de todo un poco
enrique / garcía-máiquez | Actualizado 30.04.2014 - 01:00
La edad del burro
ESTUDIOS muy serios detectan que en casi todos los países el índice de felicidad, que va cayendo durante la juventud, vuelve a crecer a partir de los 55 años. La excepción es Rusia, donde es inversamente proporcional a los años, quizá porque se van perdiendo posibilidades de ser movilizados para la anexión de Crimea. En el resto del mundo, la felicidad repunta con la avanzada edad. El redactor de la noticia tenía que estar próximo a la jubilación, porque exultaba de júbilo.
Yo, en cambio, fui a fijarme en mi tramo de edad, por esa fuerza gravitatoria que tiene el amor propio y que hace que uno, en las fotografías de grupo, lo primero que haga sea buscarse, como si no supiese de sobra lo que hay. Y, efectivamente, allí estaba yo con mis compañeros de generación, sin remedio ninguno. Yacemos en lo más bajo de la tabla de la felicidad, en el fondo de la curva, que va más o menos, según los países, de los cuarenta a los cincuenta y tantos.
Como el redactor de la noticia andaba muy distraído celebrando la dicha de la vejez, tengo que extraer por mi cuenta nuestras conclusiones. Los cuarenta y largos son lo que Enrique Baltanás ha llamado, en contraposición con la edad del pavo, la edad del burro. Hay que cargar con un gran repertorio de responsabilidades familiares, profesionales, hipotecarias y sociales. Cae todo sobre tus lomos. Me malicio que lo que se arquea en los gráficos no es tanto la felicidad como la columna vertebral de los hombres y mujeres de mediana edad.
Aunque reconozco que hay algo fundamental para la felicidad que sí que nos falta: los horizontes amplios. Los niños y los adolescentes, casi con la misma altura de dicha que los ancianos, tienen todo el futuro por delante y los mayores tienen inmejorables vistas a un pasado ya muy bien pasado al que contemplar con satisfacción, en su caso, o con alivio al menos. La edad media y sus trabajos te colocan unas orejeras para que no mires más que al inmediato presente, cegándote las grandes panorámicas, con lo que alegran el alma.
Por supuesto que podría ponerme a protestar de las gráficas hablando contra las generalizaciones, pero éstas son inherentes a las estadísticas y prefiero el fair play de aceptarlas. Con una sonrisa. Si nos fijamos, ése es el dibujo, una sonrisa, que hace la evolución en U de la felicidad. Además, si pensamos que ahora es cuando peor estamos, um, tampoco es para tanto, desde luego.
Yo, en cambio, fui a fijarme en mi tramo de edad, por esa fuerza gravitatoria que tiene el amor propio y que hace que uno, en las fotografías de grupo, lo primero que haga sea buscarse, como si no supiese de sobra lo que hay. Y, efectivamente, allí estaba yo con mis compañeros de generación, sin remedio ninguno. Yacemos en lo más bajo de la tabla de la felicidad, en el fondo de la curva, que va más o menos, según los países, de los cuarenta a los cincuenta y tantos.
Como el redactor de la noticia andaba muy distraído celebrando la dicha de la vejez, tengo que extraer por mi cuenta nuestras conclusiones. Los cuarenta y largos son lo que Enrique Baltanás ha llamado, en contraposición con la edad del pavo, la edad del burro. Hay que cargar con un gran repertorio de responsabilidades familiares, profesionales, hipotecarias y sociales. Cae todo sobre tus lomos. Me malicio que lo que se arquea en los gráficos no es tanto la felicidad como la columna vertebral de los hombres y mujeres de mediana edad.
Aunque reconozco que hay algo fundamental para la felicidad que sí que nos falta: los horizontes amplios. Los niños y los adolescentes, casi con la misma altura de dicha que los ancianos, tienen todo el futuro por delante y los mayores tienen inmejorables vistas a un pasado ya muy bien pasado al que contemplar con satisfacción, en su caso, o con alivio al menos. La edad media y sus trabajos te colocan unas orejeras para que no mires más que al inmediato presente, cegándote las grandes panorámicas, con lo que alegran el alma.
Por supuesto que podría ponerme a protestar de las gráficas hablando contra las generalizaciones, pero éstas son inherentes a las estadísticas y prefiero el fair play de aceptarlas. Con una sonrisa. Si nos fijamos, ése es el dibujo, una sonrisa, que hace la evolución en U de la felicidad. Además, si pensamos que ahora es cuando peor estamos, um, tampoco es para tanto, desde luego.
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