viernes, 18 de abril de 2014

* JESÚS.




Siempre han sido los Viernes Santo un día de luto muy significativo desde la niñez allá por la bendita Isla de León. Mis recuerdos empiezan con la recogida de Nuestro Padre Jesús Nazareno, últimas visitas a los Sagrarios, descansar algo en un mutismo y en un silencio apabullante para luego ver desde la privilegiada posición que disponíamos la Salida Penitencial del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo desde el vecino Convento del Carmen donde estaba radicada la Hermandad y nuestros corazones. Día de ayuno y abstinencia..., y día cofrade por los cuatros costados.

No sé como Dios se las ingenia pero mi vida ha ido desde lo puramente devocional a lo más puramente espiritual. Ahora prefiero celebrar la Eucaristía, estar junto al Señor en tiempo sin límite que otra cosa aunque mi corazón late en cofrade porque lo uno no quita a lo otro sino que lo complementa.

Viernes Santo. Día de Santo Entierro en Su Mayor Dolor y de Jesús Descendido en la Soledad de María que llora amargamente ante el Santo Rosario de Su Vida, de Cristo de la Sangre que se encuentra Desamparado y glorioso ante Dios.

¡Qué alegría saber que la blanca virgen isleña del Rosario vuelve a recobrar la normalidad y hará su Salida Penitencial por las calles de San Fernando! Sé que muchos corazones se contraerán cuando pase frente a su antiguo Templo camino del Camposanto donde descansan los fieles difuntos así como esos que son olvidados por todos menos por María que con Su Mano Salvífica ayuda a todos sin excepción.

Hoy, que queréis que os diga, me siento huérfano pues se ha muerto Jesús al cual venero cada día en el Sagrario. Sé que serán pocas horas las que estará ausente de mi vida, de mi día a día aunque algunas veces las horas se puede convertir en toda una eternidad.

He pasado casi toda la Semana Santa en mi pueblo, en Villaluenga del Rosario. Muchos me preguntan, y no sin razón, como es que me aíslo de esta forma y no disfruto de mi apostolado, de mi vocación cofrade. Podría decir que es cosa de la enfermedad que me tiene muy atenazado, no le faltaría razón, aunque en verdad mi alma busca la pureza de la meditación, de vivir la Semana Santa sin más y eso lo consigo día a día en este bendito lugar.

Hoy viernes no ha sido mi día, parece que presiento el dolor de la Pasión y Muerte del Señor, porque llevo todo el día cabizbajo, sin ganas de nada, con ciertas molestias digestivas, con pocas expectativas y muchas esperanzas aunque sin fuerza alguna. Siento que me falta algo: ¡Me falta el Señor que ha muerto por todos nosotros!

El Viernes Santo es el día central en la Semana Santa de Villaluenga del Rosario. Esta mañana ha salido en  procesión Nuestro Padre Jesús y Su Madre de los Dolores. Esta tarde, tras los oficios, ha procesionado el Santo Entierro acompañado de su Madre y esta noche lo hará la Santísima Virgen en la ruda Soledad pues ya Su Hijo ha muerto y está enterrado. Tenemos que acompañar a María ante el Supremo Dolor que padece.

Debo reconocer que no podré acompañarla, como hubiera sido mi deseo, los últimos ramalazos de mi enfermedad hacen que me vea más que imposibilitado y me tenga que quedar en casa. Ofrezco mis padecimientos por las benditas almas del purgatorio así como por las intenciones de la Santísima Virgen María.

Ahora me siento solo pues me falta Jesús que está muerto y sepultado. Los hemos matado entre todos nosotros por nuestros egoísmos, nuestros YO. Ha dado su vida hasta el último aliento por todos y cada uno de nosotros y creo que no nos damos cuenta.

Estoy viviendo horas de pesadumbre y preocupación ante mi inminente intervención quirúrgica. Estoy preocupado, es lógico, aunque esperanzado de que es el principio del fin de mi enfermedad. Quiero dar las gracias a todos los que me estáis apoyando, orando, por mí y también le doy las gracias al Padre D. Francisco Párraga por las palabras que me ha dirigido en la tarde de hoy así como al Padre D. Rafael Pinto y al Padre D. Juán Ramón Rouco. Palabras de Esperanza que invitan a la Esperanza.

Jesús, ¿Dónde estás que no te encuentro? ¿No me digas que te has ido para siempre? Sé que volverás ungido en la Divina Gracia de la Resurrección. Haz de este siervo un instrumento útil para hacer siempre Tu Voluntad.

Jesús Rodríguez Arias

1 comentario:

  1. Cuando llega el Viernes y Sábado Santo, nuestra vida es como un vivir en ausencia, porque nos unimos a Cristo, al morir, al pasar un tiempo muerto, sabiendo ahora que hace siglos que ha resucitado, nos sentimos como extraños. Sentimos la ausencia del Amor de los amores, pero estos días, de tanta tristeza pasa pronto, deseando que llegue la alegría de la Resurrección,

    Sobre nuestra enfermedad, es como una bendición de Dios, mejor dicho, es una bendición de Dios, porque nos retiene por el Amor que Dios nos tiene. Aunque ya no hacemos las cosas que hacíamos antes de ir perdiendo la salud corporal, pero ganarla en nuestro espíritu para gloria de Dios.

    Uno se acostumbra a la soledad. ¡Cuántos monjes disfrutan de su soledad!, es una soledad que hace mucho bien para la humanidad, pues reza para que no reviente el mundo, son las oraciones de las almas contemplativas las que sostiene el mundo, las oraciones de las almas que están unidas a Cristo Jesús.

    Imaginemos que nadie ora en el mundo, que nadie piensa en Dios, ¿qué sucedería? No habría un ser viviente en el mundo entero, hubiera explotado en múltiples pedazos por los inventos destructivos del hombre sin Dios, las bombas. El demonio hubiera salido con la suya, pero gracias a Dios, hasta el fin de los tiempos, el mundo seguirá existiendo, por las almas que se dedican a la oración, a la penitencia, a las obras de misericordia. Y por eso, son odiados por las tinieblas, que no soportan la luz.

    Cristo ha venido a salvarnos, y oramos para que en el mundo la paz sea creciente,

    Mañana domingo, de nuevo vamos a notar la presencia de Cristo en nuestra vida, ha resucitado, de hecho, Cristo nunca se aparta de nosotros, es decir, que no le alejamos de nuestras vidas,

    Pero, cuánto me aborrezco a mí mismo, que por mis torpezas, la malicia de mis pecados, he llegado a disgustar a nuestro amado Señor Jesucristo, Hubiera deseado morir instantáneamente, antes de ofender al Señor, más aún, mi deseo es no ofenderle, y prefiero morir que vivir ofendiéndole.

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