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Misioneros franciscanos al servicio
de la Tierra Santa
Ayer concluyó en el sacro convento de San Francisco, en Asís, el triduo de reflexión y oración con motivo del 28º aniversario del encuentro interreligioso de oración por la paz, instituido en 1986 por san Juan Pablo II. El evento, promovido por la diócesis de Asís, el ayuntamiento y la familia franciscana, junto a otras treinta entidades entre las que se encuentra la comunidad monástica de Bose, ha reunido a líderes y representantes cristianos, judíos y musulmanes. Ayer, en una tarde sacudida por un viento helado, se celebró un momento de reflexión durante el cual tomó la palabra también el custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa. En el claustro del Jardín de los novicios, a los pies de la gran basílica, el padre custodio reflexionó sobre el evento convocado por el papa Francisco en los jardines vaticanos el pasado 8 de junio con los presidentes israelí, Shimon Peres, y palestino, Mahmud Abás. El discurso se centró, sobre todo, en el viaje papal de mayo a Tierra Santa, desde dos puntos de vista: el plano ecuménico y el ligado al conflicto palestino-israelí. La clave justa para entenderlo es la oración.
En una intervención apasionada, que merece ser leída íntegramente (para leerla, clica aquí per ver la versión en formato PDF, en italiano), Pizzaballa ha destacado que el Papa, en relación al conflicto israelo-palestino, no ha pronunciado «discursos de carácter político. No ha dicha casi nada al respecto. No ha entrado en cuestión añadiendo a las miles de propuestas de solución ya existentes e inútiles la suya. Tan solo ha querido llevar su palabra personal de solidaridad y, sobre todo, su oración, invitando a todos a unirse a él, sin manifestar ningún tipo de juicio. Ha invitado a rezar para que el Señor dé la fuerza que traiga la paz a quienes tienen poder. Hasta aquí».
De esta forma, «el Papa ha llevado su discurso por un plano completamente distinto. Ha neutralizado las esperanzas y miedos de la política, y ha invitado a los hombres y a la política a extender la mirada y ver a todos y cada uno desde una perspectiva distinta y, quizá, nueva. Ha querido hacerse presente con su humanidad, sin juzgar, condenar, indicar, dar lecciones. No se ha sustituido a nadie, eliminando así casi totalmente los rechazos recíprocos».
Una aproximación desarmada y espiritual que ha dado paso a una novedad, sobre todo en el campo ecuménico. La peregrinación de Francisco y del patriarca ecuménico Bartolomé ha generado novedad porque el abrazo entre los dos sucesores de Pablo VI y Atenágoras no se ha realizado ya en la periferia, como hace cincuenta años, sino «en el corazón de la Jerusalén cristiana: el Santo Sepulcro».
La unicidad de esta circunstancia no se ha comprendido aún totalmente. Y sin embargo, destaca el custodio, «en aquel momento se derrumbó un bastión, uno de los grandes contrafuertes que sujetaba el muro de división entre las dos Iglesias, haciéndolo cada vez más frágil y en caída. Más allá del momento en sí, conmovedor y fuerte, fue muy importante la preparación de tal encuentro; una preparación que se hizo exclusivamente en Jerusalén por las Iglesias locales. Por tanto, no se ha tratado de un evento extranjero acogido por las Iglesias locales, sino de un momento de oración organizado, preparado y deseado por las Iglesias locales, que se han unido a sus respectivos pastores».
«Meses de discusión sobre los más pequeños detalles, incluso mínimos, sobre qué hacer y dónde, sobre la responsabilidad, sobre los antecedentes, sobre la división de las responsabilidades, sobre las presencias, invitaciones [...]. Tras las dificultades iniciales debidas a la naturaleza del evento, poco a poco, inconscientemente, nos hemos visto llevados a preparar la liturgia juntos, como se hace en todos los ámbitos eclesiales: textos bíblicos, cantos, gestos y demás. Una banalidad, si se quiere, pero que hecha por primera vez después de siglos, adquiere un valor extraordinario de novedad y renovación. Solo después nos hemos dado cuenta de que hemos trabajado durante meses en construir una liturgia simple, cuando normalmente nuestra preocupación ordinaria en Jerusalén es la de marcar las distinciones entre nosotros. Hemos hecho lo contrario de lo que hacemos cotidianamente, y nos hemos encontrado, re-encontrado de una manera nueva. En nuestros “encuentros mensuales” generalmente discutimos cómo preservar los derechos propios de unos y otros. En ese encuentro, la preocupación era cómo compartir las responsabilidades. Una novedad y una indicación de método importante».
Ciertamente no faltaron las tensiones, y fray Pierbattista no las esconde: «Hay que decir que no ha sido fácil y que el pasado no se olvidó totalmente. Hubo rifi rafes. Las dificultades y, en algunos momentos, el deseo de mandarlo todo a tomar viento también se dieron. Bizantinismos varios, de una y otra parte, no podían faltar, como tampoco faltaron las oposiciones fuertes a la iniciativa. Sería ingenuo creer que podría ser de otra forma. La cosa que creó mayor tensión fue la imposibilidad de tener una mayor implicación por parte de otras Iglesias. La desilusión de algunas comunidades de no poder participar activamente en tal encuentro fue fuerte. Creo que esto es también digno de señalar. La desilusión era también la expresión del deseo de visibilidad que se les negó. Debemos reconocerlo. Pero hay que añadir que existía un deseo sincero por parte de todos de estar, de ser parte de este abrazo nuevo y extraordinario, de formar parte de aquel momento histórico».
