Redacción (Viernes, 18-04-2014, Gaudium Press) Hoy la Iglesia universal conmemora la Pasión y Muerte de Jesús, misterio infinito de la Muerte de un Dios. Fue un día como hoy que Jesús fue flagelado, crucificado, murió y descendió a los infiernos. Y un día como hoy fuimos liberados del pecado, de las cadenas del maligno, de la pena eterna del pecado; un Viernes santísimo hace dos mil años nos reconciliamos con Dios, y se abrieron las puertas del cielo.
Iglesia del Santo Sepulcro, Jerusalén - Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press |
Sí, fuimos liberados del pecado, incluso de los que infelizmente vayamos a cometer en el futuro, porque toda liberación de sus garras nos viene del sacrificio de la Cruz. Con su muerte, Jesucristo compró la gracia, ese tesoro invaluable, con la que nos vemos libres del pecado. Él, por tanto, ya nos liberó causalmente; ahora es necesario que apliquemos a nosotros esa liberación. Pero Él ya nos liberó.
Jesús nos liberó del demonio. Es cierto que antes de la Pasión el diablo solo podía actuar por permisión divina. Entretanto, en virtud de su justicia inefable, Dios permitía al demonio atacar al hombre como consecuencia de haber caído en la tentación original.
Es claro que después del Sacrificio del Calvario es también permitido al demonio atacarnos; pero ante los ataques tenemos el remedio, que es la Pasión de Cristo y sus frutos, la gracia, los sacramentos. El poder del demonio es nada comparado con la acción de la gracia. Jesús nos liberó por tanto del demonio, porque nos dio el Instrumento para anularlo.
El Patriarca Latino de Jerusalén bendice con una reliquia de la verdadera cruz de Cristo, en el lugar exacto de la crucifixión Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press |
Solo Cristo, que es también Dios, podía pagar la deuda infinita que el género humano había contraído con el Eterno desde su pecado inicial. Jesús es hombre, y así pagó por los hombres, y es Dios, y así pudo usar de sus riquezas de Dios para saldar la deuda con el Padre. Nadie más, sino un Dios, puede pagar una deuda infinita. Entretanto esta condonación, este perdón de la pena eterna, que cobijaba a la raza humana en general, debe ser aplicada a cada uno en particular, lo que ocurre primero con el bautismo, y luego con los demás sacramentos.
El sacrificio sublime de su Hijo, hombre, hizo que Dios se amistase nuevamente con el género humano. La indignación de Dios a causa de todas las ofensas del género humano, fue aplacada por el sacrificio de esa naturaleza Divina pero también humana de Cristo. Y ahora, las consecuencias de las ofensas actuales de los hombres a Dios, consiguen ser aplacadas cuando el hombre aplica a sí los frutos de la Pasión de Cristo, es decir cuando se bautiza, cuando pide perdón en la confesión, cuando pide fuerza a Dios en la oración para no pecar más.
Finalmente, fue la Pasión, y sólo la Pasión y Muerte de Cristo la que abrió las puertas del cielo.
Es cierto que antes de Cristo hubo hombres justos, y fueron esos espíritus los que Jesús -bajando a los "infiernos"- recogió y condujo luego al cielo, al momento después de su muerte. Estos justos lo fueron por la fidelidad a gracias recibidas en previsión de la venida de Cristo. Pero la virtud de ninguno de estos justos era suficiente para saldar la deuda contraída por Adán, y con él el conjunto de los hombres. Eso sólo lo consiguió Jesús de Nazaret.
Por Ricardo Castro
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