La noche aparece cerrada mientras se distingue como la montaña rasga el firmamento gracias al resplandor tímido de la cercana luna en mi bendito pueblo de Villaluenga del Rosario.
Hoy he visto las caras de los visitantes que observaban extasiados cualquier rincón de este privilegiado lugar, hoy he visto miradas perdidas en un horizonte donde el azul del cielo se perdía en el verde rocoso de las montañas. ¡Es lo que tiene Villaluenga, que enamora!
Rompiendo con nuestra particular tradición de llegar al pueblo las tardes de los viernes tras haber almorzado en el camino, en la Venta Mesa Jardín donde desempeña brillantemente su labor profesional mi buen amigo José Manuel Córdoba, y aprovechar las últimas horas de luz del día que supone al antesala de cada sábado para dar una breve vuelta para reencontrarnos con nuestras querencias que conforman la inmensidad del agreste paisaje, ese bello rincón, cada palmo de calle así como nuestros amigos y convecinos que nos saludan como si no nos hubiéramos ido.
Anoche estuvimos en Cádiz en casa de un buen y querido amigo donde compartimos mesa, mantel, conversación y también silencio junto a él y otro muy querido por nosotros al que admiramos y queremos por igual.
Cuando nos cubríamos con la sábana ya eran más de las dos y media de la madrugada y restaban solo horas para encaminarnos a nuestro rincón que nos aporta tanto que se ha hecho imprescindible para nuestro existir. Los días, entre semana, pasan demasiado lentos y el hecho de recrearnos en el bello lienzo salido de las manos de mi buen amigo Antonio Benítez que recrea a nuestro querido pueblo visto desde el Puerto de las Viñas es suficiente para pensar que queda un día menos para volver.
Decía el inolvidable Carlos Gardel:
Volver... con la frente marchita,
Las nieves del tiempo platearon mi sien...
Sentir... que es un soplo la vida,
Que veinte años no es nada,
Que febril la mirada, errante en las sombras,
Te busca y te nombra.
Vivir... con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez...
Volver a Villaluenga del Rosario es vivir y aunque tengas la frente marchita, el blanco se vaya imponiendo al negro en mis sienes y sentir que la vida es un soplo, que pasa demasiado deprisa, que todo nos sucede vertiginosamente, que entre un plis-plas han pasado casi cuarenta y cinco años y ya vas empezando a entrar en la fase definitiva de tu propia existencia. Volver a mi bendito pueblo donde me siento acogido de corazón a fuerza de muestras de verdadero cariño es ver pasar el tiempo, es sentir desgastarse las fuerzas, es comprobar que aún habiendo aprendido mucho no sabes nada de lo que en verdad importa para ser y sentirte auténticamente Feliz.
Mi pueblo que goza de una temperatura de verano tardío aunque ya se vaya plasmando el otoño, donde alguna que otra chimenea ha vuelto a recobrar vida propia y el olor característico de nuestro pueblo cuando llega el frío por derecho ya va abriendo paso sobre todo por los visitantes que se deleitan delante del fuego mientras escuchan el crepitar de los troncos al quemarse.
Villaluenga también es perderte frente a Jesús en el Sagrario y elevar la mirada a la Santísima Virgen del Rosario que parece resguardar con su manto a Su Hijo que está cobijado tras las paredes del Tabernáculo. Es encontrarte de tú a Tú con el Señor en medio del inmenso silencio que nos acoge y envuelve mientras que las palabras se hacen oración.
Villaluenga también es visitar su impresionante y romántico cementerio albergado en las paredes de la antigua Iglesia de El Salvador cuyos muros ardieron a manos del enemigo francés en la Guerra de la Independencia. Es visitar sus calles atestadas de nichos que en estos días adquieren otro color, otro aroma, otras sensaciones. La quietud y la paz se alteran ante la visita constante de las familias, algunas venidas desde lejos, para visitar y recordar sus seres queridos.
Villaluenga es sentir el abrazo sincero de las personas que quieres y te quieren, es sentir el calor de la amistad.
Villaluenga es paz, serenidad, seguridad, tranquilidad que se arraiga en el corazón hasta hacerse un hueco en él.
Villluenga es un precioso pueblo encaramado en lo más alto de la Provincia de Cádiz y cobijado por el Caíllo al cual hay que visitar, gozar y experimentar que no sólo es lugar de senderos, cuevas y boys scouts sino un lugar donde perderse para encontrarse porque sintiendo lo que es la verdadera pureza de sus raíces, la defensa de sus tradiciones, de sus devociones, de sus coquetas y empinadas calles así como de su extraordinaria gente hace que la mancha polvorienta que anidaba en nuestras pupilas desaparezca para dar entrada al verdadero sentido de todo.
Lo reconozco, he tenido que llegar, conocer e integrarme en este inmenso aunque pequeño lugar para aprender lo que significa vivir.
Doy las gracias a Dios, a nuestra Madre la Virgen del Rosario así como a todos y cada uno de mis queridos convecinos por hacerme partícipes de vuestras vidas, de vuestros sentimientos, de vuestras alegrías, ilusiones, preocupaciones, pesares así como demostrarme día a día lo que son auténticas enseñanzas para encarar mi día a día.
Villaluenga es para mí volver para nunca marchar.
Recibid todos un fuerte abrazo, que Dios y nuestra Madre y Patrona la Virgen del Rosario os bendigan.
Jesús Rodríguez Arias
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