y maloliente, zarandeó su cama y lo tomó de los pies para arrastrarlo varios metros.
Lejos de inmutarse, el santo cura de Ars respondió:
“Ya sé que no quieres que duerma porque mañana me espera una larga jornada de confesiones, pero quiero decirte que me das verdadera lástima: la gran mayoría de los que asistan a la Santa Misa de mañana se arrepentirán de sus pecados mediante el Sacramento de la Reconciliación y, si continúan con su vida de buenos cristianos, se irán al Cielo. En cambio, tú, me das una gran pena, porque ya estás condenado y no tienes remedio. ¡Pobrecillo de ti!”
El demonio se fue furioso dando un sonoro portazo, así que San Juan María Vianney volvió a su cama, rezó tranquilo y concilió el sueño.
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