sábado, 25 de enero de 2014

HEMOS RECIBIDO EL MEJOR REGALO.

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A todos nos encanta recibir regalos, pero también hacerlos. Cuando algo se entrega con el corazón, no se espera nada a cambio, aunque la ilusión y sorpresa despertada en quien lo recibe, nos llene a nosotros mismos de alegría. Si por mediocridad nuestro regalo estuviera envuelto de compromiso o interés, tal cosa no sería un regalo, sino un intercambio de bienes, en definitiva un negocio. Sin exagerar en absoluto, debemos decir que un regalo interesado no es un regalo.
La vocación tiene mucho que ver con los regalos. Toda la existencia está atravesada por esta realidad. Nuestra experiencia primera es que hemos recibido la vida a modo de regalo, sin merecerla, sin haber trabajado duro por conquistarla. Igualmente, todas las cosas que nos rodean se nos dan sin que lo pidamos: la luz del sol, la belleza de una rosa, el aire puro que respiramos o la mirada cariñosa de quien nos ama. Igualmente, a nosotros, que somos creyentes, se nos ha regalado la fe. Aunque en el acto de creer hay algo de voluntad, la fe es principalmente un don, un regalo. Poder reconocer que venimos del Amor y vamos al Amor, saber que somos hijos de Dios, de un Padre que nos sostiene, hace que la vida se abra ante nosotros con un carácter más amable y esperanzador. Por último, todos nosotros hemos recibido el don de la vocación: la llamada a la santidad, a ser como Dios Padre es. Y, de un modo especial, Dios regala a algunos el don de la vocación a la vida consagrada o al sacerdocio. Una vida que consiste en responder a Dios con el corazón y entregarle todo nuestro ser; en definitiva, se trata de ser nosotros mismos espejo de la plenitud de Dios, que vive siempre dándose, entregando lo mejor de sí.
La esencia del amor, por tanto, consiste en que este tiende a donarse, a entregarse, a compartirse. Igual que Dios, cuando ha creado al hombre, ha querido compartir con él el amor del que Él mismo ya gozaba en su ser íntimo y eterno, el ser humano, si quiere ser imagen Suya, ha de regalar amor y vida. Aquel que pretenda guardar para sí el amor que ha recibido de Dios, lo perderá (Mt 16, 25); aquel que entregue tal regalo con interés, hará que el don se marchite; finalmente, aquel que pretenda saciarse él solo del agua de la vida eterna, se ahogará en su propio egoísmo.
El mundo necesita personas que hayan experimentado el gran don de la vocación. Vocación a entregar gratis lo que gratis se ha recibido (Mt 10, 8). Personas que se hagan ellas mismas don y regalo para los demás y que pongan todo su ser, gratuitamente, desinteresadamente, al servicio de los hermanos.
No dudes en entregar lo mejor de ti a los otros: una sonrisa, un abrazo, una palabra, un poco de tu tiempo. Y si, además, eres destinatario de esta llamada particular a la vida consagrada o al sacerdocio, no dudes en responder de corazón al Señor dándolo todo en el anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo. Experimentarás plenamente la verdad de sus mismas palabras: que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35).

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