Este sábado la catedral de Vitoria acogió la primera beatificación de su historia, dedicada al sacerdote mártir Pedro de Asúa. El cardenal Angelo Amato, que presidió la Eucaristía, destacó la firmeza de fe del nuevo beato, cuyo corazón «se nutría de la gracia eucarística». Esta es la homilía íntegra
Noticia digital (03-XI-2014)
1. En la Carta Apostólica de beatificación de Pedro Asúa Mendía el Papa Francisco lo llama «un sacerdote diocesano, mártir que, confortado en Cristo piedra angular, ha ofrecido la vida por la edificación del Reino». Ésta es la más auténtica síntesis de la figura de nuestro Beato, un arquitecto que decidió seguir la llamada de Dios al sacerdocio y que fue martirizado durante la persecución religiosa de los años 30 del siglo pasado (2).
Fue asesinado por odio a la fe cristiana, muriendo confortado por el Señor Jesús, Mártir y Maestro de misericordia y de perdón.
La civilización cristiana es, de hecho, una civilización del amor fraterno y no del odio; una civilización que ama la vida y no la destruye; una civilización que une y no que divide; una civilización de paz y no de guerra; una civilización de alegría y no del terror.
Los enemigos del Evangelio solamente dejaron escombros a su paso, mataron inocentes, devastaron iglesias e instituciones religiosas destruyendo un patrimonio de arte sacro único en el mundo.
2. En Albania, uno de los muchos países que en el siglo pasado fuera escenario del calvario cristiano, el Papa Francisco se preguntaba en el pasado mes de septiembre, ante el martirio que padecieron tantos fieles asesinados bajo el régimen comunista, cómo habrían hecho para soportar semejantes tribulaciones.
La respuesta de algunos de los sobrevivientes fue: «Dios es un padre misericordioso y el Dios de toda consolación. ¡Fue Él quien nos dio consuelo!» (3)
Es ésta también la afirmación con la que tantos mártires de nuestro pueblo salieron al encuentro de sus opresores. En medio del sufrimiento ocasionado por la angustia de los arrestos, de las torturas, del fusilamiento, fue Dios quien les otorgó consuelo enviando al Espíritu Santo, al Consolador que tantas personas imploraban para ellos: madres, padres, hermanos y hermanas, hijos, religiosas, sacerdotes, obispos.
Y de este modo, grandes y pequeños, hombres y mujeres, religiosos y laicos afrontaron la prueba suprema permaneciendo firmes en la fe y ofreciendo a sus verdugos el don supremo del perdón. Los milicianos irrumpieron en los hogares llevando prisioneras personas desvalidas e inocentes. Entraban en iglesias, profanaban la Eucaristía, arrojaban a la calle crucifijos e imágenes sagradas para quemarlos delante de todos. Los historiadores refieren que, junto a innumerables laicos, sólo en el País Vasco fueron asesinados al menos 58 sacerdotes.
Las condiciones de la prisión eran repugnantes, similares a aquellas de los campos nazis de concentración y exterminio. Los fusilamientos eran sin proceso alguno o posibilidad de defensa. Los mártires morían al grito de ¡Viva Cristo Rey! Os perdono. Por una parte, hombres con corazón de piedra, cegados por el odio; por otra parte, hombres con corazón de carne, animados por el amor. Y, al final, el mal concluye vencido por el bien, porque el Creador ha puesto en el corazón de cada ser humano semillas de bien que desplazan la simiente del mal.
3. El Beato Pedro Asúa Mendía fue consciente de la inminente tempestad y estuvo dispuesto al supremo sacrificio. A lo largo de su vida sacerdotal había construido edificios de piedra, como el Seminario de Vitoria, y también edificios espirituales, como la institución de la Adoración Nocturna o la promoción de los Ejercicios espirituales y retiros mensuales. Su corazón se nutría de la gracia eucarística. Su fortaleza estaba sostenida por la caridad de Cristo. Fue generoso con los pobres y los enfermos, magnánimo en el apoyo a las iniciativas apostólicas. Fue un sacerdote auténtico, enteramente entregado a Cristo y a la Iglesia. No obstante su brillante inteligencia y creatividad, se mantuvo siempre humilde. Los testimonios coinciden al afirmar que, por ejemplo, el día de la inauguración del Seminario de Vitoria, construido bajo su dirección y alabado por todos, el Beato se mantuvo al margen de cualquier protagonismo.
Esa misma actitud hizo que, frente a una muerte inmerecida e injusta, se mostrara firme y lleno de coraje. El 29 de agosto de 1936 fue arrestado y forzado a subir a un automóvil. En la localidad cántabra de Liendo, sin proceso de ningún tipo y sin que hubiera una acusación determinada o posibilidad alguna de defensa, los milicianos lo bajaron del vehículo a las once de la noche y le dispararon dos tiros en la cabeza y uno en el omóplato, a sangre fría, mientras el sacerdote pronunciaba palabras de perdón. Sus restos mortales reposan ahora en el seminario de Vitoria. La fama de santidad y de martirio se difundói rápidamente entre los fieles, muchos de los cuales se habían visto beneficiados por su generosa caridad.
