Habrán recibido ustedes en sus móviles el chiste. Uno que escribe su carta: "Queridos Reyes Magos, seré breve. Necesito dinero y adelgazar". Y que esta mañana se encuentra, junto a su zapato, la siguiente respuesta: "Hola, aquí Melchor, Gaspar y Baltasar. Nosotros también seremos breves. Trabaja y no comas tanto". No puedo estar, ay, más de acuerdo. De hecho, mañana empezaremos a hablar del régimen de adelgazar.
Pero mucho cuidado con leerlo como una refutación de los Magos de Oriente. Eso, si acaso, si fuésemos niños, con la ilusión más volátil. A estas alturas, nosotros ya sabemos que los regalos no funcionan como un deus ex machina, invento de Aristófanes, naturalmente el más descreído de los griegos. Los regalos hay que ganárselos con el sudor de la frente, antes, para realizarlos, pero sobre todo después, para aprovecharlos. Hay que leerse en profundidad los libros que intactos salen inocentes de sus envoltorios y la bicicleta nueva habrá que pedalearla, también cuesta arriba.
Puede leerse como una ironía el poema conmemorativo de A. E. Houssman: "Hoy hace cincuenta años/ que Dios salvó a la Reina/…/ y nosotros recordamos, ¿verdad, muchachos?, a tantos amigos/ que compartieron el trabajo de Dios". Pero yo prefiero leerlo con una ingenuidad emocionada y teológica. Dios hace el trabajo, pero quiere que lo compartamos, a veces hasta el extremo del heroísmo y el sacrificio. Entonces, ¿dónde está el regalo, dónde los Reyes, para qué les pedimos? Oh, si fuésemos niños nos podríamos permitir esas preguntas, pero ¿no somos ya hombres hechos y deshechos? ¿Acaso no sabemos de sobra que para trabajar más tenemos que tener trabajo, vencer nuestra invencible pereza, sobrepasar los límites de nuestro talento y multiplicar los planes y las veces? ¿Y cuántas veces hemos intentado ya adelgazar?
Los regalos que hemos pedido a los Reyes Magos son éstos y, sobre todo, la fuerza y la gracia para estar a su altura. No los libros que han aparecido (Dios sabe cómo) en el salón esta mañana, sino paz para leerlos bien y luz para entenderlos mejor. No la chaqueta, sino la ocasión propicia de lucirla. No el móvil, sino conversaciones justas y provechosas. Los Reyes no gobiernan, reinan; y ése es un trabajo imprescindible en la sombra que no ha hecho más que empezar y dura un año. Para mí que, hasta las navidades del que viene, no empezarán, con las nuevas cartas, a descansar un poco.
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