La invitación del papa Francisco a los presidentes palestino e israelí a rezar juntos por la paz también descolocó a muchos. «Las restricciones de tiempo, las dificultades técnicas y los fuertes condicionamientos locales hicieron imposible la realización de esta propuesta en Jerusalén. Pero la propuesta no cayó. A la invitación pública siguió la respuesta pública positiva de los dos presidentes, que aceptaron la invitación yendo más allá de las deficiencias de oficio, obligando a sus respectivos equipos a resolver sus dificultades y mostrar su disponibilidad a la iniciativa. Se decidió hacer, por tanto, este encuentro cambiando cada uno su propia agenda para darle prioridad. Y si en Jerusalén era todavía difícil porque, como se decía, los condicionantes ligados a las tensiones políticas y religiosas eran todavía demasiados, se rezó en Roma. Por tanto, no solo con el Papa, sino también en casa del Papa. Imposible negarse. Una vez más se sacó a los políticos y a la política de su terreno, y ahora también de su propia casa».
Fue providencial la elección de los tiempos. En un primer momento –revela fray Pierbattista, a quien el Papa mismo implicó en la organización de la cita romana- «el pensamiento común era que tal momento se produjera en los próximos meses. Se nos dijo, sin embargo, que se tenía que hacer rápidamente, en pocos días». Visto cómo anduvieron después las cosas resulta evidente que «si no se hubiera aprovechado aquel momento de gracia, ligado a la peregrinación a Tierra Santa, tras la crisis que estalló durante el verano, probablemente no habría sido posible celebrar aquel momento y seguiríamos, ahora, sin ningún signo, sin ninguna imagen de paz posible entre los dos pueblos, sino solo con las heridas dejadas por la guerra».
«Igual que para el encuentro en el Santo Sepulcro, la firme voluntad de los dos presidentes de participar en la invocación, obligó a sus equipos a alinearse y poner en segundo plano sus intereses, agendas y objetivos particulares. Se vieron obligados a adaptarse al otro, a releer sus propios textos para encontrar el consenso con el otro y viceversa. No solo fue importante el evento en sí, sino también su preparación. Se ve claramente que, cuando hay una fuerte motivación, se pueden encontrar, superando obstáculos de todo tipo», ha dicho el custodio de Tierra Santa.
«Mucho –sigue diciendo el fraile menor- se ha dicho sobre los frutos del encuentro. O mejor, se ha hablado demasiado sobre el “fracaso”, pues casi inmediatamente después se desencadenó una violencia inaudita [...]. No hay que acercarse a la oración con mentalidad consumista, que no produce resultados, y jamás inmediatamente. La oración introduce en una disposición, una condición, una relación. La oración no produce, la oración genera. No sustituye la obra del hombre, pero la ilumina. No exonera de recorrer el camino, pero lo indica. Y en este sentido, el encuentro de Roma fue y sigue siendo un signo potente, fuerte, vinculante. Es la imagen a la que volver y que da esperanza a quien no se resigna a la triste realidad de nuestros días. Nadie se ilusionó –y así se dijo claramente- con que iba a llegar inmediatamente la paz, que se construye solo juntos y a largo plazo. Ciertamente, el poder de Satanás, que genera división, no podía permanecer inerte. Pero sabemos que esto acabará un día y tendremos necesidad de un signo que nos lleve al deseo común de paz, de encontrar el camino para estar juntos de forma distinta, de reconocernos».
Desde la perspectiva de fray Pierbattista, «las lecturas y análisis políticos que se han hecho tras la visita y tras el evento de Roma son irreconciliables con los gestos del papa Francisco, con su personalidad, con la esencia de su enseñanza, con una simplicidad que es expresión de limpieza. Me parece que no reflejan el respeto debido a la figura del Papa, incluso prescindiendo de la figura de Francisco, el Papa venido del fin del mundo. El Papa es una persona religiosa, su discurso debe llegar allí donde nosotros no podemos fingir ante nosotros mismos. Si no partimos de aquí, invalidamos nuestras expectativas, nuestros juicios, el balance mismo del encuentro de oración y su visita a Tierra Santa; una Tierra que sufre ya demasiados análisis superficiales, que está herida por prejuicios partidistas, discutida y violada cuando se olvida que es Tierra de salvación, Tierra de Dios. Esas lecturas son también injustas para con muchos palestinos e israelíes, religiosos y laicos, que trabajan cotidianamente, yendo contra corriente, y luchan por seguir queriéndose. Por eso, me gusta el volar alto del Papa: su abrazo a todas las creencias de Tierra Santa expresado en el abrazo a sus dos amigos; el haber unido en su corazón a israelíes y palestinos, dirigiéndose principalmente al hombre; el poner en primer lugar a los pobres, evidenciando las distintas necesidades de estos pueblos. El papa Francisco ha querido volar alto, lejos de las ataduras cotidianas para meterse en el corazón de la cotidianidad con motivaciones que la hacen digna de ser vivida; lejos de la maraña de obstáculos insuperables para descubrir y atreverse con una nueva vía. Volar alto no es esconder los problemas, sino liberarnos del miedo, osar, aceptar el desafío, confiar en el futuro».
«El “espíritu de Asís” –ha concluido el padre Custodio- no ha agotado su vocación. La jornada de oración en Roma no fue inútil. Son muchos en el mundo, también en Tierra Santa, los que, además de las bombas, necesitan de un signo, de ánimo, de un impulso para seguir mirándose a los ojos, elevando la mirada hacia el único Padre de todos y reconocerse por tanto hermanos. Puede parecer un sueño afirmar esto ahora. Sin embargo, es la cosa más auténtica, la realidad más hermosa de Tierra Santa, a la que mirar y de la que el encuentro en Roma es el signo más potente, indeleble y consolador».
Giampiero Sandionigi por Terrasanta.net
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