4. Nuestro Beato vive ahora en la Jerusalén celestial. Forma parte de aquella multitud inmensa de santos, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas que están delante del trono de Dios. Revestidos con túnicas blancas y con palmas en las manos cantan: La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero (Ap. 7,10).
Los ramos de palma son signos de la victoria de los mártires, de aquellos que entregan la vida para dar testimonio de Cristo, Camino, Verdad y Vida. La multitud de los salvados no sólo está compuesta de mártires; también la conforman aquellos que han sido fieles al Evangelio en las pequeñas decisiones diarias y en el martirio cotidiano de la coherencia de vida. También ellos pueden cantar: La bondad y la fidelidad me acompañarán todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por muy largo tiempo (Sal. 23,6).
Los santos son una inmensa multitud. Algunos nos resultan conocidos como el caso de nuestro Beato, otros -la mayor parte- siguen siendo desconocidos. Esa parte la constituye ciertamente aquel Pueblo de Dios que vive una santidad oculta, cotidiana, hecha de pequeños gestos positivos. Se trata de padres fieles a sus familias, de jóvenes comprometidos con sus deberes de estudio y de trabajo, de sacerdotes disponibles para dedicarse a las tareas apostólicas y caritativas, de consagrados que viven con alegría y perseverancia la opción existencial evangélica que han abrazado. También los pecadores forman parte de este Pueblo de Dios,así como los débiles, los enfermos, los necesitados, los extranjeros, todos los que se arrodillan frente a Dios con la cabeza inclinada, implorando ayuda y consuelo.
5. La Santidad es justamente sentirse hijo de Dios, con la esperanza puesta en que un día seremos semejantes a El porque lo veremos tal cual es (1Jn 3,2). Quien alimenta esta esperanza se purifica a sí mismo día tras día dejando de lado la iniquidad para dedicarse a hacer el bien.
En el Evangelio Jesús nos da indicaciones concretas sobre la santidad cotidiana al llamar bienaventurados a los pobres de espíritu, a los mansos, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los que buscan la paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Llama también bienaventurados a aquellos que lloran, que son insultados, perseguidos y calumniados por causa de su nombre: Alegraos y llenaos de júbilo porque os espera una gran recompensa en el cielo (Mt 5,11-12).
Ésta es la magna promesa que sostuvo y consoló a nuestro Beato en la hora oscura de su martirio. Ciertamente se vio humillado y abandonado en el tenebroso valle de la maldad, pero no temió mal alguno pues el Señor estaba con él.
6. La Iglesia, madre de los santos, contrapone a la cultura del mal y de la muerte la cultura de la santidad. Hoy en todas partes del mundo se sigue persiguiendo, torturando y asesinando a los cristianos. Pero ellos no dejan de testimoniar a Cristo y a su Evangelio, no cesan de oponerse pacíficamente a la ferocidad de las fieras para transformarlas en mansos corderos por el perdón, la oración, la caridad. Hoy, más que nunca, la humanidad necesita espíritu fraternal, comprensión, necesita sentirse acogida. La santidad no destruye, la santidad edifica.
Ésta es la invitación que la Iglesia nos hace hoy a todos nosotros por medio del Beato Pedro Asúa Mendía. A todos, sacerdotes y laicos, pues todos están llamados a la santidad. El mundo tiene necesidad de santos para poder transformarse en un jardín de convivencia serena y de armonía jubilosa entre los pueblos. La Iglesia también espera nuestra contribución para que la sociedad sea un ámbito de vida, de prosperidad y de fraternidad.
Éste es el significado de la beatificación: contemplar nuestro Beato pero, sobretodo, imitarlo en la bondad y en la caridad.
Beato Pedro Asúa Mendía, ruega por nosotros.
(2) Pedro Asúa Mendía nació en el seno de una familia adinerada de Balmaseda, en la Provincia de Vizcaya, España, el 30 de agosto de 1890. Fue el quinto de seis hijos. Una vez obtenido en Madrid el titulo de arquitecto (11 de marzo de 1915) inició una actividad profesional brillante, construyendo, por ejemplo, el teatro Coliseo Albia de Bilbao. Sintiéndose llamado al sacerdocio entró en el seminario de Vitoria en septiembre de 1920 y fue ordenado sacerdote el 14 de junio de 1924. Habiendo estallado la persecución, el 29 de agosto de 1936 fue apresado y conducido a Liendo, Provincia de Santander, donde fue fusilado. Era la vigilia de su 46o cumpleaños.
(3) Palabras pronunciadas por el Papa Francesco, el 21 de septiembre de 2014 en la catedral de Tirana.
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