domingo, 1 de noviembre de 2015

LECTURAS Y EVANGELIO DEL DOMINGO.

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Lectura del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles:
–«No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.»
Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente:
–«¡La victoria es de nuestro Dios, 
que está sentado en el trono, 
y del Cordero!»
Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo:
–«Amén.
La alabanza y la gloria y la sabiduría
y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza
son de nuestro Dios, 
por los siglos de los siglos. Amén.»
Y uno de los ancianos me dijo:
–«Ésos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?»
Yo le respondí:
–«Señor mío, tú lo sabrás.»
Él me respondió.
–«Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.»

Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6 R. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, 
el orbe y todos sus habitantes: 
él la fundó sobre los mares, 
él la afianzó sobre los ríos. R.

¿Quién puede subir al monte del Señor? 
¿Quién puede estar en el recinto sacro? 
El hombre de manos inocentes 
y puro corazón, 
que no confía en los ídolos. R.

Ése recibirá la bendición del Señor, 
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor, 
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R.

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 1-3

Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manífieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí, mismo, como él es puro.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentio, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
–«Dichosos los pobres en el espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos, 
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, 
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, 
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, 
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, 
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, 
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, 
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»


¡Felices los pobres…!


La multitud incontable

Hoy la Iglesia nos propone celebrar y recordar, en una fiesta única a todos los Santos, los conocidos y desconocidos. La minoría de los “canonizados” son los más conocidos seguramente pero la inmensa mayoría de ellos son desconocidos. Hoy estamos invitados a recordarlos; son hermanos y hermanas nuestros que han vivido con fidelidad las bienaventuranzas proclamadas por Jesús de Nazareth: mártires, niños, jóvenes, esposas, esposos, religiosos, religiosas, obispos, papas; laicos y consagrados, pertenecientes a la jerarquía de la Iglesia y también grandes anónimos… es la multitud de la que habla el Apocalipsis, entre los cuales estarán, sin duda, familiares y amigos nuestros. ¿Quién no ha conocido gente “santa”, humilde, pacífica, anónima y servicial alguna vez?
Muchos piensan que la santidad es cosa “seria”, solo para algunos pocos elegidos, para una élite, para poca gente... Descartemos esta idea, ya que el Concilio Vaticano II nos enseña que “es, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena” (LG 40). “Quedan, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado” (LG 42). ¿Qué concepto tengo de la santidad? ¿Me siento llamado a la santidad?
 

Fr. Edgar Amado D. Toledo Ledezma, OP 
Casa Sto. Domingo Ra’ykuéra-Asunción (Paraguay) 

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