Segundo Domingo de Pascua, o de la Divina Misericordia
Dichosos los que creen sin ver
Incredulidad de santo Tomás (siglo XIV).
Iglesia Sacro Speco, Subiaco (Italia)
Este domingo es un día de gran alegría para la Iglesia por la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, en Roma. Coincide la canonización de estos santos Papas con la celebración del domingo de la Divina Misericordia, bautizado así por Juan Pablo II, en la canonización de Faustina Kowalska, en el año 2000. La fiesta litúrgica y la celebración eucarística mantienen los textos propios del segundo domingo de Pascua. Así, los versículos del texto sagrado que se proclaman litúrgicamente tienen una estructura inusual en un Evangelio dominical: el texto va presentando distintos personajes que aparecen en un mismo escenario pero en distintos momentos. En cada uno de los actos que se nos presentan, san Juan nos trasmite un mensaje de gran importancia.
En el día primero de la semana, el Señor se presenta a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos. La escena es bellísima en la sencillez de su narración. El deseo de paz expresado por Jesús, se torna en alegría en el corazón del creyente. El encuentro desde la fe con el Resucitado siempre produce esta doble secuela: la paz y la alegría. Esto se puede convertir para nosotros en un buen indicador de cómo estamos viviendo este tiempo pascual. La alegría y la paz, como frutos de la fe, engendran la misión. El Resucitado exhala su aliento sobre ellos, evocando el momento de la creación del hombre en el relato del libro del Génesis. Estamos ante la nueva creación que, en el corazón del creyente, generará el perdón de los pecados cuando éstos se presenten ante el ministerio de la Iglesia para ser perdonados. Es el paso de la muerte a la vida, de la que, por voluntad expresa de Jesús, la Iglesia, como esposa de Cristo, se convierte en protagonista.
El segundo acto lo protagoniza santo Tomás. Él está ausente en el momento anterior y su corazón, lleno de dolor y de desilusión, es incapaz de acoger el testimonio de sus amigos. Tomás se convierte en imagen del hombre de hoy. Muchas veces también nosotros necesitamos la comprobación empírica, la demostración positiva para comenzar a movernos. Esa actitud razonable, en ocasiones se convierte en un parapeto magnífico para no dar los pasos necesarios y asumir los compromisos que nos exige la fe en Jesús devuelto a la vida por el Padre.
El tercer acto completa de manera sublime la escena. Tomás ha vuelto al seno del grupo. El Resucitado se hace de nuevo presente en aquella Iglesia naciente. El corazón de aquel hombre da un vuelco y pronuncia una de las más bellas oraciones que recoge la Escritura: ¡Señor mío y Dios mío! Es la expresión de la fe de la Iglesia a la que él se reincorpora con una fe nuevamente estrenada. Y Jesús pronuncia la última de la Bienaventuranzas: «Dichosos los que crean sin haber visto». Esta sentencia del Maestro se convierte para nosotros en reto ante el que examinar la fortaleza y el compromiso al que nos mueve nuestra fe en la resurrección del Señor.
+ Carlos Escribano Subías
obispo de Teruel y Albarracín
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Juan 20, 19-31
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