domingo, 7 de enero de 2018

EL BAUTISMO DE JESÚS SEGÚN EL PADRE RUPNIK


LA SACRISTÍA DE LA CATEDRAL DE SANTA MARÍA LA REAL DE LA ALMUDENA
Calle Bailen 8 – Madrid, España
La pared izquierda
En el lado de san Miguel (=¿Quién como Dios?), el arcángel nos protege frente a la idolatría, para que no adoremos lo creado en lugar de al Creador. Según la tradición, mediante los sacramentos la liturgia desvela y realiza el verdadero sentido de lo creado.
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Pared izquierda:
el arcángel Miguel

La Sacristía de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Septiembre 2005

Enfrente de ella está el bautismo de nuestro Señor, que revela el significado verdadero del agua y del pez (Iχθυς, en griego: Iesous Christos Theou Yios Soter =: Jesucristo, Hijo de Dios Salvador). «La acción del Espíritu Santo en el mundo se refleja, ante todo, sobre la sustancia material cósmica: es consagrada y espiritualizada. Como en la creación del mundo el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas, así, en el bautismo de Cristo, el Espíritu Santo descendió sobre Él, consagró las aguas del Jordán; y en este descenso ya puso el principio de la nueva materia del mundo. Este carácter de la materia explica su aptitud para llegar a ser “materia del sacramento”, para ser un canal de los dones del Espíritu, para el espíritu encarnado, unido a la materia, es decir, el hombre. La materia espiritualizada, consagrada, que en el sacramento se ha convertido en substrato de la vida divina del Espíritu Santo, recibida por el hombre, se integra en todo el ser del hombre, espiritual y corporal. La materia del sacramento es esa misma materia, espiritualizada, del siglo futuro; igual que las aguas del Jordán ya son “aguas de vida” que brotan del trono de Dios y del Cordero de la nueva Jerusalén (Ap 22,1)» (S. Bulgakov).
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Pared izquierda:
el bautismo de Jesús

La Sacristía de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena
Madrid - España
Septiembre 2005

Enfrente está la escena de la fracción del pan en Emaús. Paso, pues, del pan al verdadero Pan. El sentido de la creación es la participación en el amor. La unidad de la mesa eucarística es la de la caridad. Los discípulos de Emaús, mediante la fracción del pan, reconocen al Señor. Este episodio nos ayuda a confirmar el sentido de todo lo creado, que es ayudarnos a reconocer al Señor, como se describe en la carta a los Romanos (Rm 1,18ss). En la escena de Emaús los protagonistas son la luz, porque la escena tiene lugar después de la resurrección, el vino y el pan, el Verdadero Pan, que es Cristo, y dos discípulos peregrinos de los cuales uno lleva la capa típica del peregrino de Santiago. Sólo con este signo se traza el paso de Emaús en España.
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Pared izquierda:
el pan aprtido en Emaús

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Madrid - España
Septiembre 2005

Enfrente encontramos la resurrección del Señor según san Efrén el Sirio, es decir, el descenso a los infiernos para sacar a Adán y Eva, que representan a toda la humanidad, de la muerte, que es el salario del pecado. Si Cristo ha asumido la humanidad, entonces en su resurrección nuestra humanidad ya está redimida. Esta salvación para nosotros se abre en el bautismo, que es el paso, con Cristo, de la cruz, la muerte y la sepultura a la resurrección (Rm 6, 3-11). El verdadero hombre es el hombre redimido. El hombre injertado en el nuevo Adán es presentado al Padre como hijo en el Hijo. La resurrección como descenso a los infiernos está ya presente en la tradición española como lo testimonia, por ejemplo, el bellísimo retablo del arzobispo Sancho de Rojas, pintado por Rodríguez de Toledo a comienzos del siglo XV y expuesto ahora en el Museo del Prado. Hoy me parece que es un momento particularmente adecuado para apelar a esta tradición, porque se experimenta un cansancio general y muerte a todos los niveles. Así se hace ver que la verdadera antropología se basa sobre la creación, la transfiguración y la redención.
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Pared izquierda:
el descenso a los infiernos o resurrección, es decir, la reacreación de Adán y Eva

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Madrid - España
Septiembre 2005

Frente a las «dos manos» con las que el Padre crea el mundo, Cristo y el Espíritu Santo, se presenta la Sabiduría divina que complacía al Creador mientras éste creaba: «Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargadas de agua. Antes que los montes fuesen asentados, antes que las colinas, fui engendrada. No había hecho aún la tierra ni los campos, ni el polvo primordial del orbe. Cuando asentó los cielos, allí estaba yo, cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo, cuando arriba condensó las nubes, cuando afianzó las fuentes del abismo, cuando al mar dio su precepto —y las aguas no rebasarán su orilla—, cuando asentó los cimientos de la tierra, yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres» (Pr 8, 23-31).
La sabiduría divina es la visión de Dios creador, es su idea, su imaginación, su proyecto. Por eso se puede entender justificadamente como la memoria y la custodia de lo creado. «La Sabiduría es el ángel custodio del mundo que, como un pájaro, que incuba a sus pequeños, cubre con sus alas a todas las criaturas para elevarlas, poco a poco, hacia el ser auténtico» (V. Soloviev).
La sabiduría divina está presente en todo lo que es creado: «Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque el artífice de todo, la Sabiduría, me lo enseñó. Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas» (Sb 7, 21-27).
«Diseminada en todo lo creado, habita la presencia de una memoria divina que custodia el mundo en su designio primero, es más, lo conduce hacia una cada vez más explícita revelación de esta realidad interior del mundo. La esencia celeste escondida bajo las apariencias del mundo inferior era el espíritu luminoso de la humanidad regenerada, el Ángel custodio de la tierra, la manifestación futura y definitiva de Dios» (V. Soloviev).
La Sabiduría divina es, por tanto, un principio de pensamiento vivo, no abstracto. Pertenece a Dios y a Él confluye. Por eso, es un principio de personificación. El pensamiento sapiencial razona respecto a la relación entre lo creado y el Creador. La Sabiduría, pues, se concentra en Cristo, en la Madre de Dios y en la Iglesia.
Hoy día, cuando una mentalidad basada sobre los principios abstractos ha creado una ciencia y un saber que no tienen en cuenta la verdadera vida, es especialmente importante hacer ver que las ideas se radican en las ideas de Dios y que por eso están vivas. Lo mismo ocurre también con nuestras imágenes. Se trata, por tanto, de un modo sapiencial de pensar. Sabiduría que une conocimiento y vida. Conocimiento que se traduce en un estilo de vida que hace que la vida dure eternamente.
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Pared de entrada:
la Sabiduría divina, testigo y custodia de la creación

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Madrid - España
Septiembre 2005

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